Tuesday, November 26, 2024
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Para sobrevivir a un cáncer en Cuba se necesitan dinero y contactos en el sistema de Salud

Con frecuencia Marina pasaba frente al Instituto Nacional de Oncología y Radiobiología (Inor), en El Vedado habanero, pero no podía imaginar que su vida dependería tanto de aquel lugar. A partir del día que le diagnosticaron un cáncer de mama, lograr ser atendida en aquellos amplios salones se convirtió en su mayor obsesión.

Un año antes de que le detectaran un carcinoma ductal infiltrante en estadio tres, la mujer empezó a tener molestias en un seno. De inmediato decidió ir al Inor para solicitar una consulta. “Me dijeron que ese centro médico no me correspondía sin darme más detalles”, cuenta a 14ymedio esta habanera que vive a escasos 300 metros del hospital.

Meses después, ya con síntomas más severos, Marina acudió a servicios de urgencias de un hospital fuera de su municipio. A sus 54 años, empezaba a vivir lo que miles de cubanos experimentan cada año. En 2021, el cáncer fue la segunda causa de muerte en Cuba, con casi 27.000 fallecimientos, según datos oficiales.

Bajo el impacto de la noticia, Marina habló con su familia. “El diagnóstico fue un duro golpe”, recuerda su hijo menor. “Pero nos organizamos para conseguir todo lo necesario lo más rápido posible y seguir las indicaciones del médico”. El galeno aseguró que un tratamiento con quimioterapia sería “una pérdida de tiempo” y que “la vieja ya estaba más para allá que para acá”, recuerda el joven, que deplora su falta de sensibilidad y empatía.

Horas de cola, compras en el mercado informal, la solidaridad de otros parientes y el sacrificio de sus hijos fueron necesarios para conseguir la comida adecuada

La familia, sin embargo, no se conformó y tras mucha insistencia, Marina comenzó sus sesiones con la esperanza de, posteriormente, ser sometida a una cirugía para extraer el tumor.

La búsqueda de alimentos para fortalecer su salud durante el duro tratamiento no fue tarea fácil. Horas de cola, compras en el mercado informal, la solidaridad de otros parientes y el sacrificio de sus hijos fueron necesarios para conseguir la comida adecuada.

Las primeras sesiones de quimioterapia las recibió en el Hospital Docente Clínico Quirúrgico Doctor Salvador Allende (conocido como La Covadonga), en el municipio de Cerro. “Le tocaba en el Fajardo, pero se demoraba demasiado y no teníamos mucho tiempo, así que logramos resolver ahí”, explica a este diario su hija. La falta de contactos médicos de la familia obligó a hacer regalos más caros y constantes al personal médico para llevar a cabo el proceso.

Los especialistas le indicaron a la mujer cinco sesiones de quimioterapia con los sueros Carboplatino y Taxol. “Tuvimos que comprarlos en el mercado negro porque en el hospital no había”, detalla la hija. Pero ni siquiera llevar los fármacos garantizó que la paciente los recibiera. “Le pusieron las dos primeras sesiones sin el Carboplatino, pero nadie nos pudo responder sobre el paradero del medicamento, que desapareció”.

Marina solo completó cuatro de las cinco sesiones indicadas. El procedimiento se detuvo porque el tumor redujo bastante su tamaño y, además, el médico consideró que no aguantaría el quinto suero. El próximo paso era operar, pero la especialista no estaba disponible y era necesario esperar tres meses más. Otra vez la familia fue determinante para destrabar el procedimiento. Lograron, tras presiones y regalos, un turno en el Hospital Universitario Clínico Quirúrgico Manuel Fajardo.

“Cuando no podían hacer las biopsias, entonces faltaban reactivos, el tomógrafo no estaba disponible y solo pudieron conseguirle un ultrasonido en blanco y negro”

“Fue necesario conseguirlo todo, el cirujano nos pasó, muy apenado, una lista con los insumos para la operación. Logramos conseguir la mayoría, desde guantes hasta antibióticos en el mercado negro. Otra parte la donaron amigos y familiares”, detalla su hijo.

