LA HABANA, Cuba. — El pasado viernes fue noticia en Cuba la muerte de un anciano que cayó en una alcantarilla carente de tapa. Se trató de Ernesto Leyva, un camagüeyano de 70 años de edad. Este mismo diario digital —entre otros órganos de la prensa independiente— se hizo eco del luctuoso suceso. No así el periódico provincial Adelante.
Las búsquedas realizadas en el sitio-web de ese órgano castrista (tanto por el nombre del occiso como por las características del sucedido) resultaron infructuosas. A ese acontecimiento, insólito en un país que se considere civilizado, se suman otros reportes de la verdadera prensa cubana (la no oficialista, quiero decir) que apuntan asimismo hacia el estado ruinoso en que se encuentra la desdichada Cuba.
Así, por ejemplo, un trabajo publicado este sábado también en CubaNet por la colega villareña Laura Rodríguez Fuentes, nos informa del estado calamitoso del Hotel “Florida”, que se describe en el título como “un edificio icónico de Santa Clara que se encuentra en ruinas”. El bajante precisa: “Le crecen plantas silvestres en sus balcones y su interior está repleto de escombros y basura”.
Las noticias del mismo jaez se suceden: Hace unos días (en la fecha patria del 10 de Octubre), se anunciaba un derrumbe en La Habana Vieja que produjo tres muertes. Otra información reciente de Diario de Cuba —datada el día 20— repite el mismo estribillo: “Un derrumbe en una escuela secundaria en Caibarién deja dos estudiantes heridos”.
En la misma cuerda, un titular de 14yMedio ironiza: No fue un misil lo que acabó con el Lebredo, “el mejor hospital materno de Cuba”. Y profundizando en el sarcasmo, el periodista Nelson García señala una característica común que tienen las ruinas en esta Gran Antilla: “las consignas pintadas con grandes letras sobre los trozos de pared”. En este caso específico, una que suena a burla: “No hay agresión que Cuba no aguante”.
Las citas análogas pudieran multiplicarse, pero no deseo aburrir a mis lectores. Nuestra Cuba, literalmente se cae a pedazos. Y esto me hace recordar una escena memorable del gran Vittorio de Sica (como intérprete de comedias; no como actor dramático, que también lo era, y excelente). Se trata de una simpática película italiana cuyo título no acude ahora a mi memoria.
La ciudad en la que pasaba la acción (poco después del fin de la Segunda Guerra Mundial) ostentaba numerosas ruinas. El interlocutor del protagonista (que encarnaba el propio De Sica) preguntaba por las distintas muestras de destrucción que iba encontrando. “¿Terremoto?” o “¿Bombardamento?” eran las preguntas que formulaba en italiano, y que no hace falta —creo— traducir para nuestros lectores. Pero jamás atinaba a mencionar la opción correcta, lo que daba pie a que De Sica, con la gracia que lo caracterizaba, en cada caso despertara la hilaridad de los espectadores al aclarar que la opción válida era la opuesta.
Un visitante extranjero de la Cuba de hoy, al contemplar las ruinas claramente visibles en La Habana u otra cualquiera de nuestras ciudades, tendría que preguntar en castellano: “¿Terremoto?”, “¿Bombardeo?” o “¿Castrismo?”. Pero en este caso no habría pie para la comicidad. Como Santiago de Cuba es nuestro único centro poblado proclive a sufrir terremotos (y, para eso, ninguno grave desde hace muchos años) y como nuestro país, en más de medio siglo, no ha sufrido una guerra digna de ese nombre, la respuesta tendría que ser siempre la misma: “¡Castrismo!”.
En puridad, el titular de 14yMedio que he citado con anterioridad pone el dedo en la llaga, porque la magnitud de la destrucción observable a simple vista es tal que los espectadores no avisados podrían inclinarse a pensar que, en efecto, ha sido un destructivo misil lanzado por el “enemigo imperialista” el que ha ocasionado los graves daños que se observan a cada paso; y en particular, en el icónico Hospital “Lebredo”.
Pero no es así. Aunque, si vamos a ver, podemos decir que, después de todo, Cuba sí ha sufrido una guerra tremendamente destructiva: la que el régimen castrocomunista lanzó desde 1959 para destruir la iniciativa privada y la libre empresa. Lo cual ha dado pie para que proliferen el abandono y la incuria, flagelos que, a su vez, se reflejan en los edificios destruidos y las alcantarillas sin tapa.
O también en las paredes de los inmuebles, los cuales, carentes de un dueño que cuide lo suyo, permanecen lustros sin recibir mantenimiento o pintura. Por lo que pareciera, por su aspecto, que han sufrido los efectos de una enfermedad perniciosa y fulminante, de una lepra atroz. Lo que es rigurosamente cierto: estamos hablando de la lepra del castrocomunismo.
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