Ve a Cuba y nadie te tocará ni con el pétalo de una rosa.
En la mañana o en la tarde, incluso en la profunda noche, que a veces sucede en pleno día, en Cuba no pasa nada. Puedes ser turista y recorrer las ciudades sin descansar, y solamente hallarás respeto y amabilidad, admiración y solidaridad. Y aunque la falta de agua o de luz, e incluso la creciente falta de higiene pudieran hacer un llamado a la violencia o a una respuesta menos calmada, no pasará de ahí.
Que lo sepan los nacidos y los que están por nacer: El malvado rumor de que en la isla crece la inseguridad y la violencia es un invento del enemigo, igual al de la presencia de extraterrestres en el gobierno cubano. Había uno, el ministro Alejandro Gil, pero ya fue tronado. Queda otro, el general avestruz Guillermo García, pero la cúpula gobernante le tiene cariño y realmente es un encanto. Si no se le sigue la corriente cuando arranca a hablar de la jutía y los cocodrilos, es lo más manso que hay. Y también un poco menso, para decirlo en mexicano.
Hubo violencia, sí, lo reconoce el periódico Granma, pero fue a finales de los años 50, cuando el heroico y valeroso pueblo cubano se sublevó contra la dictadura de Batista, que era una dictadura muy mala. En una dictadura buena no hay necesidad de ponerse violentos y robarle el trabajo a la policía y a las tropas especiales. “El diario oficial del Partido Comunista de Cuba (PCC), culpó a EEUU de “propagar un escenario de inseguridad” para usarlo a favor de presuntos planes “desestabilizadores”.
Violencia y combatividad hay en el pueblo cada vez que sale el tema del bloqueo, o se anuncia una nueva agresión del imperio, o que le han puesto los cuernos a un héroe de la patria. Entonces, mucho cuidado, porque la orden está dada, y pudiera pasar cualquier cosa. El pueblo encolerizado es capaz de reagruparse y marchar, con energía indetenible, para aplastar la osadía yanki y avanzar hacia la costa, sobre todo por la costa norte, y si no le ponen freno, nadie sabe a dónde podría llegar.
Pero si no fuera en esos casos, Cuba es un remanso de paz. Más allá de que un pajarito pueda agredirte con su caquita leve mientras vuela, o que te golpee con cariño un balcón o un alero desprendido, hay una tranquilidad que invita al reposo. Si no fuera por los baches de las calles, el reguetón cuando hay electricidad, el calor y los mosquitos, los turistas podrían dormir de pie mientras recorren los paisajes bucólicos de ciudades y campos. No los molesta ni la peste bucólica.
Lo ha dicho, sin que le temblara el pulso, “la politóloga española Arantxa Tirado, que Cuba es “el país más seguro de todo el hemisferio occidental”. No se sabe con qué hemisferio del cerebro lo dijo, o si, cuando soltó la emocionante frase, y recalcó la palabra “seguro” se estaba refiriendo a la cantidad de “segurosos” por metro cuadrado.
Si no eres mujer, o anciano, o una persona atractiva, nadie se meterá contigo y no encontrarás muestra alguna de violencia. Los enemigos de Cuba han levantado una espantosa campaña de calumnias, diciendo que hay violencia, robos y asesinatos. Todo mentira.
Se ha visto al general Raúl Castro, héroe de la revolución, caminando campechano por las calles del país y ninguno de sus treinta guarda espaldas ha reportado nada peligroso. Y eso confirma la validez del viejo refrán de que el pueblo de Cuba es pacífico, incapaz de tirar un hollejo a un chino. O a una china.
Y eso que hay razones para que tenga enemigos, y no solamente por ese vasito de leche que prometió y que nunca llega. Por cosas más grandes y tristes. En la madrugada del 12 de enero de 1959, mandó a fusilar a 71 cubanos, que luego enterraron a la carrera en la Loma de San Juan, en Santiago de Cuba. Tal vez el pueblo se lo perdonó porque entendió que aquello fue provocado por su ardor juvenil. O porque tenía ardor en cualquier parte.
Los aislados casos de jóvenes portando armas blancas, cuchillos o machetes, son, o han sido, homenajes a nuestras gestas mambisas, de las que son herederos. Es innegable que cien años de lucha deja algunas costumbres en estos nuevos cubanos. Así se rescató a Sanguily. Así le cayeron en la cabeza los mangos de Baraguá a Martínez Campos cuando le rompieron el corojo. Así entró en la eternidad el mambí más querido por los cubanos, Elpidio Valdés.
Ir a Cuba a ver ruinas sale más barato que viajar a Roma, o a Grecia. Las ruinas de La Habana son más recientes y tienen ese toque heroico, porque las hizo o las provocó el enemigo. Y el bloqueo. Y tienen además ese agregado entre místico e histérico de que por allí pasó Fidel antes de que esas edificaciones se convirtieran en ruinas. Es cierto que él pasó sin mirar, a gran velocidad, porque La Habana siempre fue la ciudad que más odió en su vida. Aunque ese rencor se fue extendiendo al resto del país.
Pero los que promueven el turismo a Cuba hacen mal su trabajo. Están tan desesperados que quieren que vaya a la isla cualquiera, y eso no puede ser así. El relajo, con orden. Es verdad que están ansiosos porque tienen el jabuco vacío y GAESA sigue, como si fuera loco y sordo, construyendo hotel tras hotel sin saber quiénes los pudieran disfrutar, como si lavaran dinero.
Deberían ofrecer paquetes temáticos, emocionantes y estremecedores. Paquetes con una narrativa del momento, como recorrer algunas de las doscientas prisiones que hay en la isla. Convivir con los reclusos o ver escribir un informe a algún carcelero, derrochando ignorancia y faltas de ortografía. Incluso, ver algún interrogatorio a personas que no han hecho nada.
Pudieran hacerse juegos divertidos, como atravesar Centro Habana sin que les caiga encima un balcón o un edificio. Participar durante algunas horas en la cola del pollo. Buscar pastillas para el dolor, en policlínicos y hospitales. O pasar una noche en alguna casa de Santiago de Cuba a ver a quién pican más las chinches.
O simplemente recorrer el día y la noche gritando “Once de julio”, “Patria y vida” o “Canel sin casa”, para que comprueben que el país más tranquilo del hemisferio occidental y un poco del oriental es la isla de Cuba.
Una sola advertencia: en la medida de lo posible, no llevar encima teléfonos celulares ni de los otros. Ni motocicletas, bicicletas o velocípedos. Ni mostrar dinero, joyas, ropa nueva, gafas, espejuelos, anillos o cadenas que no sean las de puerto-transporte-economía interna.
Ni pasaportes, cámaras fotográficas o cámaras de gases. Y un largo etcétera que pudiera tentar y despertar bajos instintos.
Pero, por lo demás, en Cuba no pasa nada. Ni el tiempo.