El autor centra sus décimas de esta semana en Miguel Díaz-Canel y su nefasto mandato de represión y crisis
Alexis Romay, Nueva Jersey |
Aquí ves al Hombre Nuevo,
ese matón ejemplar
de la junta militar
que quiere ser el relevo
del patán que escondió el huevo,
la sal, la harina, el pescado,
el pan, la pasta, el helado,
los cítricos, la bebida,
la luz, la patria, la vida,
e impuso el terror de Estado.
Aquí ves al compañero
que se jacta de heredar
esa junta militar
que ha vuelto un estercolero
a Cuba, ¡al país entero!
Soberbio y pálido llega
con su panza palaciega,
con su séquito, su esposa
y toda esa gente odiosa
que a su vera se congrega.
Aquí ves al heredero
del odio y de la violencia,
que goza de la opulencia
que heredó del guerrillero
que volvió a Cuba un chiquero,
una pocilga, un corral
y que nombró “General”
a su sanguinario hermano
e hizo que el pueblo cubano
se olvidara del tamal.
Aquí tienes al farsante
que dice que habla por Cuba
con ese timbre de tuba
desafinada y chirriante
que heredó del atorrante
que gritaba “patria o muerte”,
mientras la nación inerte
asustada ante el terror
de ese cuerpo represor
se resignaba a su suerte.
Aquí tienes al tirano
que se jacta de mandar
a sus perros a matar,
que contra el pueblo cubano,
con ese rencor malsano,
se despierta día a día,
que ordena a la policía
—ese cuerpo represor—
a implementar el terror
contra la ciudadanía.
Aquí ves a Puesto-a-dedo,
esa torpe marioneta
que apunta la metralleta
contra el pueblo, cuyo credo
se nutre a diario del miedo,
del hambre, de la censura,
cuyo régimen perdura
a golpe de represión,
porque esa Revolución
siempre fue una dictadura.
Aquí tienes al singao
—se pronuncia sin la de—,
que salió del Comité
que te escondió el bacalao
en El Cerro, en Marianao,
de un confín a otro confín
de la nación. El delfín
del castrismo sanguinario
que trajo a Cuba un calvario
que ya se acerca a su fin.
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