Friday, November 22, 2024
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“Tómate un diazepam para estar tranquilo”, el peligroso consejo de las madres cubanas a sus hijos

Maritza ha lidiado con los trastornos mentales prácticamente toda su vida. A los 66 años, esta habanera ya jubilada ha perdido la cuenta de cuántos tratamientos orientados por facultativos y cuántos autorecetados ha seguido por casi cinco décadas. Ataques de pánico, depresión, agorafobia, agresividad y trastorno de estrés postraumático son algunos de los males que ha sufrido. Los medicamentos la han acompañado en cada caso, pero la mayoría de las veces no los ha obtenido por la vía legal.

En su cartera, Maritza lleva siempre que puede lo que llama “el cóctel de la tranquilidad”: amitriptilina, clordiazepóxido, diazepam, nitrazepam y sertralina. “Sin eso no puedo salir a la calle. Aunque no me tome ni una pastilla, tengo que saber que las llevo encima porque, si no, me dan palpitaciones, empiezo a sudar y no puedo moverme del lugar donde me dé la crisis”. Como apoyo emocional, carga siempre con un paraguas aunque no llueva pero que necesita para sentirse “estable y segura”. Durante un tiempo, tampoco podía separarse de su mochila porque le daba miedo y podía hasta desmayarse.

A su edad, Maritza lleva más de un lustro sin pisar una consulta psiquiátrica. La crisis del sistema de Salud Pública en Cuba, la falta de psicofármacos en las farmacias estatales, la llegada de la pandemia y los rigores de la vida cotidiana, que la obligan a ir de cola en cola para comprar productos básicos, la dejaron a merced de su propio diagnóstico y evaluación. “Tengo mis contactos que me avisan cuando llega la sertralina al barrio”, cuenta a 14ymedio.

Un frasco de 30 tabletas de sertralina, de 50 miligramos, cuesta oficialmente 5,40 pesos, pero apenas aparece a la venta en las farmacias, y en el mercado informal la misma presentación sale en 2.000

Ella, al menos, sí conoce lo que es un psiquiatra. La mayor parte de los cubanos se automedica tranquilizantes sin que intervenga un médico. Basta el consejo de un amigo o de un familiar. “Recuerdo que el alprazolam lo conocí en una etapa muy alterada de mi vida”, refiere a este diario Carlos, un músico que, en otro tiempo, cuando el turismo era boyante, solía ser contratado para espectáculos en teatros y hoteles. “Alguien me lo recomendó y yo lo empecé a tomar porque me tranquilizaba”.

Este habanero asegura que no ha tomado ansiolíticos de manera seguida nunca –”solamente de manera puntual, en algunos eventos de estrés, o de preocupación o de miedo”–, pero los conoce todos. “Lo primero que tomé en mi vida, para poder dormir, fue un nitrazepam, que me resolvió el problema. Clordiazepóxido he tomado más, yo creo que es la más leve. Y hace un año, con la enfermedad de mi mamá, tenía que tomarme un diazepam por las noches si quería dormir. Hasta cuatro tiras gasté”.

Carlos es consciente de los efectos de estos potentes fármacos –especialmente con el alprazolam o el diazepam: “al día siguiente me siento somnoliento y se me enreda la lengua”–, pero dice que no puede renunciar a ellos “con el estado de nervios en que uno vive en este país”.

Un frasco de 30 tabletas de sertralina, de 50 miligramos y producido por la Empresa Laboratorios MedSol, cuesta oficialmente 5,40 pesos. Pero el producto apenas aparece a la venta en las farmacias y en el mercado informal esa misma presentación sale actualmente en 2.000. Con una pensión de 1.400 pesos mensuales, Maritza ha vendido parte de sus electrodomésticos y pedido ayuda a su hijo emigrado para sostener el consumo del medicamento.

Varias de sus amigas también ingieren con frecuencia sertralina y se pasan la voz cuando algún suministrador clandestino tiene mercancía nueva o hace alguna rebaja. “Si estoy en la calle, lo único que pienso es poder regresar a mi casa, ponerme frente al televisor a ver telenovelas turcas y tomarme mi sertralina. Ahí se acaban todos los problemas, la gritería, el maltrato, el churre y el miedo”.

