Friday, September 27, 2024
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Secretos que el general Espinosa se lleva a la tumba y silencios que quedan

PUERTO PADRE, Cuba.- “¿De qué murió, cuál fue la causa de la muerte del General de Cuerpo de Ejército Ramón Espinosa Martín?”, se preguntan en Cuba y en el extranjero.

Murió de “manera repentina”, en la tarde de este martes, dice la nota del periódico Granma, órgano oficial del Comité Central del Partido Comunista de Cuba (PCC), del que el occiso fue fundador y a su deceso, integrante del Buró Político, máxima instancia de poder gubernativo en el archipiélago-cárcel al que llamamos Cuba.

Luego… si el General de Cuerpo de Ejército Ramón Espinosa Martín murió de “manera repentina”, a los 85 años de edad y todavía en servicio activo como primer viceministro de las Fuerzas Armadas, finiquitó, contrariamente, a como estratega vivió: calculando cada uno y todos sus actos, todos los minutos de sus días.

Una vida al servicio del régimen

Graduado en la extinta Unión Soviética (URSS) en la por entonces muy encumbrada academia para oficiales superiores Voroshilov, Espinosa Martín fue herido grave por una mina antitanque que, al salirse del carril desminado voló su transporte blindado en el frente de Cabinda, al que mucho trasluce de su método de dirección.

Pero ni en las guerras africanas ni en ningún otro conflicto, si bien permaneció con las botas puestas sobre el terreno de operaciones, Espinosa fue un líder natural sino formado para la dirección operativa; no tuvo el carisma, verbigracia, de los generales Arnaldo Ochoa o Leopoldo Cintra, aunque en la práctica no estuvo detrás de ellos.

Fue Ramón Espinosa un jefe táctico, estratégico, a lo soviético, entiéndase, vertical a lo Voroshilov, luego por fuerza académica, ausentes esos méritos que hacen de cada soldado un líder y que distinguen a un militar en cualquier país democrático del mundo. Entonces no resulta raro que cual perro amantísimo de su amo, capaz de atacar a sus mismos hermanos de lechigada, Espinosa Martín más que un soldado disciplinado, fue un celoso guardián de los hermanos Fidel y Raúl Castro.

Mi historia con el general

Conocí al por entonces general de división Espinosa finalizando los años ochenta, en Holguín, acompañando yo al general Ginarte Espinosa, cuando por razones operativas, entre ellas las de militares involucrados en delitos, el jefe del Ministerio del Interior en Las Tunas debió contactar personalmente y no por otras vías con el jefe del Ejército Oriental.

Y, como la primera vez, fue un poema triste, éste con la tinta del paredón en sus manos, la última vez que tuve al general Espinosa a un metro de distancia de mí. Fue en los años noventa, eufemísticamente, llamados “período especial en tiempos de paz”; pero él, obnubilado jugando a la guerra, no me vio, o no quiso verme por el mal recuerdo que yo debía entrañar para él.

Fue en una carretera, en Puerto Padre, al borde de los terrenos de maniobras del Ejército; yo ya era civil, y los militares maniobrando, habían detenido mi vehículo para dar paso al jeep del general, un flamante Niva de cuatro puertas. Y cual un retrato de las clases en Cuba, llegó Espinosa con uniforme de campaña nuevo, reluciente, y, saludó al recluta que con el uniforme descolorido y las botas desbaratadas, sí, en plantillas, desatornilladas aquellas botas de infantería, sin suelas –marcado como al fuego no he olvidado esa escena tan cubana, tan socialista– en posición de “firmes” cuasi descalzo el soldado saludó al general de división Ramón Espinosa Martín, quien ya, cumpliendo órdenes de Fidel y Raúl Castro, había condenado a muerte al general de división Arnaldo Ochoa Sánchez, al coronel Antonio de la Guardia Font, al mayor Amado Padrón Trujillo y al capitán Jorge Martínez Valdés.

El caso Ochoa

Muchos se han preguntado, y no sólo en Cuba sino en diversas partes del mundo, cómo pudo ser que, sin ser jurista ni tener experiencia judicial, Ramón Espinosa Martín fuera designado “presidente” del Tribunal Militar Especial que “juzgó” y condenó a muerte a militares como él mismo, con las mismas prebendas suyas.

La respuesta a esa interrogante universal parece ser tan solo una: Porque así lo decidieron Fidel y Raúl Castro, por la confianza absoluta que para cumplir con sus órdenes, les inspiraba Ramón Espinosa.

Y recuérdese que dos oficiales superiores con rangos de viceministros, uno de las Fuerzas Armadas Revolucionarias (FAR) y otro del Ministerio del Interior (MININT), los generales de división Julio Casas Regueiro y Fabián Escalante Font, que sí es un letrado, debieron subordinarse a Espinosa, iletrado jurídicamente hablando, y por entonces, jefe de una apartada región militar, la del Ejército Oriental.

De aquel tribunal militar que con tres jueces funcionó en 1989 en La Habana, cual orquestación judicial estalinista en Moscú en los años 30 del pasado siglo, dos integrantes han muerto: el general de cuerpo de Ejército Julio Casas Regueiro, incondicional de Raúl Castro y que lo sustituyó como ministro de las FAR, y ahora Espinosa Martín. Vivo y en condición de retiro desde hace muchísimos años, ya solo queda el general de división Fabián Escalante Font, que fuera jefe de la Dirección General de Contrainteligencia (Seguridad del Estado) y jefe de la Dirección Política Central del MININT.

Pero, por lógica, por reglas, por compartimentación, las instrucciones que personalmente debieron dar Fidel y Raúl Castro al Tribunal Militar Especial, para que murieran por sentencia judicial los que, vox populi, con un tráfico de drogas internacional e institucional de por medio, sería raro que murieran por “suicidio” o por “accidentes”, como tantos otros, debió recibirlas de forma oral y en solitario Ramón Espinosa Martín, quien, diciendo sin decir, debió trasmitirlas a los “jueces”, y quien la tarde de este martes, murió de “manera repentina”. Esas instrucciones son secretos que Espinosa se llevó a la tumba.

Pero si, de “manera repentina” y por estos días muriera el general Fabián Escalante Font, que el próximo 24 de noviembre cumplirá 84 años con las alforjas también repletas de secretos, entonces cabe pensar que alguien en vísperas de irse al más allá, antes de morirse, está borrando huellas, porque muchos silencios todavía quedan.

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