La pintura de colores a espaldas del edificio en la esquina de Campanario y Malecón, en La Habana, solamente está ahí para disimular el hueco que dejó un derrumbe del lado de San Lázaro. La misma función cumple una suerte de parque –si puede llamarse así un terreno de cemento gris, desnudo de árboles– construido donde un día estuvo un inmueble.
Sin embargo no se puede ocultar, porque, pegados al número adyacente, quedan restos de la fachada. Como si hubieran querido consignar a propósito una huella más de la ruina de Centro Habana.
De espaldas a la avenida que da al mar, cuyas construcciones sí, de vez en cuando, tienen la suerte de recibir mantenimiento, por ser pasarela obligada de turistas e invitados extranjeros del régimen, San Lázaro es una de las calles más olvidadas de la capital. Aquí no importa si el salitre, la escasez y la desidia muerden las fachadas hasta tirarlas abajo.
No siempre fue así. Esta misma esquina está a medio camino de dos arterias que en su día hervían de comercio y rezumaban lujo: Belascoaín, por un lado, y Galiano, por otro.
Junto a Belascoaín y San Lázaro está uno de los lugares emblemáticos del municipio, el Parque Maceo, donde se encuentra el Torreón de San Lázaro, punto vigía del siglo XVII, y los niños de Centro Habana podían escapar de sus minúsculas y sobrepobladas viviendas para correr, jugar, montar en bicicleta, rasparse las rodillas.
Hoy, se ven cada vez menos infantes en el lugar. La tasa de natalidad está mermada por el éxodo migratorio y la desesperanza. Ya no hay actividades ni espectáculos infantiles
El lugar es considerado también neurálgico porque en él confluyen varios barrios: San Leopoldo, Pueblo Nuevo y Cayo Hueso.
Hoy, se ven cada vez menos infantes en el lugar. La tasa de natalidad está mermada por el éxodo migratorio y la desesperanza. Ya no hay actividades ni espectáculos infantiles en el parque. La cafetería que se abrió en los noventa, en la primera dolarización, bastante concurrida, cerró hace años. La mala fama de la secundaria básica, ahí mismo en Belascoaín y San Lázaro, de marginalidad, matonismo, violencia y drogas, se ha extendido por todas estas calles.
En el otro punto fundamental, Galiano, poco queda de su anterior latido comercial. En la esquina con San Lázaro, el hotel Deauville no se recuerda por haber sido cabaret y casino propiedad de mafiosos –y correspondientemente saqueado con el estallido de la Revolución– sino por uno de los focos de las entonces históricas protestas de agosto de 1994 conocidas como el Maleconazo.
Esa zona se salva por tener ya un pie en La Habana Vieja, mimada por la Oficina de Historiador, las donaciones internacionales y los turistas.
Pero los viajeros no se acercan a San Lázaro y Campanario. Los niños ya no se oyen en las calles. Un anciano pasa por delante del parque de cemento arrastrándose con un andador. Una esquina caída en desgracia, como la Isla entera.
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