Thursday, January 9, 2025
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¿Será este el último año del régimen?

LA HABANA, Cuba. – Recuerdo que fueron pocas las fiestas de fin de año de 1991 en que no se escuchara, junto a La bilirrubina y el Ojalá que llueva café de Juan Luis Guerra y los boleros remozados de Luis Miguel, el Ya viene llegando de Willy Chirino.

Muchos esperábamos que 1991 fuera el último año del régimen castrista. A partir de la caída del Muro de Berlín, en noviembre de 1989, se habían ido derrumbando con pasmosa rapidez los gobiernos comunistas de Europa Oriental. El 25 de diciembre de 1991, Mijaíl Gorbachov renunció a la presidencia de la Unión Soviética, un país que se había ido disolviendo y que seis días después, el 31 de diciembre, dejaría oficialmente de existir, convirtiéndose en la Federación Rusa.

El régimen castrista había quedado huérfano, sin escalera y colgado de la brocha. Todo hacía indicar que era inevitable el cambio y que, de una forma u otra, llegaría a Cuba la democracia. Pero no ocurrió así. 

En realidad, no teníamos por qué habernos hecho ilusiones. Un comunicado del Buró Político del Partido Comunista de Cuba (PCC) había advertido que el partido único, la economía de planificación estatal y el liderazgo de Fidel Castro no estaban entre los asuntos a debatir en las asambleas previas al IV Congreso del PCC. ¡Ay de quien se atreviera a pronunciarse en las reuniones por algo que oliera a pluripartidismo y economía de mercado!

En el IV Congreso, efectuado en octubre de 1991 en Santiago de Cuba, se impuso el inmovilismo. Los únicos cambios que hubo fueron la aprobación de algunos trabajos por cuenta propia, las elecciones directas de los diputados a la Asamblea Nacional del Poder Popular y que el Partido Comunista, que se declaraba el encargado de “salvar la patria, la revolución y el socialismo”, añadiera el rótulo “martiano” a lo de marxista-leninista.  

Fidel Castro proclamó tozudamente “socialismo o muerte”. Y poco faltó para que literalmente muriéramos de hambre, porque, al terminar el subsidio soviético, escaseó todo y sobrevino la pesadilla que los mandamases, siempre dados a los eufemismos con tal de no llamar las cosas por sus nombres,  bautizaron como “periodo especial en tiempo de paz”.

Corroborando que bajo el castrismo siempre todo puede ser peor, aquella pesadilla del Periodo Especial nos parece nimia, pálida, con la mucha más sombría de hoy, con el hambre y los apagones multiplicados varias veces, a la que nos han arrastrado con sus fallidas y desastrosas políticas económicas los mandamases de la continuidad postfidelista.

Y de nuevo en este fin de año, el peor y más triste de los últimos 66 ―cuando, a falta de motivos para celebrar en pocas casas cubanas habrá fiesta―, vuelve a imperar, como en aquel diciembre de 1991, el presentimiento de que este año será el último de la dictadura.

Muchos, desilusionados, afirman que eso hace mucho tiempo que lo vienen escuchando y no acaba de ocurrir. No les falta razón, pero parece que ahora sí será. 

Hasta los más escépticos y desesperanzados opinan que “algo grande tiene que pasar”. Y no será precisamente un milagro, ruso o chino, que salve al tardocastrismo.   

El régimen se enfrenta a la más adversa de las situaciones que ha tenido que afrontar. A pesar del tono triunfalista, se nota su desesperación. Se han agotado todas sus posibilidades. Cada vez hay más descontento y pese a las amenazas de más represión contra los que protesten, parece inevitable que ocurra un estallido popular de magnitudes incalculables. Y para colmo, en medio de un nada propicio escenario internacional, se le viene encima en unas semanas, la administración Trump, con el cubanoamericano Marco Rubio como secretario de Estado, que probablemente arreciará las sanciones.     

Tanto ha ido el cántaro a la fuente que es hora ya de que se rompa. No se sabe cómo será, pero de que se rompe, se rompe. Está en juego la vida de la nación cubana.  

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