Saturday, October 26, 2024
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“Sin corriente, no hay agua, no hay comunicación, no hay comida, no hay país”

LA HABANA, Cuba – Como una película de zombis que caminan hacia la nada, desaforados, en busca de algo, en este caso, de comida o de una luz, Mayra Rodríguez describe los últimos días en Centro Habana, el municipio donde reside esta ama de casa de 38 años.

Para ella la situación fue desesperante; su mente se encontraba entre su casa con los dos niños pequeños que tiene y el hospital Maternidad de Línea. El apagón masivo la tomó desprevenida, durante el posoperatorio de su hija mayor, a quien le practicaron una cesárea. Cuando regresó del hospital el jueves 17 en la tarde noche a atender a los más chiquitos, que se habían quedado con el padre, fue que comprendió la magnitud de la crisis eléctrica.

Mayra dice que lo más irónico de todo es que tenía el congelador lleno, más lleno que nunca. Con no poca nostalgia días antes se tuvo que deshacer de unas vajillas antiguas que pertenecían a su bisabuela y de un triciclo viejo, olvidado en su patio, que vendió por piezas para comprar comida y solventar los gastos del ingreso de su hija mayor que pronto daría a luz.

“Cuando vi que fueron pasando las horas y los días y nada de corriente, me dio miedo de que toda esa comida se me echara a perder; ya me había pasado una vez. Fue desesperante. Una nunca tiene nada y el día que tiene algo, cómo vas a dejar que te eche a perder”.

Mayra cree que la comida se le conservó de milagro. No dejaba que nadie abriera el refrigerador innecesariamente, para que este no perdiera tan rápido el hielo que le quedaba. “Ya no es solo que la comida está carísima y que en este país se está pasando hambre, es que ahora también tienes que jugarla con la corriente para no perder lo poco que uno tiene.”

Mercedes Pérez, una señora de la tercera edad también residente del barrio Lo Sitios, en Centro Habana, dice que su peor error fue haber descongelado el refrigerador la noche anterior al apagón masivo. Hubiese durado con un poco más de hielo y la comida no se le hubiese echado perder.

“Mi frío no es muy bueno que digamos, no congela del todo bien. Cuando amaneció, que empezó el apagón, no tenía hielo suficiente para conservar las cositas que ahí me quedaban”, lamenta la señora quien es jubilada, vive sola y depende de una pensión de poco más de 1300 pesos cubanos y de remesas que su hija única le envía desde Estados Unidos cuando la situación se lo permite.

Tanto Mayra como Mercedes relatan el momento más crítico de la crisis energética que afecta a la isla desde hace años, la cual se intensificó la noche del 17 de octubre, cuando el 50% del país se quedó a oscuras durante el horario pico debido a la escasez de generación eléctrica. Esta situación llevó al primer ministro, Manuel Marrero, a comparecer en televisión nacional para anunciar nuevas medidas de ahorro.

Sin embargo, la situación más crítica estalló la mañana del viernes 18 con el colapso total del Sistema Electroenergético Nacional, tras una avería en la Central Termoeléctrica Antonio Guiteras, la principal del país. Aunque la población cubana ha estado lidiando durante meses con prolongados apagones de varias horas, especialmente fuera de La Habana, el apagón que se experimentó durante más de 72 horas entre el 17 y el 21 de octubre no tiene precedentes. Este fue el más extenso desde septiembre de 2022, cuando el huracán Ian causó severos daños a las instalaciones eléctricas, dejando al país sin electricidad durante varios días.

Mientras tanto, a la espera de que la situación volviera a la normalidad, muchos, como Mercedes y Mayra, observaban cómo sus alimentos comenzaban a pudrirse en refrigeradores y neveras, o temían que eso sucediera.

La realidad es que la falta de suministro eléctrico conlleva otros problemas serios. No solo se descomponen los alimentos, sino que también se imposibilita el uso de electrodomésticos que facilitan y simplifican el proceso de cocción. Además, fallan los datos móviles y todas las vías de comunicación, y se interrumpe el suministro de agua en las viviendas debido a la falta de electricidad para bombear las cisternas. A esta crisis se suma el grave impacto en las personas enfermas y postradas cuya vida depende de la electricidad, especialmente aquellos que requieren equipos de respiración artificial y climatización.

A Mayra una de las cosas que más le indignó en los días del colapso energético fue ver encendidos los hoteles de alrededor de Prado y el Parque Central, en La Habana, mientras el resto del país estaba sumido en la oscuridad. Lo constató en una caminata que hizo la madrugada del sábado por Centro Habana en busca de pan o de alguna otra cosa que comer.

“Los niños habían comido en casa de una vecina, pero como yo llegué del hospital, de estar con la mayor recién parida, no pude hacer nada de comida para mí y para mi marido. Tampoco tenía gas ni agua, tú sabes, todo viene junto”.