“Sigo en la batalla porque tengo esta pastilla, pero cuando me falta y me doy cuenta de la vida que llevo, me deprimo y no puedo salir de la cama por días”

Con 40 años menos, Sissy también está enganchada al medicamento. Madre soltera con dos hijos, al principio escondía el consumo de antidepresivos, pero hace unos días contó detalles de sus crisis nerviosas en un hilo de WhatsApp que comparte con varias amigas. En un breve texto, pedía ayuda monetaria para comprar las píldoras que ya se le habían acabado y aseguraba que sin el fármaco no podría ni levantarse para atender a sus niños. “Sigo en la batalla porque tengo esta pastilla, pero cuando me falta y me doy cuenta de la vida que llevo, me deprimo y no puedo salir de la cama por días”.

Ni Maritza ni Sissy han sido evaluadas por un psiquiatra en los últimos años. Consumen antidepresivos a partir de las recomendaciones de amigos y conocidos. Toman la dosis según “va saliendo el día”, reconoce la joven. Ninguna de las dos ha leído detenidamente la letra pequeña del prospecto, con las indicaciones y las contraindicaciones, que debía acompañar a cada frasco pero que, en la venta informal, nunca viene junto al envase.

La sertralina, un antidepresivo que actúa en el cerebro, se utiliza en el tratamiento del trastorno depresivo mayor. En Cuba se encuentra entre los dos fármacos de este tipo más consumidos, junto a la amitriptilina. Este último, a diferencia del otro, entraña un riesgo de muerte si se consume en exceso.

Del resto, lo más peligroso es la interrupción brusca de la medicación, “siempre contraindicada” en palabras de los especialistas. Es el caso habitual de los cubanos que no han recibido una prescripción médica y consiguen las píldoras en el mercado negro. “Me tomo un cuarto por la mañana, pero si en la tarde veo que tengo mucha ansiedad, me tomo otro”, explica Maritza.

“Una vecina mía que empezó a tomar alprazolam por su cuenta, ahora está peor que antes”, dice Gladys, vecina de Luyanó. “Le dan como ataques de abstinencia y se pone muy agresiva”. Gladys refiere que la mujer por fin accedió a visitar a un doctor, que le ordenó terminantemente no quitarse el medicamento de golpe, sino ir bajando la dosis, “de uno a la mitad, de la mitad a un cuarto y así hasta que ya no tomara más”.

Este mismo fin de semana, la televisión nacional repuso un episodio de 2018 de Pasaje a lo Desconocido, sobre los medicamentos adecuados para dormir. ¿Señal de algún tipo de preocupación en las autoridades?

“Nunca me ha gustado tomar esas pastillas porque al otro día me dejan muy débil, no tengo el mismo espíritu”

En el programa, en cualquier caso, no se hacían eco de algo mucho más grave: el uso de estos calmantes químicos en niños y adolescentes. “Mi madre nos daba a cada rato para ‘descansar’ después de la escuela”, asevera María, residente en Nuevo Vedado. “Me hice experta en esconder pastillas debajo del labio y botarlas nada más que ella diera la vuelta porque no me gustaba cómo me dejaban”. Muchos menores, prosigue, crecen consumiendo de manera regular esas pastillas: “Mis amigas de primaria y secundaria estaban en ese caso y sé que la práctica ha seguido. ¿Tienes un examen? Tómate un diazepam para que estés tranquilo. ¿Te duele la cabeza? Un clordiazepóxido para que duermas un poco. La cosa empieza desde bien temprano”.

María asevera que por eso desarrolló aversión a todo tipo de medicamentos. Gladys está en la misma línea: “En la menopausia tomé el alprazolam, me lo mandaron para dormir, por una o dos semanas, pero enseguida me negué a seguirlo tomando. Nunca me ha gustado tomar esas pastillas porque al otro día me dejan muy débil, no tengo el mismo espíritu”. Sin embargo, admite, “sé que hay mucha gente que no puede seguir de otra manera”.

“Hay dolores que se alivian con una sertralina después de un potaje de frijoles negros a las cuatro de la tarde”, se desahogó la cubana Virgina Karina en su muro de Facebook recientemente, al enumerar las vicisitudes que padece diariamente, como cualquier ciudadano en la Isla. En sus palabras, los antidepresivos “se ocupan de dejar a nuestro alcance un poco más de serotonina, sin esfuerzo alguno de nuestra parte. Hay que dejarle a la droga sus 15 minutos de fama. La sertralina le da unas vacaciones al esfuerzo”.

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