Saturday, September 21, 2024
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Oda al huevo

LA HABANA, Cuba – Yo sin cesar pienso en el huevo; lo evoco en las mañanas y  a la hora del almuerzo. Lo extraño también en las comidas, y en los dulces, en esas golosinas que sin huevos se tornan muy amargos aunque no les falte azúcar. Yo extraño al huevo en las mañanas de los más grandes apuros, y me llega en reminiscencias si es que lo supongo ido para siempre.

Yo lo evoco al despertar y también al mediodía, en esa hora del almuerzo, en todas las comidas. Lo quiero en las comidas en las que podría ser servido en ese continente que es un dulce, que sin él se hacen amargas las comidas, aunque no les falte azúcar. Yo lo extraño en la mañana de los mayores apuros, y me llega también en reminiscencias si es que lo creo ido para siempre.

Hasta hoy le he dedicado algunas veneraciones que son sinceras en extremo. Y es que a él se le extraña mucho y desde siempre. Alguna vez, eso se dice, el Huevo fue el mundo todo, pero eso fue hace ya mucho tiempo, en aquellos lejanos días en los que el mundo era mirado desde esa vieja teogonía a la que aún llamamos “órfica”.  

En aquellos días se llegó a asegurar, y muy enfáticamente, que el mundo era muy parecido a un huevo. El mundo se miró entonces según viejas creencias, como un huevo gigantesco, un huevo de insospechadas dimensiones; un huevo colosal, un “súper huevo”,  un huevo magno. Y al parecer esa teoría ha vuelto a ganar cierta preponderancia y muchísimos adeptos, en Cuba, donde el huevo se hace extraño y visto en solo en sueños.

Y es que ese huevo, al que alguna vez le llamamos salvavidas ha ganado hoy otras consideraciones, incluso genuflexiones. El huevo es hoy nuestra mayor utopía, es nuestra peor pesadilla, la más grande… y yo estoy entre los que se despierta sofocado tras el sueño en el que el huevo se hizo protagonista.

El huevo se piensa tras la decisión de hacer un flan, y se desvanece luego, en la vida despierta. Yo sueño mucho con el huevo que los despertares  descomponen. Yo tengo raros sueños con el huevo, y algunos hasta podrían ser trágicos; sueños recurrentes que terminan siendo pesadillas. Yo adoro al huevo y a todo lo que lo contenga. Y tanta es mi afecto que me gustaría dedicarle un monumento alguna vez, lo malo es que no tengo aptitudes para esculpir,  ni el cincel consigue maravillas en mis manos.

Mi ineptitud para esculpir me lleva a dibujarlo, y con alguna frecuencia, y más cuando se pierde. Yo he trazado muchos huevos en mi vida, y más en los últimos años, sobre  sobre blanquísimas hojas de papel. Adoro sus curvas, comenzando siempre desde la altura en la que el huevo se hace más estrecho en esa continuidad que es todo un huevo.

Yo reverencio sus curvas, cada trazo con los que armo su imagen. Me gusta dibujarlo en la sartén porque es una manera de poseerlo. El huevo es para mí el inicio y el fin del mundo; quizá es por eso que reverbero de solo imaginarlo. Adoro llevar el huevo en pedazos breves a la boca, y vibrando paladeo sus esencias.

Yo le hablo al huevo aunque me digan loco, y en conversaciones exaltadas lo venero; paladeando, vibrando en su sabor. Yo le hablo al huevo y le hago reclamos. Si Raquel Revuelta dijo, en una película, muy conmovida y hasta llorosa: “Mamá, dame una gardenia”, yo grito, con énfasis idéntico al de Raquel, “mamá, hazme una tortilla…”.

 “Mamá una tortilla, un revoltillo, mamá”, un revoltillo, un dulce que contenga todos los huevos del mundo…. Yo sueño con un país de huevos y me despierto en un país regentado por huevones que no prestan atención a la producción avícola ni al huevo.

Yo pienso en el huevo y le dedico un montón de blasfemias, y chillo ordinarieces contra quienes me alejan del huevo sin recato. Y hasta pienso en esos congresos y asambleas en las que se decide su destino, y se exaltan sus producciones millonarias.

Yo sueño un huevo que chorrea todas sus densidades. Yo pienso el huevo y recuerdo a Deysi Granados tirando huevos en aquella película que se llama Plaf. Y Plaf, es quizá la manera más cercana de representar ese sonido que hace el huevo cuando se rompe en una pared, cuando cae irremediablemente sobre el suelo o cuando golpea, y se rompe, sobre la espalda de algún cubano.

Plaf, plaf, plaf, así debe sonar el huevo cuando se rompe sobre alguna espalda. Plaf, es ese el sonido del huevo que se rompió en las paredes, en las espaldas, de quienes decidieron marcharse al norte haciendo uso del puerto del Mariel. Plaf, plaf, plaf, así sonaba el huevo que debió suministrar el “comandante” para castigar a los que decidieron “traicionarlo”.

Plaf, plaf, plaf plaf; así debieron sonar los huevos en la embajada del Perú, quebrados en los cuerpos de quienes más tarde subirían a una embarcación para hacer el trayecto completico que tenía como destino final las tierras de Norteamérica. Grande es la historia del huevo en Cuba. El huevo en Cuba es ara y es pedestal, es muerte y vida, es odio y también amor, deseos.

Y alguna vez lo llamamos “salvavidas”; para entonces él era el “centro imantado” de nuestras vidas, el centro de la gran mayoría de las mesas cubanas. Y es que como dijera Jorge Manrique, “todo tiempo pasado fue mejor”, sobre todo para las mesas cubanas más hambreadas hoy.

Y el huevo terminó desapareciendo, y ahora, en sus breves reapariciones, tenemos que pagar algo más miles de pesos por un “cartón de huevos”. Aquel que fuera llamado “salvavidas nacional”, es hoy una utopía, la mayor quimera, un pobrísimo recuerdo, y tanto es así que en las redes sociales el huevo gana inusitados protagonismo, como ahora mismo.

Y el huevo ha reaparecido, pero no en la canasta básica. El huevo reapareció en una gigantografía. Son cinco los huevos que aparecen en esa imagen gigantesca que circuló en las redes. Cinco huevos paraditos en un posters enorme en la que además resalta una certeza: “Volverán”. “Volverán”, se advierte en la gigantografía en la que cinco huevos consiguen ser el centro de atención.

“Volverán, volverán”, pero esta vez no serán los cinco héroes los que vuelvan. Esta vez el reclamo, las exigencias, son dedicadas al pronto regreso del huevo y no a los cinco espías que cumplieron breves sanciones en cárceles norteamericanas por espionaje. Y en el posters, que es  remedo, se exige el regreso de los huevos y no de los héroes.

Lo que debe volver es el huevo, es la comida que está presa en manos comunistas. La imagen es desacralizadora, con la imagen se resemantiza esa parte de la historia cubana, la aleja del ridículo discurso oficial. Lo que debe volver es el huevo. Lo que ocurre es una resemantización del discurso oficial y comunista. Lo que debe volver es el huevo, y no uno o dos. Los que deben volver son los huevos que queramos, sin ambigüedades, sin rodeos el huevo constante y sonando en la sartén.

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