A pesar de la indigencia material del centro médico, Marina fue operada por un equipo muy capacitado y salió bien. Aún le quedan ganglios preocupantes en su seno izquierdo y debe continuar asistiendo a las consultas de revisión y visitando imagenólogos, además de realizarse análisis complementarios, pero está viva.

Anabel no corrió la misma suerte. Residente en la ciudad de Holguín, la mujer tenía 46 años cuando comenzó a sentir molestias. Ella sí tenía contactos médicos, gracias a su hermana, que trabajó en un hospital de la misma provincia antes de desertar en una misión en Brasil.

Tras varios viajes al Hospital Clínico Quirúrgico Lucía Íñiguez Landín, solo encontró problemas: “Cuando no podían hacer las biopsias, entonces faltaban reactivos, el tomógrafo no estaba disponible y solo pudieron conseguirle un ultrasonido en blanco y negro”, cuenta su sobrina a este diario.

El ultrasonido apenas aportó información sobre el bulto y no fue posible realizar un diagnóstico más detallado por la falta de material para una biopsia o imágenes más definidas. No había nada de eso en la provincia.

Para brindar un poco de consuelo añadió: “Si no consiguen en otro sitio vamos a ver qué se puede hacer en unos meses”

Anabel, junto a su esposo y su hija adolescente, decidieron trasladarse de urgencia a La Habana. Sin conocer a nadie en el entramado médico de la capital cubana, se lanzaron en busca de ayuda y finalmente resolvieron una consulta y los sueros. El diagnóstico fue similar al de Marina, pero la geografía resultó un factor determinante. Había perdido demasiado tiempo y su cuerpo no resistió la quimioterapia. Murió tras el tercer suero.

“Si la paciente hubiera acudido a tiempo a nuestro hospital, sus posibilidades de sobrevivir al cáncer hubieran sido mejores. Es lamentable que las oportunidades estén determinadas por dónde vives o de los recursos disponibles”, comenta a 14ymedio, bajo condición de anonimato, el médico que atendió a la holguinera.

María Karla tiene 23 años y vivía en Granma cuando se le diagnosticó un tumor en su ovario derecho. Ella acudió al ginecólogo, poco después de graduarse de la universidad, porque sintió una inflamación y punzadas incómodas en su bajo vientre.

“Mediante amistades logré que me atendiera una de las pocas especialistas en patologías de cuello que quedan en la ciudad de Granma”, dice. La doctora evaluó a la joven y comprobó que había una anomalía. Entonces solicitó un ultrasonido, el único método que hay disponible actualmente en la provincia para lograr definir qué era aquel “cuerpo extraño”. El resultado fue claro: se trataba de un tumor en el ovario derecho de 15 por 11 centímetros.

La recomendación de la doctora, explica a este diario la madre de María Karla, fue “conseguir con carácter inmediato una tomografía en Santiago de Cuba o La Habana”, pues solo en esas ciudades están disponibles los dispositivos que las realizan. En Santiago, más cerca de Granma, no lo lograron por falta de contactos y viajaron de inmediato a la capital.

“La seguridad también era muy cuestionable. La alimentación, ni hablar. Nadie sano, mucho menos enfermo, debe comer lo que ahí sirven”

La familia habanera de la joven consiguió rápido un cirujano, porque “fuera lo que fuera el tumor, había que sacarlo”, puntualiza la madre. El especialista tenía reputación de ser muy bueno con el bisturí, aunque las cirugías de ovario no eran su especialidad, y también resultó ser un ser humano muy empático, algo que alivió a María Karla y le sirvió de apoyo a su familia.

De carrera en carrera, unos amigos le consiguieron una consulta en el Inor. Allí, un doctor confirmó la presencia del tumor, pero añadió que no la podían operar en ese hospital pues solo estaban priorizando los casos oncológicos más delicados debido a la falta de recursos. Para brindar un poco de consuelo añadió: “Si no consiguen en otro sitio vamos a ver qué se puede hacer en unos meses”.

Las relaciones y los recursos monetarios de la familia lograron que María Karla tuviera su tomografía. Las imágenes mostraron un tumor de gran tamaño que parecía benigno, pero no se podría confirmar su naturaleza hasta después de la cirugía en la que se obtendría una biopsia del tejido. La joven sentía que todo iba demasiado lento.

