Tuesday, November 26, 2024
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Rodovaldo Esquivel: “En mi tiempo los peloteros dejaban de comer cuando perdían”

LA HABANA, Cuba.- Pinar del Río tiene hoy un montón de trofeos en sus vitrinas beisboleras. Sin embargo, unas décadas atrás sus equipos eran nobles corderos que acababan indefectiblemente devorados por los lobos de aquellos diamantes.

Fue ese tiempo inicial el que le correspondió a Rodovaldo Esquivel Hernández, quien se rebeló contra el guion prestablecido (perder y perder) y les amargó unas cuantas jornadas a las poderosas escuadras de Industriales, Azucareros o Mineros.

Recuerdo que lo conocí en casa de un amigo común, el inmenso Luis Giraldo Casanova. Hasta ese entonces, poco sabía yo de Esquivel como no fuera que había sido un zurdo importante en los años previos al despegue definitivo de la escuadra occidental en los clásicos domésticos.

Era una tarde de tertulias, y entre uno y otro trago aproveché para conversar largamente con este hombre que laboró más de diez años en la EIDE provincial y por cuyas manos pasaron jugadores como el estelar relevista Liván Moinelo y el receptor Lorenzo Quintana, hoy en Ligas Menores.  

Su tránsito por la pelota de casa se saldó con sólida efectividad de 2.64 limpias por juego completo en unos 700 innings de trabajo. Y como premio a ese quehacer, pudo decir adiós al béisbol con la coronación en el campeonato nacional de 1978, el primero que fue a parar a las vitrinas tabaqueras.

Unos años después de aquel encuentro en el hogar del Señor Pelotero, ya con 74 años cumplidos, Esquivel evoca para CubaNet la etapa que le tocó vivir en la mágica historia de la pelota insular.

“Jamás voy a olvidarme de ese primer triunfo de Vegueros”, me dice. “Yo me llevaré el privilegio de haber jugado al lado de Casanova, Urquiola, Giraldo González, Fernando Hernández, Juan Castro, Rogelio García, Julio Romero y Jesús Guerra, entre otras figuras legendarias”.

—¿Cómo hiciste para no perder los ánimos en los equipos de la época en que debutaste?

—Es verdad que cuando yo empecé en Series Nacionales, Pinar no tenía los trabucos que vinieron después. Pero eso no me desanimó, porque siempre quise convertirme en un buen pitcher. Recuerdo que en una ocasión le dije a mi difunto padre que quería ser como aquel gran zurdo de la capital, “Changa” Mederos, y él se limitó a responderme que eso dependía de mí. Y mira si le puse interés que ese año fui invitado a la Serie Nacional y al siguiente ya era abridor en el equipo. Nunca me faltaron el deseo y el interés. Gracias a eso llegué a ser uno de los mejores de Cuba en ese tiempo.

—¿Cuáles fueron tus principales recursos como pitcher?

—La recta se me movía bastante. Tiraba screwball y curva y poseía buen control. Esa es la parte fundamental del pitcheo y deriva del interés que tú le pongas en los entrenamientos. Eso funciona para cualquier lanzador, lo mismo zurdo que derecho.

—Los peloteros de tu generación siempre hablan del amor que se sentía por el béisbol…

—Así era. Cuando yo llegué a la Serie Nacional nosotros nos hospedábamos en el estadio, y un día como a las cinco de la tarde nos dieron los uniformes y fuimos varios los que dormimos con ellos puestos. La emoción fue tan fuerte que no nos los quitamos. Eso no se puede describir con palabras. El punto es que se jugaba con mucho amor: los jugadores lloraban por las derrotas y hasta dejaban de comer cuando perdían.

—Y ahora, ¿cómo lo ves ahora?

—Se ha perdido pasión. El béisbol se siente en el corazón y yo veo que esta juventud tiene mejores condiciones para entrenar y jugar, pero carece del interés que teníamos nosotros. Nosotros íbamos de oriente a occidente en una guagua, llegábamos al terreno y nos poníamos los spikes para echar un piquete al flojo. Aquello era lo más grande del mundo. Yo me quedo asombrado con las cosas que pasan en estos tiempos. Estoy seguro que si todo el mundo sintiera más el béisbol, esta pelota sería un poco mejor.

—¿Y eso se puede revertir?

—Tal vez. Puede haber muchos factores que inciden en eso, pero a mi entender uno esencial es la dirección de los equipos. El director tiene que dejar claro que él es el que manda y que quien no tenga ganas de ponerle el alma a la pelota se puede ir para su casa. Una papa podrida en un saco echa a perder las otras. Siempre tengo presente que el desaparecido José Miguel Pineda lo único que nos decía antes de los juegos era “caballero, ustedes son los que juegan, yo solo los dirijo”, luego daba tres palmadas y nosotros salíamos con unas ganas gigantescas.

—¿Te atreves a darme un Todos Estrellas histórico de Pinar?

—El receptor sería Juan Castro. En primera pongo a Lázaro Cabrera, en segunda a Alfonso Urquiola, en tercera a Omar Linares y en el shortstop, a Giraldo González. En el jardín derecho estaría Casanova, David Sánchez en el central, Fernando Hernández en el izquierdo, Daniel Lazo sería el designado y Rogelio García se haría cargo del montículo. Y como director, Pineda.

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