Sunday, December 29, 2024
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“Respiro por la memoria”, las cartas de Gastón Baquero a Lydia Cabrera

Salamanca/De qué manera podían hablarse Lydia Cabrera y Gastón Baquero sino como dos mariscales de Napoleón después de Waterloo, o como dos viejos dioses desterrados por dioses nuevos. Reconstruir al menos un segmento de esta conversación, como ha hecho Ernesto Hernández Busto para la editorial Betania, no es solo filología: es una profesión de fe. 

La presencia del exiliado en cualquier época es silenciosa. Se quiere existir tranquilamente y no llamar la atención. Baquero rompió ese mito con su epistolario y con los almuerzos criollos que presidía en Madrid –“con remate de refresco de tamarindo”–, que acabaron por convertirse en tradición para sus discípulos. 

El poeta se exilió en la capital española; Cabrera en Estados Unidos (“un país que nunca le gustó demasiado”). Ambos formaban parte de una República que se había ido a pique, no solo como proyecto político sino también como posibilidad. Para Hernández Busto, Cabrera es “la gran solitaria de la literatura cubana”. Anticomunista raigal, qué lugar podía tener en el nuevo orden de Castro. Sobrevivió gracias a las joyas que había sacado de Cuba; Baquero lo hizo vendiendo sus libros raros y valiosos, que también se llevó en 1959. 

“Ambos fueron longevos, con vejeces un poco tristonas, que giraron alrededor de esos dos polos del exilio cubano: Madrid y Miami”

“Ambos fueron longevos, con vejeces un poco tristonas, que giraron alrededor de esos dos polos del exilio cubano: Madrid y Miami”, resume Hernández Busto en su prólogo. Los originales de las Cartas están entre los Lydia Cabrera Papers de la Cuban Heritage Collection en la biblioteca de la Universidad de Miami. El libro está disponible para descarga gratuita en este enlace. 

En la primera carta, que Hernández Busto estima que fue enviada hacia 1978, Baquero comenta la “perversidad” literaria que representa para él La consagración de la primavera, de Alejo Carpentier. “Es el libro que Castro le venía exigiendo desde hace mucho tiempo para considerarlo integrado”, afirma. 

Entre anécdotas y chismes sobre amigos y enemigos, Baquero perfila varias ideas sobre el pasado. La primera, sobre la satanización de la República que impulsa el castrismo, es precisamente lo que no le perdona al libro de Carpentier. “Canalladas como esta de Alejo ayudan mucho a Castro, que justifica todos sus crímenes pintando un país que, según esa pintura, merecía ser destruido”, escribe. 

El culto a la nación frustrada toma, en las cartas, un vuelo casi religioso

El culto a la nación frustrada toma, en las cartas, un vuelo casi religioso. “Lidia: hiciste muy bien en nacer un 20 de mayo”, dice en 1982. “Eres lista prenatal. Naciste en el día del nacimiento de la República, y tú y yo sabemos a cuánta maravilla sabe la palabra República, la República”. 

Otra idea es la distinción entre el exiliado y el disidente. “Disidente es, por ejemplo, Carlos Franqui, el de Revolución”, le dice a Cabrera ese mismo año. “No sé cómo me sentiría yo en esa reunión con personas, compatriotas sí, pero a distancia, que están aquí en Madrid y nunca nos hemos visto. Ellos se consideran los grandes demócratas, traicionados (muy tarde por cierto, en algunos casos) por el bonísimo fidelito”. 

Años y años de correspondencia dejan escenas y comentarios inolvidables. Lydia y Eugenio Florit bailando un danzón; más maldades de Carpentier; el “hijeputómetro” de Lorenzo García Vega; la “comemierdería” de Nicolás Guillén; los amigos comunes, perdidos, peleados o muertos. 

En 1978, Baquero cumplía casi 20 años en Madrid, un destierro que no había apagado su “criolledad”, le advertía a su corresponsal. Ese año obtuvo la ciudadanía española, pero seguía en el territorio imaginario de la Isla: “Yo vivo en el recuerdo, respiro por la memoria”.  

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