Friday, September 20, 2024
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También hay niños viviendo de la basura en Cuba

LA HABANA, Cuba. – Si en La Habana hay una calle asquerosa entre tantas que la atraviesan ―cuál más inmunda―, esa es la calle Salud, especialmente el tramo que abarca desde Galiano hasta Belascoaín, en el sobrepoblado, muy transitado y destruido municipio de Centro Habana. Estrecha, llena de huecos, cruzada por incontables hilos de agua albañal y obstaculizado su tráfico por imponentes basureros que hacen que el mero acto de respirar sea una proeza, Salud es una pesadilla urbana, un camino ingrato, desagradable, que pone al transeúnte de pésimo humor.

En uno de esos basurales, ubicado en la intersección con la calle Manrique, a dos pasos de la iglesia consagrada a la Virgen de la Caridad, un niño y dos adultos se detienen. El chico arrastra un tanque plástico, de tamaño mediano, donde va depositando lo que sus mayores recopilan de entre los desechos. “¡Abuelo, ya esto está lleno!”, avisa mientras sostiene con una mano el soporte metálico de una plancha de la era soviética, y con la otra extrae una pelota, da par de rebotes y se pone a jugar, a hacer sus cosas de niño, porque es un niño que acompaña a su abuelo, y presumiblemente a su padre o su tío, a recorrer los basureros de La Habana para rescatar todo lo que, una vez limpiado y remendado lo mejor posible, pueda valer algún dinero.

Es un niño que no trabaja con la basura, pero vive de ella y su iniciación en el oficio que realizan los hombres a quienes acompaña, es solo cuestión de tiempo. En un par de años ese chico, que debe estar cursando la enseñanza secundaria, tal vez el sexto grado, será parte activa de la nueva hornada de “buzos”, cada vez más jóvenes, que procura subsistir gracias a los residuos acumulados en las esquinas.

Los mayores continúan buscando en la basura mientras él lanza pelotazos contra la pared de una bodega. Pasa un carro patrullero cuyos ocupantes nada tienen que ver con la pobreza de ese niño y sus mayores, como tampoco tienen que ver con la necesidad de aquel otro que ayuda a su padre a vender algunas viandas en la carretilla.

No puede decirse que sea un mal generalizado, pero va en aumento el número de niños que se ven obligados a trabajar para ayudar a sus padres a resolver la vida. Aquí y allá se hacen visibles para el ojo atento, detrás de un mostrador, en un triciclo para la transportación de escombros, cargando ristras de ajo y cebolla, o cajas de aguacate y sacos de habichuelas que pregonan muy bajito, a veces engolando la voz para despistar.

Algunos tienen 15, 16 o 17 años, menores de edad según las leyes cubanas, pero con la madurez suficiente para luchar los pesos, al menos así se autoperciben. Otros son niños de 10, 11 o 12 años, que ya tienen que “pulirla” para salir adelante, sin garantías de lograrlo.

Hace un par de meses CubaNet publicó un reportaje sobre un adolescente de 16 años que se ganaba la vida como buquenque en el parque El Curita. El chico desapareció de allí, o lo obligaron a irse, poco después de la publicación. Era una forma sencilla y más o menos tranquila de buscarse la vida. Lo mismo podría decirse de los que laboran disimuladamente en los puntos de venta de viandas, pero cargar sacos de escombros sobre cuerpos esmirriados y mal alimentados, o manipular desechos sólidos, ya es otro nivel.

La prostitución de personas cada vez más jóvenes da para un artículo aparte, porque es mucho lo que hay. Sobre los motivos no se habla en los canales oficiales. Si acaso se alude al tema con mucho cuidado para culpar al “bloqueo” de agravar la estrechez en que viven las familias cubanas, mientras crecen los hoteles y el turismo se mantiene estancado.

En junio pasado la UNICEF reconoció que el 9% de la población infantil de Cuba sufre pobreza alimentaria grave, y decirlo así es casi una cortesía que mucho agradecen los que evitan hablar del asunto. Ese porcentaje de la población infantil, que quizás sea superior al declarado, pasa hambre, con mayúsculas; carece de ropa y calzado decentes ―no estamos hablando de lujos, sino de lo indispensable ―; habita en condiciones de hacinamiento e insalubridad, expuesta en muchos casos a la violencia intrafamiliar.

La pobreza es una forma atroz de agredir y humillar que está dejando marcas visibles en los niños cubanos. La sede de UNICEF en Cuba se empeña en guardar silencio y elogiar los parámetros que todavía la Isla puede cumplir, comparándose siempre con países que están en peores condiciones, bajando cada vez más los estándares, hasta que terminemos convertidos en lo que históricamente hemos criticado.

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