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Cambios involuntarios en el régimen de Irán

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Cambios involuntarios en el régimen de Irán
Cambios involuntarios en el régimen de Irán

LA HABANA, Cuba.- Hace apenas unas horas, la atención de la opinión pública internacional se concentró, primero, en la desaparición del helicóptero que transportaba al presidente de Irán y a otros altos funcionarios de ese país. Al día siguiente, se confirmó la muerte de Ebrahim Raisi, de su canciller Hossein Amir-Abdollahian y de los restantes viajeros.

Este suceso, por cierto, ha sido ocasión propicia para que, una vez más, el régimen de los ayatolas de la antigua Persia dé muestras de su extrema desmesura. Al anunciar lo acaecido, las autoridades iraníes emplearon el término “martirio”. Según el diccionario, ese término se emplea para referirse a la muerte que padece una persona a causa de su fe religiosa o sus creencias. En qué medida pueda aplicarse ese vocablo a un vulgar accidente de aviación es algo que —confieso— excede mi capacidad de intelección.

La ocasión ha sido propicia para que desde los círculos dirigentes de Cuba se emitan vehementes mensajes de pesar. El presidente reelecto por 470 votos, Miguel Díaz-Canel, calificó al occiso de “gran amigo” y “político admirable y querido por su pueblo”. El canciller “de la Continuidad”, Bruno Rodríguez Parrilla, aprovechó la ocasión para expresar “toda la solidaridad y apoyo de Cuba con la hermana República Islámica de Irán”.

Análogas manifestaciones se observaron en otros países del “socialismo del siglo XXI”. El dictador nicaragüense Daniel Ortega y su media naranja y sustituta optaron por tañer la cuerda religiosa: terminaron su misiva con la frase “en la Esperanza Viva de la Resurrección”, cuyo regusto cristiano dudo que sea del agrado de los “hermanos iraníes”…, (pero, bueno, ya sabemos que de Ortega puede esperarse cualquier barbaridad). Por su parte, el dictador venezolano Nicolás Maduro describió al occiso como “persona ejemplar”, “extraordinario líder del mundo”, “nuestro hermano”.

Si no conociéramos las patas de las que cojean estos titulados socialistas, tendríamos que asombrarnos de las afinidades que declaran y las simpatías desbordantes que manifiestan por representantes de los regímenes más impresentables del mundo. Se declaran ofendidos cuando alguien pone en duda su antiimperialismo, pero apoyan con absoluto desparpajo el salvaje zarpazo del dictador Putin para enseñorearse de la Ucrania independiente. Se declaran republicanos, pero no tienen empacho en apoyar la monarquía absoluta de los Kim en Norcorea, que ya va por su tercera generación.

En el caso de Irán, esos socialistas, que proclaman ser “progresistas”, no vacilan en expresar su respeto y admiración por archiconservadores y reaccionarios, como el propio Raisi y otros dirigentes de la llamada “Revolución Islámica”. Aquellos mismos, que dicen luchar por la igualdad de la mujer y a quienes ahora les ha dado por defender a ultranza la “diversidad sexual”, cierran los ojos ante las medidas discriminatorias que los ayatolas de porquería han implantado contra féminas (a las que han impuesto arbitrarios códigos vestimentarios) y homosexuales (lo que incluye la cárcel y hasta la muerte por su preferencia sexual).

Es que, en la realidad, la piedra de toque para afirmar o negar el hipotético “progresismo” de un régimen cualquiera pasa, para esos totalitarios de extrema izquierda, por el “antiyanquismo”. Como los ayatolas se enfrentan a ultranza a Estados Unidos (país al que, en su infinita desvergüenza, han bautizado como “el Gran Satán”), por supuesto que todas sus arbitrariedades (incluyendo la represión brutal de protestas con un saldo de centenares de muertes) se les perdonan con gran complacencia.

De igual manera, consideran peccata minuta un hecho que es, en realidad, francamente escandaloso: ¡que en pleno Siglo XXI exista un régimen teocrático! Porque sí, eso (y no otra cosa) es lo que existe hoy en la flamante “República Islámica”. Esta deplorable realidad se ha puesto de manifiesto una vez más con los sucesos acaecidos en las últimas horas.

La jefatura del régimen iraní es ocupada por el Líder Supremo. Desde la muerte del instaurador del régimen islámico Ruollah Jomeini en 1989, el cargo ha sido ocupado ininterrumpidamente por Alí Jamenei (¡hace la friolera de 35 años!). Fue este sujeto quien, de acuerdo con el Principio 131 de la Constitución vigente, tuvo que otorgar su consentimiento para que las funciones ejecutivas pudiesen ser asumidas por el vicepresidente primero de la República, Mohammad Mohkber.

Ahora, de acuerdo con el ordenamiento de la República Islámica, corresponderá realizar elecciones presidenciales en un término de 50 días. A diferencia de lo que sucede en Cuba (donde sólo votan los diputados —470, como ya he dicho—, a los que se les presenta un candidato único), en el país persa la elección recae en el pueblo, quien puede escoger entre varios postulantes.

Allí también hay trampa, pero esta radica en otro sitio. Los candidatos tienen que recibir el visto bueno del “Consejo de Guardianes”, otra institución clave de la teocracia iraní. No es nada raro que ese órgano vete a los ciudadanos que no gozan de la confianza de los ayatolas reinantes (como sucedió durante el proceso ganado por Raisi en 2021). Es de ese modo que el Presidente es electo “democráticamente”…, pero sin la presencia de contendientes que resulten indeseables para el Líder Supremo y su comparsa.

Esa es la perspectiva inmediata que se abre ahora ante los sufridos iraníes.

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