Entonces Mayra y su esposo decidieron salir en plena madrugada, con la esperanza de encontrar alguna MiPyme con planta eléctrica que tuviera algo disponible. Acompañados de sus dos hijos pequeños, salieron de Los Sitios por Reina y tomaron Galiano hasta San Rafael. “Todo estaba oscuro como una boca de lobo”, cuenta. Recuerda haber visto pequeños grupos de personas dispersas, todos hablando de lo mismo: la carga de los celulares y comida. Fue en ese momento que el entorno le recordó a una película de zombis; gente como ella buscando algo rápido para comer, un lugar con electricidad, un rayo de luz en medio de la oscuridad, nunca mejor dicho.

Caminaron todo el boulevard de San Rafael, desolado y oscuro, hasta la Acera de El Louvre. Desde ahí comprobaron que los hoteles de la zona tenían fluido eléctrico. “El Inglaterra, el Manzana, el Parque Central, el Packard y el de Prado y Malecón, todos prendiditos como cake de cumpleaños”, contó molesta.

La mujer y su familia regresaron por el Capitolio, y al llegar a los portales del Palacio de Computación, se encontraron con una pequeña cafetería donde el dependiente mantenía encendida una vela. Allí, lo único que pudieron comer fueron unos pollos chiflados fríos y grasientos y unas tartaletas de guayaba.

Mayra cree que después de todo este Gobierno tiene suerte. Como hubo pequeños chubascos esos días, las noches eran algo frescas. “Hizo calor, pero no era un calor asfixiante que no pudieras dormir, si no… yo estoy segura que Cuba entera se tira. Tú sabes lo que son tres noches sin corriente. Un abuso. Y que encima hubiera calor pa que tú veas si no se tiraban en masa.”

L., un zapatero de 56 años residente también de Los Sitios, discrepa con Mayra. “El cubano es el ser humano que más aguanta”, sentencia.

Aunque de esas noches quedó un saldo aproximado de 30 protestas en al menos siete provincias del país, al no ser de gran trascendencia o masividad, L. no las tiene en cuenta. Confiesa que en la madrugada del viernes 18, en Los Sitios, escuchó a un vecino salir solo a protestar con un caldero y quiso unírsele, pero no lo creyó conveniente. Habían redoblado la vigilancia policial. El hombre solo caminó unas pocas cuadras sonando su caldero, pero pronto desistió. Nadie se le unió. Ni siquiera L., quien lamenta que como él miles de cubanos tengan el mismo temor y parálisis, porque “al final de cuentas, ellos (Gobierno) nos están probando. Siempre ha sido así. Nos miden la presión para ver cuánto aguantamos, y según aguantemos así continuarán. Lo que hoy llaman “contingencia” o “crisis energética”, mañana lo vuelven normalidad. Ahora cada vez que quieran nos meten apagones así de violentos con cualquier pretexto y ya saben que poca gente se tira a la calle”.

En los últimos años ha aumentado el número de protestas en Cuba por descontento general, pero muchas de esas han sido motivadas por los cortes continuos e incómodos de la electricidad. La mayor de ese tipo fue la ocurrida el 17 de marzo de 2024. Cientos de personas en Santiago de Cuba salieron a las calles a protestar por la corriente y por la escasez de comida, logrando que dicha movilización se replicara en varias localidades del país. En esa provincia y en el resto de la región oriental, la población ha sido sometida a apagones de 18 horas y más.

Por eso Gabriel Domínguez, un recién llegado de Santiago de Cuba a La Habana, no sintió tanto el impacto del colapso eletroenergético. “Ya allá en Oriente hace tiempo estábamos en colapso”, afirma. Si algo le alarmó a este joven de 23 años, rentado en un viejo edificio en Los Sitios, fue el hecho de que La Habana dejara esos días de ser la excepción de los largos apagones.

“Cuando ni La Habana, que siempre ha tenido privilegios, se salva, es porque la cosa está negra de verdad”, sostiene. “Ya este país no da para más, porque fíjate que no es una sola cosa; la corriente, por ejemplo. Es la corriente, la comida, la salud pública, el combustible, los ancianos, la vivienda, los edificios estos a punto de caerse. Por qué no dejan el país este y se van, si total, ya le han sacado bastante. Que entreguen esto”.

Del edificio multifamiliar en el que reside desde hace poco y cuyo peligro de derrumbe parcial hace algunos meses varios vecinos denunciaron a este mismo medio, se desprendieron varios pedazos de los techos del pasillo del tercer piso durante los aguaceros de los días del apagón.

“Es una cadena, no hay electricidad, y sin electricidad no hay datos móviles, no hay agua, la comida se pierde y se pone más cara, no hay seguridad en nuestras propias casas, no hay país. Vivimos esperando que cada día que se caiga lo que se tiene que caer y no la casa de uno encima”.

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