Friday, January 24, 2025
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¿Podrá Netflix cambiar el Macondo que imaginamos? 

LA HABANA, Cuba. – Luego de tantas malas adaptaciones que provocaron las quejas de Gabriel García Márquez, cuando ya parecía decretada la absoluta imposibilidad de hacer la película de Cien años de soledad, Netflix ha hecho una serie televisiva de la más famosa novela del escritor colombiano y, tal vez,  una de las más importantes e influyentes escritas en la lengua castellana luego de El Quijote, de Cervantes.

La serie, en dos temporadas de ocho capítulos, dirigida por la colombiana Laura Mora y el argentino Alex García Mora, está disponible para 190 países desde el 11 de noviembre.

Hubo dos premieres de la serie: en Bogotá, con la asistencia del presidente Gustavo Petro, y en La Habana, donde se exhibieron los dos primeros capítulos en el marco del Festival del Nuevo Cine Latinoamericano.

La elección de Cuba para el estreno de la serie de Netflix se debió no tanto a la  amistad que existió entre García Márquez y Fidel Castro como al hecho de que el escritor colombiano, ganador del Premio Nobel de Literatura del año 1981, creó el Fondo del Nuevo Cine Latinoamericano que lleva su nombre y tiene su sede en La Habana, y, en 1986, fue uno de los fundadores de la Escuela de Cine de San Antonio de los Baños. 

Muchos tememos que algún director nos robe las fisonomías, los colores y los olores de Macondo que supusimos; que nos haga ver la ascensión al cielo de Remedios La Bella, rodeada de mariposas amarillas, distinta a como la imaginamos.  

El hijo del escritor, Rodrigo García Barcha, quien con su hermano Gonzalo es de los productores ejecutivos de la serie, ha intentado disipar temores y prejuicios recomendando no hacer comparaciones.    

“Es una experiencia diferente y hay que tratar de apreciarla por lo que es, no comparando el libro constantemente; para mí son proyectos hermanos que se complementan”, explicó García Barcha a la agencia EFE. “Yo no lo estoy viendo y tratando de comparar; yo olvido el libro y trato de apreciar la serie como la serie. Por supuesto, hay todos los lazos del mundo, pero no, para disfrutarla me liberé de decir esto sí, esto no; esto se parece, esto no se parece”. 

Por mi parte, enamorado de Cien años de soledad y de la obra de García Márquez en general ―es mi escritor preferido, paso por alto, le perdono que haya sucumbido, como ciertas mariposas ante la luz, a la fascinación por Fidel Castro―, estoy ansioso por ver la serie. Pero, escéptico, tengo serias reservas. 

Prefiero mojarme sin que me tiendan un paraguas del set de filmación cuando llueve en Macondo. No acepto que me cambien el rostro de Aureliano Buendía. La voz del gitano Melquiades no puede ser diferente a la que escuché decir, con toda razón, que “las cosas tienen vida propia, solo es cuestión de despertarles el ánima”. La forma de subir al cielo de Remedios La Bella no puede de ningún modo ser distinta de cómo la vi la primera de las innumerables veces que leí Cien años de soledad en un ajado ejemplar de la Colección Huracán, impreso en marzo de 1969, que todavía conservo y que sospecho que de no ocurrir un cataclismo universal, siempre me acompañará.

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