Friday, September 20, 2024
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“Sálvame, todavía puedo hacer historia”, clama un cartel sobre una pared de La Habana

Escrito en un muro ceniciento, que sirve de orinal a los borrachos nocturnos, el cartel habla en nombre de la ciudad

Juan Diego Rodríguez, La Habana |

El mensaje conmueve sobre todo por su ubicación. (14ymedio)
El mensaje conmueve sobre todo por su ubicación. (14ymedio)

Las cámaras que seguían a Eusebio Leal por las calles de la capital rara vez se atrevieron a rebasar el perímetro de la ciudad antigua. Fuera de los límites trazados por la Oficina del Historiador, la otra Habana –áspera y mugrienta– ha encontrado el tono perfecto para expresar su desesperación: los carteles pintados por una mano anónima con espray o carbón.

La ciudad habla a gritos sobre sí misma, no con la voz solemne de Leal sino con frases breves y rotundas, como la que encontró este diario en una esquina de la calle Neptuno: “Sálvame, todavía puedo hacer historia”. El mensaje conmueve sobre todo por su ubicación. Escrito en un muro ceniciento, que sirve de orinal a los borrachos nocturnos, el cartel habla en nombre de La Habana.

Quienes caminan junto al letrero, llevando carritos con lo poco que han podido encontrar, sudorosos tras correr para alcanzar la guagua, vestidos con camisetas y con chancletas remendadas en los pies –no hay dinero para otra cosa–, saben que quien escribió el cartel no solo hablaba de la ciudad, la pared o el barrio, sino de cada habanero que exige, como el muro, una tregua.

Quienes caminan junto al letrero, saben que quien escribió el cartel no solo hablaba de la ciudad, la pared o el barrio, sino de cada habanero que exige, como el muro, una tregua. (14ymedio)
Quienes caminan junto al letrero, saben que quien escribió el cartel no solo hablaba de la ciudad, la pared o el barrio, sino de cada habanero que exige, como el muro, una tregua. (14ymedio)

A pocos pasos de allí, en Neptuno y Escobar, un vecino que ha hecho del cartel su mantra señala un alero destrozado sobre la acera y bromea: “Ese alero ya es historia”. En condiciones similares están las paredes de Galiano y de Reina, por donde los jóvenes –que nunca podrán comprarse un carro– andan en bicicletas vertiginosas.

Quien consulte este martes la página de la Oficina del Historiador de La Habana se encontrará con una ciudad que no necesita que la salven. Los dirigentes preparan celebraciones y homenajes a las causas más extravagantes –desde el centenario de Lenin hasta los 20 años de la consagración de la catedral ortodoxa griega–. Se consigue dinero para restaurar edificios en los que no vive nadie mientras las cuarterías y solares de Centro Habana se vuelven cada vez más inhóspitos. Los herederos de Leal festejan con costosos trajes europeos y los militares de Gaesa demuestran quién manda en la capital.

“Leales a Leal”, como subrayan todas las fotos de la Oficina, es muy poco probable que alguno de ellos pase –exhausto o preocupado por las penurias de vivir en Cuba– frente al cartel de la calle Neptuno.

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