Monday, November 25, 2024
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Por una copa de Chapman

LA HABANA, Cuba.- Decía “tira duro pero eso no basta. Va y no llega”. Así hablaba yo de Aroldis Chapman por allá por el año 2009, cuando el zurdo decidió quedarse en Rotterdam para luego invadir las Grandes Ligas. No me daba confianza porque su recta y su comando avanzaban por caminos cualitativamente muy distantes. Pero entonces ‘los malos’ lo mandaron al quirófano de los coaches de pitcheo.

Remedio santo. Le metieron bisturí en los movimientos, el agarre de la bola, el release point, incluso el pensamiento sobre el box, y de la cirugía salió un lanzador mejorado a lo largo de sus 193 centímetros de altura. Entonces dejó de ser ‘el Chapman que tiraba duro’ para ser ‘Chapman el duro’.

Sabía que era capaz de intimidar (ah, la vieja escuela) y sentó credenciales desde el mismo primer día. No se me va a olvidar jamás: Cincinnati lo hizo debutar en el verano de 2010 contra Milwaukee, y el holguinero liquidó de one-two-three con varios envíos entre 101 y 103 millas por hora. Todo Ohio gritó aquella noche en el Great American Ball Park, y yo hice lo mismo en La Habana gracias a los milagros de la radio.

Poco a poco aprendió los secretos del oficio, aunque siempre brilló por el afán de arrimarle la bola al oponente. Las costillas también hay que cuidarlas, y Chapman se lo ha hecho saber por espacio de más de una década a los mejores bateadores de este mundo.

El territorio debe ser marcado —ya lo decían Pedro Martínez, Randy Johnson, Bob Gibson, Roger Clemens— y en eso él es un crack. El rival está avisado, y se planta en home plate con la idea latente de que el impacto de una Rawlings a más de 100 mph duele mucho, sobre todo si hay frío y se incrusta en un lugar desprotegido. Así, a menudo el rival prefiere salir rápido del trámite… y se poncha. El mismísimo Bryce Harper lo admitió: ante él “solo pienso que no quiero morir”.

Porque solo con esa receta brutal (velocidad atronadora combinada con amenaza a la integridad física del otro) se puede retirar por la vía de los strikes a casi 15 hombres cada nueve episodios durante 700 innings de trabajo. Una barbaridad en cualquier parte, pero más en un béisbol donde todos están aptos para hacer los ajustes de rigor.

Chapman es, nadie lo dude, un orgullo cubano. Hay quienes le señalan que nunca salvó 40 juegos en un curso, pero pasan por alto que un tipo con siete selecciones al All Star Game, el vigésimo primer puesto histórico en puntos por rescate, dos anillos de Serie Mundial y un Premio Mariano Rivera no precisa de semejante logro para ser considerado grande, enorme, inmenso.

Suyo es aún el lanzamiento más veloz medido en Grandes Ligas (105.8 mph), y suya es esa marca inverosímil de 106 ponchados en 54 entradas durante la temporada 2010. O sea, prácticamente dos de cada tres peloteros enfrentados.

De manera, señores, que estamos en presencia de una leyenda. Un relevista de época. Uno de los pitchers más grandiosos que aportó Cuba a las Mayores, con una carrera comparable a las de Luis Tiant, Adolfo Luque, Mike Cuéllar y Camilo Pascual.

Como todas las cosas llegan a su fin, un día de estos Chapman se tendrá que despedir de los diamantes. Está próximo a cumplir 36 años y lamentablemente le han quitado la responsabilidad de sacar los últimos outs de los encuentros. Todavía los radares le marcan tres dígitos, pero ya no parece igual de dominante que aquel mozalbete que tiraba candela para el plato.

Sin embargo, importa poco. Es más: puede irse mañana si lo decide de ese modo. Total, su cuento ya está escrito, y en la línea final puede leerse que el mejor cerrador zurdo que dio Latinoamérica es cubano.

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