Los sitios digitales de clasificados ayudaron a completar los insumos necesarios para la operación. Vías intravenosas, sondas, guantes, gasa, jeringuillas y esparadrapo fueron comprados a través del mercado informal. La otra parte del empuje para lograr un ingreso hospitalario la dieron los regalos al personal médico. María Karla debió mejorar su alimentación previamente y la familia invirtió parte de su capital en carnes, leches, frutas y otros productos. Finalmente logró ser aceptada en el hospital Calixto García, en La Habana.

“El estado de las instalaciones era precario, bañarse allí con las defensas bajas no puede ser saludable”, recuerda la joven. “La seguridad también era muy cuestionable. La alimentación, ni hablar. Nadie sano, mucho menos enfermo, debe comer lo que ahí sirven”.

“El médico me dijo que no me lo dejara quitar, porque eso era oro en ese hospital, ya que en ese momento había seis pacientes ingresados que necesitaban antibióticos y solo se contaba con suministros para uno de ellos”

“Eso lo puedo decir ahora, por supuesto, pero estar allí le había costado una verdadera fortuna a mi familia”, reconoce. Además de resolver la estancia y atención de la joven, los padres y hermanos de María Karla se ocuparon de llevarle la merienda a los médicos que, tras horas de trabajo no tenían nada con que aliviar el hambre.

La operación se programó para un martes pero un problema internó obligó a cambiarla al miércoles. La joven temía que, a pesar de tantos recursos invertidos, la cirugía fuera cancelada o pospuesta indefinidamente. Cuando entró al salón se aferraba a un bolsito que llevaba una vía intravenosa, una sonda, dos bulbos de antibióticos y un analgésico inyectable.

“El médico me dijo que no me lo dejara quitar, porque eso era oro en ese hospital, ya que en ese momento había seis pacientes ingresados que necesitaban antibióticos y solo se contaba con suministros para uno de ellos”, recuerda. Junto al estrés de ser sometida a la primera cirugía de su vida, la paciente debía evitar que durante la sedación o la convalecencia le robaran parte de lo que tan difícil fue conseguir.

El médico pudo extraer todo el tumor sacrificando el ovario derecho y parte de una trompa de Falopio de María Karla. Luego de la operación estuvo cuatro horas en la zona de postoperatorio porque los camilleros demoran, a propósito, a los pacientes en esa área hasta que la familia contribuya con ellos, ya sea con regalos o dinero. La joven vivió aquella demora como un calvario.

“Si mañana logra pararse, caminar y soltar gases, sáquenla del hospital porque esto aquí no está higiénico”

“Me sentí maltratada”, subraya. “Es normal que el salón y el postoperatorio estén muy fríos para neutralizar las bacterias, pero yo había perdido algo de sangre, estaba adolorida y tras cuatro horas en aquel frío comencé a temblar y esas contracciones hacían que me doliera de forma espantosa la herida”.

Una tía de María Karla quiso acercarle unas medias para aliviar los temblores pero la enfermera a quien se las dio intentó robarlas y hubo que buscar otra forma para ayudar a la joven. Finalmente, la camilla con la paciente salió del postoperatorio y fue trasladada a su cubículo del tercer piso.

La recomendación del médico a la familia fue tajante: “Si mañana logra pararse, caminar y soltar gases, sáquenla del hospital porque esto aquí no está higiénico”.

Han pasado ocho meses y María Karla dice estar en remisión. La familia se mudó definitivamente a La Habana para dar seguimiento médico a su padecimiento y debe hacerse ultrasonidos y análisis regulares, además de atenderse con un endocrino en el Hospital Ginecobstétrico Ramón González Coro, en El Vedado.

Una pequeña cicatriz en el vientre le recuerda cada día el vértigo que vivió tras el diagnóstico, el apoyo de su familia y todos los recursos que se dejaron en el camino. Pero está viva y eso es lo que importa. Otras, como la holguinera Anabel, no tuvieron tanta suerte.

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