“El que llega a ese lugar sin dinero, se muere”. Marla no habla de ningún hospital en Estados Unidos o en México, donde en la recepción de pacientes lo primero que se hace es informar de las tarjetas bancarias que se aceptan, sino del Calixto García, uno de los más antiguos de La Habana y, como todos en Cuba, regido por un sistema de salud público y gratuito.
La joven, residente en Centro Habana, tiene que tomar aire antes de contar lo que acaba de padecer en ese centro, adonde tuvo que llevar a su tía, Zoraida, la semana pasada. La anciana, de 80 años, se encontró mal, con un dolor intenso en el vientre y en los riñones, y su sobrina optó por acercarla al servicio de emergencias. “Ya me tocó traerla un mes antes por una infección de orina, pero como no le pusieron suficiente antibiótico porque no tenían, la pobre me volvió para atrás”.
Para empezar, tuvo que esperar horas y horas antes de ser atendida. “El salón estaba lleno de pacientes, había un solo médico en el cuerpo de guardia y una estudiante”, cuenta Marla a 14ymedio. “Tenían a los enfermos ahí en las camillas, varios ancianos, a los que nadie les hacía caso. Era un desastre ver aquello”.
“En la casa va a estar mejor, me dijo, aquí casi nunca hay medicamentos, hay infecciones cruzadas, se te puede complicar otra vez”
Cuando por fin le hicieron a Zoraida las pruebas oportunas, análisis de orina, sangre y placas, tuvo que volver a esperar en la sala antes de pasar a consulta, para que un médico le diera el diagnóstico. “Yo vi que había gente que llegó después y que sin embargo atendían antes”, refiere Marla, “y ahí me di cuenta de lo que tenía que hacer”. Amablemente, aprovechando que había comprado para ella un pan y un refresco, le compró lo mismo a la doctora. “Enseguida me puso delante de toda la gente”.
La doctora le comunicó lo que sospechaba, que Zoraida tenía de nuevo infección de orina, y le aconsejó que, a diferencia de la vez anterior, no la dejara ingresada. “En la casa va a estar mejor, me dijo, aquí casi nunca hay medicamentos, hay infecciones cruzadas, se te puede complicar otra vez”.
Todavía no se llevaba Marla la peor sorpresa. Al mandarle las medicinas que necesitaba la anciana, antibiótico y analgésico, le dijo la doctora que no tenía “recetas”, es decir, el documento oficial que, con firma y cuño, se entrega en la farmacia a cambio de los medicamentos. “Ni ella ni ningún médico, me insistió”, dice la joven.
“Te ponen los fármacos en un método [un papel no oficial con indicaciones de cómo tomarlos] para que tú los busques por tu cuenta, pero cuando vas a la farmacia del hospital, resulta que sí los tienen”. Fue un empleado de servicio quien le resolvió: entró primero a una consulta y después a otra y salió con dos recetas. Eso sí, la operación tenía un precio: “Tenía que compartir a partes iguales el antibiótico, entre la paciente, el empleado y la farmacéutica. ¿Para qué querrán ellos ese medicamento? Sabe Dios cuál es ahí el entramado tan grande de descaro y de corrupción”, denuncia Marla, indignada.
Con visos a facilitarse la vida por si tiene que llevar a su tía de nuevo, todavía le añadió al empleado una propina en efectivo y una merienda, por 400 pesos. “Aquí me vienes a ver cuando necesites algo, porque así es como se resuelven los medicamentos aquí”, le dijo el hombre. “Es terrible el nivel de descaro, de falta de profesionalidad y de inmoralidad porque la doctora me había dicho que no había recetas en todo el hospital”.
La corrupción en el Calixto García no es una novedad. Este diario ya documentó hace un año cómo podía agilizarse la atención, en un hospital donde los enfermos se hacinaban en pasillos y salas de espera: pagando bajo cuerda a médicos, enfermeras y otros empleados sanitarios.
Entonces, además, el centro se veía sucio y oscuro, con paredes desconchadas y lámparas fundidas. A la sala del cuerpo de guardia del hospital, recién pintada de blanco, le han puesto ahora luces y carteles nuevos, pero a pesar de la remodelación, la situación en el centro es más precaria que nunca.
Este sábado, el panorama que denunciaba Marla y que 14ymedio ha documentado en otras ocasiones, se repetía. Una treintena de personas aguardaban, de pie, sentadas o en camillas, y no parecía que su espera fuera a ser corta.
A una anciana le estaban haciendo un electrocardiograma en mitad del pasillo. Una y otra vez, una y otra vez, porque cada vez que le ponían el gel para las ventosas, temblaba de frío
En una camilla, un anciano se había defecado encima y así tuvo que aguantar hasta que un empleado se le acercó y le dijo que tenía que irse de ahí: “Tú estás de alta, reposo y hielo”, le decía de malas formas. Cuando el hombre se fue a parar, no podía moverse. A la escena se acercó el policía del cuerpo de guardia y le dijo con desgano: “¿No te puedes mover? ¿Y qué vas a hacer? Bueno, acomódate ahí”. Por fin llegó un médico, de apariencia joven, el único que ayudó al anciano a incorporarse y a pedir que lo sacaran del hospital en ambulancia.
Otra mujer llegó con dolor de estómago, no pudo llegar al baño y vomitó en el piso, en el lugar de paso de todos. Nadie apareció a limpiarlo hasta dos horas después. A una anciana le estaban haciendo un electrocardiograma en mitad del pasillo. Una y otra vez, una y otra vez, porque cada vez que le ponían el gel para las ventosas, temblaba de frío, ante la impaciencia de la sanitaria que le estaba haciendo la prueba.
En medio de todo, era patente el “movimiento” entre pacientes y empleados, que iban y venían, esperaban y, por fin, pagaban, antes de “resolver” su situación. Una hora tuvo que esperar un hombre para que le trajeran una boquilla para dar aerosol a su padre, enfermo de los pulmones. Todas estaban sucias.
Mientras se daban lugar esas escenas abyectas en el Calixto García, ese mismo sábado, las autoridades sanitarias se reunían con la cúpula gubernamental para revisar el anteproyecto de una nueva Ley de Salud Pública.
La propuesta legislativa, informó la prensa oficial, “ratifica el acceso universal y gratuito a los servicios de salud de las personas, prioridad del Estado cubano y refrendado en la Constitución de la República de Cuba”.
De esa futura ley, los funcionarios destacaron, precisamente, el aspecto referido “a la ética y los valores”, que son “asignaturas obligatorias en el programa de estudios y son fundamentales en la práctica y ejercicio de la profesión médica”.
Puro voluntarismo, a juzgar por la situación en el hospital Calixto García. En los carteles nuevos del cuerpo de guardia se leen distintos lemas: “Hacer es la mejor manera de decir” o, citando a Fidel Castro, “Para ser médico se requiere una sensibilidad exquisita, una gran calidad humana, gran capacidad intelectual y una moral a toda prueba”. Otro más tiene impresas palabras de José Martí: “Almas altas y hermosas son nuestros médicos”. Palabras huecas en la situación degradante que se vive en los hospitales de la otrora “potencia médica”.
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