Los Reyes Magos no existen, como dijo en su día el compañero Fidel. Ni siquiera son los padres, como también aclaró el Buró Político del Comité Central y que ratificó tiempo después el compañero Raúl cuando le recordaron lo del vasito de leche que había prometido para todos los cubanos.
Antes sí existían y viajaban puntuales cada 6 de enero para alegrar a los niños, cuando los niños no eran hijos de la revolución, sino de sus padres. Era una noche de nerviosismo y desvelos, y un amanecer de palpitaciones, cuando debajo del arbolito uno encontraba los juguetes que había pedido a Melchor, Gaspar y Baltazar, reyes y sabios del Oriente. Pero un buen día, otro que se creía sabio y de Oriente, acabó con el pesebre, con Belén y los pastores, y no hubo ya ni vacas ni bueyes cerca del establo. Y Belén fue Birán a partir de entonces.
Se acabó la magia del Día de Reyes. Y a esa altura poco importaba que los niños supieran, desde que abrían los ojos, que los reyes eran los padres, y que le tocaban un juguete básico, uno no básico y otro dirigido, y más tarde una misión internacionalista, una beca lejos de la familia, y una anemia revolucionaria y bastante perniciosa.
En Cuba, el 6 de enero se convirtió en el 4 de julio, que era también 26, porque siempre es 26. Y en el pueblo, en vez de infantes, lo que había, según él, eran muchos Camilos, y por eso los cubanos viven hoy con el agua al cuello. Un día tumbó de un plumazo los altares, y mandó a Dios para la agricultura porque lo acusó de no ponerse a su disposición, de hacerle el juego al enemigo y de quererse ir del país, de su país, que ya no era de Dios, ni de Orula u Obatalá, sino suyito y de su familia. Porque fue construyendo un país día a día, como se le iba ocurriendo, jugando a ser Dios, el niño Jesús y los tres Reyes Magos a la vez. Y también Moisés y Herodes. Y al mirar el desierto, tres años más tarde, ya casi no había arena y hubo que comenzar a importarla.
Le hicieron creer al pueblo que soñar, imaginar, creer en algo que no tuviera que ver con la revolución y el enfrentamiento con el imperialismo norteamericano, era un rezago del pasado, una componenda con el enemigo. La gente no sabía qué quería decir “componenda”, pero tampoco supo nunca qué eran la pasta de oca, el perro sin tripas, el fricandel, el cerelac o el azúcar para crecer, y cerraron los ojos y apretaron los pedales apretando la esperanza, para intentar ser felices abriendo una trinchera.
Fue un cambiazo casi magistral, hacer creer que los Reyes Magos era el ejército rebelde que había bajado de las lomas siguiendo la estrella de Fidel, para traerle a los cubanos el regalo de la libertad. Aunque, a diferencia de Melchor, Gaspar y Baltazar, no llevaban camellos, sino burros. Y el cuento funcionó bastante tiempo, hasta que algunos comenzaron a darse cuenta de que la libertad no se comía, ni servía para ponerse en los pies, o para vestirse. Y hubo quien fue más lejos, y comprendió que una cosa era la libertad que decían ellos y la verdadera libertad.
Si existieran realmente esos reyes bíblicos y se les ocurriera la disparatada idea de visitar la isla, tendrían que decir que son palestinos, y que viajan con la misión de recabar más apoyo para la franja de Gaza, si pretenden que los dejen pasar en la aduana habanera. Lo de los camellos lo justificarían argumentando que son un regalo para el general Guillermo García, que va a emprender su recría para la alimentación del pueblo. Un camello tiene más carne que dos jutías, y eso no habría que comprobarlo mucho.
Pero todo eso sería falso, y se descubriría rápidamente como otra movida política para seguir en la majomía anti-Israel. Ya me extraña que como está la cosa dejaran deambular por el país a tres extranjeros que no son turistas, ni miembros de alguna asociación de solidaridad, ni siquiera una delegación de un país amigo que viaja para gestionar la compra o alquiler de médicos cubanos. No dudo que alguien piense también que han ido para organizar alguna mipymes, de esas que venden en la isla lo que antes se hacía allí mismo y que por culpa de la otra “realeza” ahora hay que conseguir en el extranjero.
Y qué irían a hacer a la Cuba actual tres Reyes, que son, además, Magos, Sabios y para colmo, de Oriente, cuando a La Habana los orientales que llegan son, en su mayoría, para engrosar las tropas invictas de la policía. No reparten regalos, sino trastazos propinados con las tonfas. Se sienten reyes porque el noble pueblo no ha tenido aún ganas de reventarlos como un siquitraque, y deben ser magos para no desmayarse golpeando con la poca comida que consumen.
Lo extraño de que, a esta altura del mundo, tres sujetos vestidos extrañamente, montados en mamíferos exóticos, se paseen por la isla con la peregrina idea de repartir regalos, es que para llevarle a la gente del pueblo lo que necesitan harían falta tres millones de camellos y una flota de camiones. Amén de miles de vacas para comer y cientos de pollos para hacer sopa. Ya aparte, en un maletín ligero, pudieran cargar otros artículos necesarios: un bozal para el ministro de relaciones exteriores Bruno Rodríguez, una calculadora para el ministro de economía, un cerebro para el Puesto a Dedo Miguel Díaz-Canel y un garrafón especial de vodka con cianuro para el supuestamente retirado y supuesto general Raúl Castro.
Los imagino avanzando trabajosamente por la capital, sorteando los baches de las calles, aguantando la respiración por las aguas albañales y la basura en las esquinas, que parecen ser un homenaje a la Sierra Maestra y a la cordillera del Escambray, aunque en algunos lugares solamente les falta un cóndor para parecerse a los Andes. Llamando al Comité Central del PCC para preguntar qué droga usa el narizón canoso que dijo esas palabras que ahora leen en una pancarta: “Basta comprobar en nuestras calles la paz, la tranquilidad y el respaldo popular del pueblo cubano”.
Sería tremendo el esfuerzo que harían esos Reyes Magos de ahora, buscando en medio del apagón la luz de una estrella que los guíe. Posiblemente, si encuentran una, sería “un Fidel que vibra en la montaña, un fusil, cinco puntas y una estrella”. Y se darían cuenta de que se les adelantaron, y todos los desastres que ven sus ojos sabios y de Oriente, se deben a la magia de ese otro que nació en Birán y no en Belén, y que intentó borrar, de un tirón, todas las historias y las leyendas que no fueran la suya propia.
Los tres Reyes sombríos, evitando pasar bajo los balcones de La Habana vieja o de Centro Habana, que ya tienen fama en el universo de desprenderse sobre los transeúntes. Y en la más absoluta oscuridad, intentando, desesperadamente encontrar en el cielo la estrella que los pueda guiar. Sin saber si la Antonio Guiteras puede llegar a funcionar, o si vale la pena repartir algo en la isla que no sean pasaportes y paroles para la poca gente que ya va quedando.
Ramón Fernández-Larrea