Entre el insoportable ruido de la calle sentí una voz que pregonaba.
Afiné el oído y me sorprendió. No anunciaba algo habitual como tomates, viandas, ajos o cebollas. Ni siquiera helados. Tampoco anunciaba un servicio, ni cestas de mimbres, ni cazuelas de aluminio o artículos de plástico. El pregonero ofertaba vacunas cubanas contra el COVID-19. Y lo hacía como siempre han sido los pregones en Cuba, con música.
Y tenía cierta gracia, no lo niego. Tratándose de un tema tan serio, el pregonero los hacía sonar graciosos:
-Aquí traigo Abdala, que es mejor que una bala.
-Ponte la mambisa, que la pandemia no avisa.
-Usa Soberana, o estarás frío como rana.
Fui hacia la puerta y la abrí. Alcancé a ver al pregonero de espaldas. Alto, fornido tirando a grueso, el pelo blanco. A su lado iba una dama bajita y regordeta, posiblemente la enfermera. A la distancia de una cuadra se escuchaba clarito todavía su pregón:
-Si te vas pal yuma, la Abdala no te abruma.
-Suave como la brisa, nuestra vacuna mambisa.
-Para la noche y pa´ la mañana, ponte la sabrosa Soberana.
Cuando cantó la última frase ladeó la cabeza y le vi el narizón. Esa trompa no se me despintaba. Francisco de Quevedo lo había inmortalizado con estos versos: “Érase un hombre a una nariz pegado”. Era el mismo que había sacudido al país desde la pantalla del televisor alentando a que los revolucionarios salieran a la calle a golpear y hasta a matar. El mismo que cerró su convocatoria diciendo que la orden estaba dada: Mario Miguel Díaz-Canel Bermúdez, el maraquero de los candidatos vacunales.
No lo podía creer. La pandemia del COVID-19 espantó al mundo. La gente moría, y de un día para otro los cadáveres se amontonaban. Los amigos se iban para siempre. Los países más desarrollados económicamente se lanzaron a buscar una cura, en una competencia desesperada para fabricar una vacuna eficaz. ¡Y Cuba anunciaba tres, tres vacunas! Como los Matamoros, como los Tres Villalobos. Como el trío que siempre ponen en el escenario en los eventos políticos.
Bueno, tres candidatos vacunales, no presidenciales, porque en la isla hacía miles de años que no había candidatos ni elecciones para presidente. Y esos líquidos de supuesto efecto anti-COVID no eran llamados “vacunas”, sino solamente “candidatos”, candidatos que nadie había elegido, porque nadie sabía con qué estaban hechas, ni si eran eficaces.
Y para colmo, el gobierno sinvergüenza y mentiroso de la isla no aceptaba arbitrajes internacionales ni habían sometido esos líquidos con nombres tan combativos y heroicos “a la evaluación de la Organización Mundial de la Salud (OMS) para su empleo en las campañas de inmunización internacionales”. Eso las hacía sospechosas.
La imaginación del cubano es desaforada, no tiene frenos. Fidel Castro hizo escuela exagerando las cantidades y las dimensiones. Comenzó tupiendo al respetable público cuando habló, compungido, de los que se llevaron la peor parte en su delirio de poder y asaltaron un cuartel del ejército: “Mis compañeros no están ni olvidados ni muertos. Viven hoy más que nunca”. Y él no se apareció por aquellos lares y luego dijo que se perdió. Pudo haber dicho que le dieron mal la dirección del cuartel Moncada. O que Batista lo había puesto en otro lado. O que él no llegó al combate por culpa del bloqueo.
Y así iba a ser todo, y lo fue. Las estadísticas colaron: 20 mil muertos por culpa de Fulgencio Batista. Doce sobrevivientes en Alegría de Pío, como los 12 apóstoles (llama la atención que nunca se ha dicho que pasó con los 70 hombres sobrantes de aquellos 82 que llegaron en el yate con nombre de abuela americana). Hicieron una revolución más grande que nosotros mismos. Fue el primer país socialista de América (aunque después dijeran “Ahora sí vamos a construir el socialismo”). La vaca que más leche daba diariamente. La mayor cantidad de atentados de la CIA a un gobernante. La textilera más grande de América. La zafra de los 10 millones de toneladas (si se hubiera cumplido todavía estuviéramos comiendo azúcar). La derrota más contundente al enemigo. Los discursos más extensos y el chicharrón sin puerco.
¿Cómo no iban a fabricar tres vacunas, aunque después no hubiera duralgina, ni yodo, ni amitriptilina, ni pomadas analgésicas, ni vendas, ni mercurocromo, ni azúcar para crecer, ni termómetros, termostatos, fosfatos o leche magnesia? Por no haber, hasta se acabó el agua bendita en las iglesias y tuvieron que usar, durante un tiempo, agua oxigenada, que ponía rubios a los fieles Tres candidatos vacunales preparados con agua de murciélago o de quién sabe qué. Y tonfas, perseguidoras, esposas y grilletes, y palo que sea, Fidel, pa´ lo que sea, aunque gracias a Dios el Delirante se había marchado, quiera Dios que, para siempre, aunque muchos de sus seguidores sinvergüencitas se dicen “continuidad”.
Un dato extraño es que Cuba se las pasa exigiendo que todo el mundo cumpla con las leyes, y ella misma se excluye de cumplirlas, porque hacerlo es caer en las manos del imperialismo. Aceptar donaciones de vacunas probadas y reconocidas es caer en las manos del imperialismo. Dejar que los cubanos exiliados inviertan en el país antes que cualquier extranjero es caer en las manos del imperialismo. Y que la gente sea feliz, viva decentemente y coma todos los días es entregarse a ese4 enemigo que uno conoce desde el cunero. O desde que se apaga la incubadora por falta de petróleo.
Todos los cubanos somos vulnerables. Algunos más vulnerables que otros. La revolución cubana nos vulnerabilizó a todos, pero una buena parte se alejó de la isla para desvulnerabilizarse y ayudar así a la familia que quería salvar, para que no se vulnerabilizara. Y el presidente ha vendido esos tres candidatos vacunales solamente a sus aliados políticos: “Venezuela, Vietnam, Irán, Nicaragua, San Vicente y las Granadinas, Siria y México”.
No les da la gana de someter el agua de chirri al que le dicen vacunas a la aprobación mundial. Pero, con triunfalismo, el pregonero mandatario “explicó que algunos modelos matemáticos estimaban que Cuba debería estar actualmente por encima de los 6.000 nuevos positivos diarios, cuando en los últimos días se ha estabilizado en una “meseta” de entre 3.100 y 3.600 casos al día”. Los demás mueren de gripe, en el mar, en la ruta de los volcanes y un montón de etcéteras que tampoco ha aprobado la Organización Mundial de la Salud.