Saturday, September 21, 2024
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Preludio de un feminicidio

LA HABANA, Cuba. — Desde la calle, una mujer joven con un niño pequeño en brazos le pide a otra que está de pie en un balcón que, por favor, le abra la puerta. Sube en silencio hasta el primer piso y se para frente a una puerta entreabierta. Música y voces vienen desde adentro. La muchacha llama. Un hombre joven se le planta delante y la increpa, le dice que no tiene nada que hacer allí.

Ella solo quiere que él le devuelva la llave y vaya a buscar sus cosas, que ya están recogidas y empacadas. Él sostiene un vaso desechable, lleno hasta casi la mitad de un líquido transparente, presumiblemente ron. Dentro del apartamento bajan la música.

Él le dice que no le va a devolver la llave, que irá a buscar su ropa cuando le dé la gana. Le da la espalda, pero ella insiste. No lo quiere más en su casa, se tiene que ir ahora mismo. Parece determinada y avanza uno, dos pasos hacia la puerta.

De repente, él se vuelve. Con el puño cerrado lanza un golpe que suena, durísimo, en medio de la espalda de la chica. Ella se viró justo a tiempo para evitar que el puñetazo cayera sobre el niño, que empezó a llorar. Desde lo alto de la escalera, la mujer que había abierto la puerta para permitirle subir, contempla la escena, horrorizada.

Otra vecina se asoma al pasillo. Luego otra. Todas se paran en el balcón, de espaldas al conflicto que, escaleras abajo, empieza a subir de tono.

Ella sigue exigiéndole la llave, y que se vaya de su casa. Comienza a llorar. Él se mantiene en sus trece y le dice que no se va, que para ella no hay dinero, que a partir de ahora “se va a comer un cable”. Le grita y la empuja. La hermana del sujeto baja la música completamente y les dice a ambos que entren, que no formen eso en el pasillo. Los gritos y las ofensas se escuchan en todo el edificio.

El niño llora con fuerza, ella también grita y dice que ahora mismo va a buscar… Pero un jalón por el pelo le corta la palabra. Se queja, aprieta fuerte a la criatura y trata de soltarse. Él le advierte, le jura, que si trae a la policía la va a pinchar (apuñalar). Ella recula. Allá arriba, una de las dos vecinas se dispone a llamar a la policía, pero le aconsejan paciencia. No es la primera vez.

La hermana los convence de que entren. Una vez dentro del apartamento, siguen las ofensas y los golpes, pero todo queda en casa. Él la amenaza con no darle dinero. Ella deja de exigirle la llave, no habla más de la ropa doblada en el maletín, esperando a que él se la lleve. Ya no hay prisa, solo miedo.

Pasa el rato y la gritería deja lugar a los sollozos de la muchacha. Él la culpa por la violencia, le dice que a ella le gusta todo eso, por trágica. Ella no responde. A dos cuadras hay una estación de policía, pero ella sigue sentada ahí, esperando que su maltratador decida qué va a hacer.

Su desamparo es absoluto. Lo saben ella y el tipo. Lo sabe la hermana de él, que no mostró un ápice de compasión, sino que trató de encerrar el conflicto entre cuatro paredes para evitar problemas con los vecinos, que también saben que su hermano es un cabronazo que golpea a mujeres.

La hermana tiene una niña que sabe que su tío es maltratador. Esa violencia es algo normal para ella, que solo tiene diez años y ve cómo su madre no protege a otra madre, sino al agresor, porque es familia. Aunque sea un asco de ser humano, es familia.

¿Cuántas escenas como esta habrán sido el preludio de alguno de los feminicidios reportados este año? Un tipo que se niega a irse de una casa que no le pertenece. Una mujer condenada a la dependencia económica porque no tiene manera de sustentar a su(s) hijo(s). ¿Qué papel juegan en estos conflictos las políticas del Gobierno para “adelantar” a la mujer cubana?

Unas horas después de la discusión, el maltratador y la abusada charlaban en el rellano de la escalera. Ella, cabizbaja, escuchaba lo que él, más calmado, le decía. El niñito jugaba con la niña y aquí no ha pasado nada. Pero sí pasa, todos los días. Las mujeres que se encuentran en situaciones como esta necesitan ayuda urgente. No basta con denunciarlo a la policía que, en el mejor de los casos, recoge la declaración y deja libre al agresor, con todo el tiempo del mundo para cometer el crimen definitivo y convertir a la víctima en un número más de la lista de feminicidios.

Son muchas las mujeres cubanas que soportan violencia doméstica, económica y psicológica, que tratan de buscar apoyo y no lo encuentran. Son muchas las que se resignan a aguantar por lo que creen que es el bien de sus hijos.

Para esas mujeres, el Gobierno que niega la existencia de feminicidios e incluso culpa a las víctimas por no denunciar —lo cual es falso—, no tiene un plan. Esas mujeres han sido descartadas de antemano. Sus hijos crecerán huérfanos, desorientados, violentos. Es un error suponer que la violencia de género recae solo en la mujer; también impacta directamente en su descendencia, hiriéndola y deformándola para siempre.

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