LA HABANA, Cuba. — Alguien escribió una vez que una de las mayores virtudes —si no la principal— de un escrito valioso es la de dar lugar a nuevos trabajos en los cuales se aborde la misma temática, aunque esto se haga con enfoques novedosos o, al menos, con matices importantes. Es lo que acaba de sucederme con un artículo de mi eminente colega Luis Cino, publicado en este mismo diario el pasado jueves 7.
Comparto lo planteado en su título: “En Cuba no habrá ni glasnost ni perestroika”. También lo que expresa el bajante: “Regímenes como el castrista no admiten reformas ni perfeccionamientos, ni siquiera remiendos”. Pero considero que resulta conveniente —y aun indispensable— hacerle a lo planteado por don Luis algunos comentarios que considero significativos.
Lo primero a lo que creo que conviene aludir es a las feroces peleas de perros que, en condiciones normales, se desarrollan en el seno de esas cuadrillas elitistas. Me refiero a los partidos comunistas (cualquiera que sea su nombre oficial). So pretexto de constituir un “destacamento de vanguardia”, cada uno se las arregla para que el número de sus miembros sea claramente minoritario con respecto a la población adulta del país.
En Cuba, por ejemplo, los militantes del PCC (Partido Comunista de Cuba) son más o menos el 8% del electorado, según los últimos cálculos publicados por órganos independientes (que es la única fuente disponible, al no existir información oficial de dicha agrupación). Tan minoritaria es la esmirriada membresía de ese único partido, y tanto ha mermado en años recientes debido a la catastrófica “coyuntura”, que en mayo de 2021 la misma cabeza del régimen, Miguel Díaz-Canel, expresó ilusionado: “Con un millón de militantes este país se transforma”.
Por supuesto que esas palabras revelan, por una parte, una contumacia mayúscula: una persistencia enfermiza en mantener un partido elitista y minoritario. ¿Qué representaría el número de militantes codiciado por el Primer Secretario en un país de más de 14 millones de habitantes! Ellas también ponen de manifiesto un despiste descomunal. ¡La catástrofe nacional no se conjura con un millón de portadores del carné rojo (antes tan codiciado y hoy tan venido a menos)! ¿Qué harían ellos que no hagan los cientos de miles actuales! ¡Es el sistema en sí el que no funciona!
Párrafos atrás yo aludía a las peleas de perros que tienen lugar en las filas rojas, pero sólo en condiciones normales. Por supuesto que estas últimas no existen cuando (como George Orwell narra con brillantez en su Rebelión en la Granja) al mandamás de turno, para conjurar cualquier peligro contra su poder omnímodo, le basta con pone en acción a sus cancerberos. Que es lo que hacían en sus buenos tiempos José Stalin, el Kim de turno en Corea o Fidel Castro (si no, que lo diga el condecorado y fusilado general Arnaldo Ochoa).
Las “condiciones normales” a las que me refiero es a las que tienen lugar cuando los comunistas mantienen, sí, una represión a ultranza de otros partidos e ideologías, pero conservan en lo interno un remedo de democracia. Es en circunstancias como esas que, por ejemplo, tras la muerte de Stalin, Nikita Jruschov desechó a líderes tan destacados como Málenkov o Mólotov, sólo para ser marginado a su vez, en 1964, por Leonid Brézhnev y sus socios.
En Cuba ha pasado ya el terror pánico que (¡con toda la razón del mundo!) le tenían sus “compañeros de Revolución” al fundador de la dinastía castrista. Por su hermano menor y sucesor han sentido respeto y quizás hasta un poco de temor. Por el que está ahora, que ostenta todos los cargos supremos, no experimentan ni eso. Pero Díaz-Canel sí se siente arropado por el General de Ejército que lo propuso como su sucesor en los cargos que ostentaba. A él, el propio Primer Secretario y Presidente actual lo reconoce como su superior, con el título (que él mismo ideó y proclamó) de “Líder de la Revolución”.
Repito que cuando Cino, en su artículo, dice que en nuestro país “no habrá glasnost ni perestroika”, le asiste la razón; también cuando asegura que el disfuncional sistema actual no admite “reformas”, “perfeccionamientos” ni “remiendos”. Es que cuando Mijaíl Gorbachov acometió sus cambios en la extinta U.R.S.S., era justamente esto último lo que pretendía hacer: eliminar los aspectos negativos del sistema dirigista que heredó; darle un rostro humano al monstruoso sistema soviético.
Pero si la factibilidad de ese empeño era harto dudosa en la U.R.S.S. de 1985, en la Cuba ruinosa de 2023 representaría una verdadera locura. La catástrofe nacional ha alcanzado tales extremos que sólo un orate podría pretender revertirla dentro del mismo sistema. Lo único que cabe hacer con este último es echarlo por la borda, sustituirlo por principios diametralmente opuestos que permitan que nuestra Patria comience a avanzar y recuperarse en lo político, lo económico, lo social, lo cultural.
Y la historia de la treintena de países actuales que han padecido el cáncer del comunismo y que de un modo u otro han logrado librarse de él nos enseña una cosa: ese proceso deberán comenzarlo personas que permanecen agazapados en el Comité Central del único partido; los mismos camaradas de quienes, desde las más elevadas jerarquías actuales del Estado-Partido, han encabezado el proceso de involución que ha conducido a nuestro país a la furnia en la que ahora mismo está metido.
Ese proceso ha demorado —creo— más tiempo del que razonablemente cabía pensar. Es probable que la sostenida presencia de Raúl Castro (ya sin los cargos supremos del Partido y el Estado, pero todavía al frente de todo con el título inventado de “Líder de la Revolución”) haya retardado el proceso. Pero el cambio de sistema se dará, porque no se trata de algo que dependa del deseo de unos u otros, sino porque la situación calamitosa de Cuba no permite otra salida diferente.
ARTÍCULO DE OPINIÓN
Las opiniones expresadas en este artículo son de exclusiva responsabilidad de quien las emite y no necesariamente representan la opinión de CubaNet.