LA HABANA, Cuba. – En el país que fue el mayor productor y exportador del mejor tabaco del mundo, han retomado el protagonismo que alcanzaron hace más de medio siglo unas brevas infumables hechas con picaduras de colillas desechadas, tripas de tabacos, cáscaras de arroz, hierbas secas y partículas de todo lo que combustiona o sirva para incrementar las volutas de humo de un cigarro malo, más dañino que otros y barato, enrollado en hojas de libretas escolares, libros o revistas.
Por su aura de clandestinaje, fueron bautizados en el argot popular como “tupamaros”, en alusión al movimiento guerrillero que operaba en Uruguay a inicios de la década de 1970.
Los también nombrados “rompepechos” sirvieron como paliativos contra el estrés que provocaba la desaparición abrupta o paulatina de los cigarros negros de las marcas Ligero, Popular y Vegueros, y de los rubios Aromas y Dorados, cosechados en las vegas de Vuelta Abajo, Viñales, en la provincia de Pinar del Río.
Como muchas otras cosas, también fueron desapareciendo del horizonte patrimonial de los fumadores cubanos aquellos “puros” o tabacos explosivos que, bajo las marcas Reloba, Moya y Crédito, provocaban calambres en las mandíbulas de los fumadores por las incontables e intensas caladas para mantenerlos prendidos, además del recelo para que no se les deshicieran en la boca aquellas tagarninas confeccionadas con las tripas y hojas desechadas en la tierra del Cohíba, Coronas y el Montecristo.
Sin embargo, mientras los fumadores cubanos se atragantaban por los ataques de tos que les provocaba inhalar aquel humo grisáceo y nauseabundo como única opción ante la escasez de cigarros y la subida del precio de los mismos, Fidel Castro, el veguero y terrateniente mayor que ha tenido Cuba, ordenó construir una fábrica de Habanos para su consumo exclusivo, con la mejor materia prima y en diferentes vitolas, bajo los nombres de Cohíbas Lanceros y Laguito I.
Pero, la generosidad del entonces gobernante cubano para satisfacer su ego y su hedonismo no impidió que su “magnanimidad revolucionaria” dejara de poner un producto cubano exclusivo y de alta calidad, como el habano, al servicio no del pueblo cubano y de los pobres de la tierra, sino de personalidades políticas como el sátrapa Saddam Hussein, de Irak, y la reina Isabel II, a quien homenajeó con su vitola exclusiva “Laguito No. I, Rey del mundo”.
Han transcurrido más de 50 años de aquella repartición discriminatoria del mejor tabaco del mundo entre los ricos y las celebridades que lo disfrutan en cualquier punto de la geografía mundial. Y hoy, los cubanos que lo siembran, cultivan, cosechan y elaboran no tienen derecho ni posibilidades financieras de acceder a la más humilde vitola de la legendaria marca Habanos. Solo pueden disfrutarlos quienes detentan el poder en Cuba.
La mayoría de los fumadores cubanos han tenido que regresar a los tupamaros.
En su artículo “Fumar no es un placer”, publicado en CubaNet el pasado 16 de diciembre, el escritor Jorge Ángel Pérez refería que ante la escasez, el desabastecimiento en los establecimientos estatales y mercados en divisas y la intermitencia o nulidad de la cuota normada que se oferta por la libreta de racionamiento (a razón de cuatro cajetillas y dos tabacos para personas mayores de 18 años residentes en Cuba), fumar se ha convertido en otra de las permanentes pesadillas que aquejan tanto a cubanos “montados” como a los de a pie.
El autor de las novelas Fumando espero y El paseante cándido asegura en su artículo que “ya una caja de H. Upmann alcanzó los 600 pesos, pero mañana será algo mayor ese precio, o mucho más”. Y el paso de los días le ha dado la razón: el 29 de diciembre, una caja de Popular con filtro costaba en Centro Habana no menos de 700 pesos. Ahora mismo, los están vendiendo a 1.000 pesos y más en Centro Habana
Los “fumópatas”, desesperados, ante los inalcanzables precios de los H. Upmann, Populares (Rojos o Verdes), los Rothman y hasta de los “rompepechos” Criollos, abandonan los sueños de darle una “patadita” a un cigarro legítimo que no pueden comprar, y recurren al tupamaro. Y algunos también al “químico”, mucho más barato, arrebatador y expedito para ―si no mata― volar bien lejos, al menos por un rato.