Monday, November 11, 2024
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Trabaron al yenikévitch: otro rublo exportable

La mejor definición de lo que ha sido y es la revolución cubana la ha dado, antes de morir en la guerra de Ucrania, uno de sus hijos: “Pensamos una cosa y nos salió otra”.

Y es cierto. Aquella intención inicial, o que parecía una verdadera intención, escudándose en José Martí, de que la revolución se hacía “con todos y para el bien de todos”, fue estrechándose en las márgenes, hasta que fue “de algunos y para algunos” o “la calles son para los revolucionarios”, porque “no los queremos, no los necesitamos”, hasta llegar a “algunos son más iguales que otros”. Una revolución “verde como las palmas” terminó siendo color de hormiga. Los hijos de papá, gente aferrada a la ubre del poder; los oportunistas, viviendo del filete, y el resto del pueblo, fileteado. 

Así se definieron dos modos sonoros de vivir en la Cuba actual. Los principitos viven “a la gozandíbiri” y el resto, los de la Cuba profunda, “a la mancunchévere”. Pipos y Papitos, y del otro lado nagüitos o yénikas. Repas y Miramarios. Unos que se libran de todo por la mano bendita de los de la cúpula y otros, la gran mayoría, crecidos en la necesidad y la violencia, a quienes toca el servicio militar o morir en una guerra ajena.

Sin embargo, eso no sale a la luz pública. ¿Y qué hago yo hablando aquí de luz en el caso cubano? ¿O de público? Eso fue una ilusión de hace mucho tiempo, cuando el hipnotizador Delirante en jefe mantenía al pueblo esperanzado y embobecido, para cometer sus disparates. Sería mejor decir para perpetrarlos. Y ahora mismo no sé en qué orden se hacía, si esperanzado y embobecido o embobecido y esperanzado. Nadie sabe en Cuba que mandar mercenarios a otras partes es un nuevo rubro de exportación. Y en este caso, como es para Rusia, sería un “nuevo rublo”.

Y si mueren por allá, nadie o casi nadie lo siente. Porque “por allá” resulta muy lejano. El pueblo de la isla, hundido en la miseria, está más ocupado, día tras día, en pensar “por acá”. Así que, como dice aquel danzón, si muero en la carretera, no me pongan flores. Y esa muerte ha sido, como en la carretera, pero en la de Volokolams.

Ya han caído varios. El pasado septiembre otro cubano fue capturado por el ejército ucraniano. Peleaba junto a los rusos, pensando que con eso mataba dos pájaros de un tiro: cobraba y comía y, de paso, como dijera una vez el comandante en jefe Fidel Castro, pagaba la inmensa deuda de gratitud con los hermanos soviéticos.

Pero ya no hay soviéticos, y en defensa del pobre soldadito guantanamero hay que decir que mucha gente en la isla no se ha enterado. Los bolos son los bolos: no se les entiende cuando hablan, mandan un grajo espeso y beben a matarse. Ah, y siempre cantan borrachos eso de que Katiushka bajó de la montaña.

Tal vez los jóvenes cubanos no piensan que ir a pelear a una guerra ajena, por dinero, los haga mercenarios. Mercenarios son, en el cerebro de más de una generación nacida y criada en Cuba, aquellos que desembarcaron por playa Girón, para que el heroico comandante se montara en un tanque de guerra y fuera a derrotarlos en 72 horas. Desde que saltó de aquel caballo de hierro y acero, se hundieron los barcos y cayeron los aviones, y salieron todos ellos con los brazos en alto, ofreciéndose a impartir clases de cocina gratuitamente. Así ha sido la propaganda del régimen.

Pero si vas a otro país a pelear, aunque te paguen, es internacionalismo. Y si te pagan poco o muy poco, entonces es proletario. Tal vez esos cubanos creen que van a liquidar a Mashenka, y de paso, al oso, que tanto hicieron sufrir a los niños cuando el gobierno expulsó los dibujos animados norteamericanos. A lo mejor firmaron un contrato pensando en viajar y conocer mundo, entre tiro y tiro. O estaban tan angustiados por el horrible y constante calor que hace en la isla, que decidieron combatirlo con un poco de nieve. No hay nieve mejor que la que cae en las trincheras.

Son gente humilde, sin esperanzas, sin futuro. Torturados por chinches, piojos, mosquitos y consignas, y achicharrados por el eterno verano. En el fondo, la culpa es de esa revolución, y de un gobierno que en 65 años no ha sabido poner un invierno que valga la pena, y que amenaza a cada rato con la construcción del socialismo, el escalón más cercano al infierno.

“Según el régimen cubano, los responsables de la presencia de cubanos en las tropas rusas son parte una red ilegal”. Entonces, ¿era legal la red que envió a morir a miles de cubanos a suelos africanos desde 1975 en una guerra que no aportaba nada a Cuba? Ah, nunca se ha dicho, como también se ha ocultado que lo hacían, como ahora, para alegrar, contentar, enamorar con zalamerías a los nietos del zar Nicolás, los sobrinos del calvo sinvergüenza Vladimir Ilich Ulianov y, sobre todo y ante todo, a esos seres oscuros que componen la mafia más tenebrosa que ha existido: la de los partidos comunistas.

Y también es culpable, de algún modo, ese batido mental que nos han inyectado en el cerebelo, donde los mambises tocan a degüello y hacen correr la sangre de los imperialistas, que osaron hollar nuestra tierra. Lo que en este caso, los mambises pertenecen al ejército rojo y combaten a los nazis, que hablan con la zeta, e imponen un criminal bloqueo. En realidad, esos muchachos a quienes dicen que engañan, firman y parten porque quieren come y estar más cerca de un porvenir, que no sea el futuro luminoso de la misma cancioncita de siempre.

Y en los noticieros de la isla no se dan estas noticias: “El joven cubano Raibel Palacio Herrera murió el viernes 12 de enero a raíz del ataque de un dron en una zona ocupada por Rusia en el este de Ucrania”. Era un nagüito natural del municipio santiaguero Songo La Maya y, con solo 21 años, Palacio fue reclutado por la parte rusa en noviembre de 2023.

Los que no mueren en combate, posiblemente sean fusilados si los capturan, mientras la dictadura culpa a otros y no mueve un dedo, como en el caso de los dos médicos secuestrados en África. “El prisionero, que se identificó en un interrogatorio como Frank Darío, natural de Guantánamo, dijo que había firmado un contrato para trabajar en labores de construcción, a cambio de la ciudadanía rusa y un salario mensual de unos 250.000 rublos”.

La dictadura debería instalar abiertamente una fábrica de carne de cañón en algún lugar céntrico de La Habana. Lo más lógico sería que la administre GAESA. Igual que hace con los médicos, chuparían casi todo el salario que les paguen a los soldados, y tomarían prestado, de la Legión Extranjera de España, el himno que ellos cantan, porque también son “Novios de la muerte”. 

El uniforme y las armas las tendrían que comprar los soldados en el mismo aeropuerto José Martí.

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