Este año horrible, que no escatimó en tragedias, éxodo, hambre ni represión, cierra con un sentimiento generalizado de fatiga e incertidumbre.
LA HABANA, Cuba. – Con otro terremoto en Oriente y un alarmante pico de violencia cierra el año 2024, bisiesto donde los haya si de desgracias se trata. Cuba tocó nuevos fondos durante este ciclo de 366 días sufridos minuto a minuto, agravados por la recesión económica que no parece tener techo y el atrincheramiento ideológico de un régimen que ha quedado expuesto en su profunda corrupción, su incapacidad para resolver la crisis multisectorial en que se hunde el país y su disposición, indudable ya, de reprimir a palo y cárcel cualquier manifestación de descontento popular.
Este año hubo de todo, pero los cubanos probablemente padecieron los apagones y la inflación más que otros problemas igual de terribles a escala social, pero menos perentorios en el plano individual. La violencia ciudadana dejó un saldo de más de 50 feminicidios reportados por plataformas independientes a falta de un registro oficial sobre estos crímenes, mientras que las cifras de homicidios con premeditación y ensañamiento, robos con violencia y asaltos no solo evidenciaron el deterioro apresurado de las condiciones materiales y la degradación moral de la sociedad, también demostraron que las fuerzas policiales no dan abasto para contener el empuje de la delincuencia.
El incremento notable de la indigencia y los delitos tienen su raíz en el fallo sistémico que el Gobierno se niega a aceptar. En la Asamblea Nacional se sigue hablando de socialismo mientras se anuncia la eliminación de lo que queda de la libreta de abastecimiento y cada vez más personas en situación de miseria ―que el Gobierno eufemísticamente califica de “vulnerables”― pululan a la vista de todos sin que exista un plan eficaz para socorrerlas.
Ancianos hambrientos, niños trabajando para ayudar a sus padres, pacientes psiquiátricos comiendo de la basura, mujeres y hombres en situación de calle que ejercen la prostitución a cambio de un pan o el mínimo de dinero para comprarlo, son postales terribles de una ciudad, una sociedad y un país que a diario redefine el término “peor”, insuficiente ya para referirse a lo que ocurre aquí dentro y que no es culpa de un embargo que existe hace más de 60 años sin que jamás se hubiera apreciado el grado de destrucción, miseria material, desidia institucional e inmoralidad política que hoy conforman el paisaje cotidiano.
El reciente golpe a las mipymes provocó la caída de las divisas y el encarecimiento de productos de primera necesidad que, desde hace tiempo, son accesibles para un número reducido de consumidores. Desde arriba se toman medidas tan draconianas contra el sector privado y con un impacto tan nefasto en la población, que por momentos parece que el régimen persigue boicotearse a sí mismo, tensando la cuerda al extremo para que se produzca un nuevo estallido social de consecuencias imprevisibles.
La contabilidad no le cuadra a nadie fuera de los círculos más altos del poder y los encastrados habituales. Todo lo que debía mejorar ―aunque fuera lentamente― este año, permanece en iguales o peores condiciones. El país anda cada vez más al garete, la delincuencia es tan superior a la capacidad de las fuerzas policiales ―mal remuneradas, peor equipadas y fáciles de corromper― que no sería extraño, en un futuro cercano, ver caer barrios enteros bajo el control de pandillas.
Ha sido alarmante la normalización de la violencia y el reconocimiento, por parte de las autoridades, de que no pueden hacer mucho para evitarla. Esa realidad no aparece en la prensa estatal, pero en cualquier estación policial los efectivos se quejan del abrumador incremento de delitos archivados que no están siendo investigados por falta de recursos, y la cantidad de colegas que están pidiendo la baja para buscar empleos mejor pagados o, simplemente, tratar de salir del país. ¿Cuánto tiempo podría pasar antes que la delincuencia se percate de que el Gobierno no puede con ella?
Lo único que le falta a Cuba, arrasada por una guerra que jamás ocurrió, es caer en manos del crimen organizado. Este año horrible, que no escatimó en tragedias, éxodo, hambre ni represión, cierra con un sentimiento generalizado de fatiga e incertidumbre en el porvenir bajo un régimen que, para 2025, tiene grandes expectativas como la de lograr un minuto de generación eléctrica sin combustible importado.
Cada fin de año en este país hay menos que celebrar, pero 2024 fue realmente malo, bisiesto con balcón a la calle y alfombra roja para que desfilaran apagones nacionales, hiperinflación, huracanes, terremotos, fiebre de Oropouche, brotes de dengue hemorrágico, muerte en prisión de presos políticos, pésimas decisiones económicas y, por si no bastara, augurios desalentadores para el año que se avecina.