VILLA CLARA, Cuba. — Frente al timbiriche del particular que vende manteca en rama y jamón por libra, una anciana suplica que le pese solo una lasca, a ver si con lo que trae encima le alcanza para “darle sustancia” a unos espaguetis. El carnicero luce como un cliché del oficio: rollizo y sonrosado; y le advierte a la señora que esta es la última vez que le “tira el cabo”.
La jubilada se queja en voz alta de que a esta altura del mes apenas le quedan unos pocos pesos para resistir hasta que le “caiga la pensión” en la tarjeta, con mucha suerte, para la última semana de diciembre. La llegada de estas fechas en Cuba, motivo de festejos en gran parte del mundo, generan un estado de ansiedad que se traduce en la búsqueda del plato fuerte y otros insumos para la acostumbrada cena familiar.
Un poco más adelante de donde se halla la anciana hay un puesto de venta que oferta el jamón marca “Bravo”, lasqueado y retractilado, cuyos precios oscilan en dependencia del peso. Desde hace un tiempo hacia acá han proliferado en Santa Clara unos pequeños comercios que la gente conoce con el nombre de “mipymes”, aunque en realidad son mercadillos bien surtidos con todo lo que lleva tiempo ausente de las tiendas en divisa y de la red estatal. Esta forma de gestión privada en específico entra dentro de la categoría de la comercialización de bienes, que incluye tanto la venta de productos nacionales como importados.
Las referidas mipymes, bastante concurridas por esta época, han estado en la mira de inspectores, funcionarios y medios de prensa que las catalogan como revendedores con licencias. En una nota reciente del periódico Trabajadores se les llama “Me exprimes”, aunque reconoce que estos “mipymes-mercados” cuentan, en efecto, con más productos que cualquier tienda en moneda libremente convertible, y que los precios varían en función del lugar en el exterior donde se adquirieron, entre otros factores.
No han sido pocos los artículos de medios oficialistas que han tratado de satanizar a este tipo de mipymes, culpándolas de la inflación, del alza de la divisa, de crear nuevas desigualdades o de la imposición de precios demasiado elevados. “Si no fuera por lo que tenemos nosotros, aquí no hubiera un trozo de pollo para un enfermo, ni frijoles, ni salchichas para las meriendas de los muchachos…”, protesta Alberto, dependiente y socio de uno de estos micromercados en Santa Clara, en defensa del estado de opinión negativo que se ha generado en torno a este tipo de comercios.
Tanto en su mipyme como en otras de la ciudad existe un buen surtido de aceite comestible, pollo en paquetes, enteros o deshuesados, salchichas, pastas, y la socorrida carne de cerdo. Previendo las cenas de fin de año, trataron de abastecerse de la mercancía que las personas suelen comprar: aceitunas, mayonesas, leche condensada, coditos, jamón, etc.
Los propios dueños de varios negocios similares explican que no solo operan bajo la premisa de la oferta y la demanda, sino también en dependencia de las fluctuaciones del dólar estadounidense en el mercado informal. Mientras mayor cantidad de productos logren vender, más fácil les será adquirir la divisa para volver a surtir sus neveras.
“En estos días ha sido mucho el cerdo que hemos vendido, porque ya la gente quiere garantizar su plato fuerte del 24 y el 31. La carne que ofertamos es limpia, de calidad”, prosigue el joven. “Hay quien puede comprar varias libras, y otros que solo pueden llevarse dos o tres. La cuestión es que si lo que puedes pagar es un pedacito, pues un pedacito te vendemos, a diferencia de las que han sacado en las tiendas MLC, que son paquetes de varios kilos y sumamente cara. También vienen muchas personas de los municipios a comprar al por mayor”.
Si bien estos negocios no les resuelven el problema a quienes cuentan con menor holganza económica, como los jubilados, pensionados o a los que sobreviven solamente con un salario estatal, no es menos cierto que al menos han venido a suplir la escasez de productos en pesos cubanos.
“Baratos no son, pero es lo que hay este fin de año para los que no tenemos MLC ni familia en el exterior que nos mande el dinero”, coincide Alina Paz, maestra retirada y cliente de uno de estos establecimientos. “Yo creo que estas mipymes molestan porque le hacen competencia a las mismas tiendas, que son del estado y que sí le desangran el bolsillo a cualquiera”.
Hace unos meses, cuando se esfumaron los frijoles de los mercados, las mipymes los tenían de importación a 500 pesos y, recientemente, cuando desapareció el queso blanco tras la oleada de decomisos en Villa Clara, estos establecimientos vendían del gouda y de otro en pequeñas láminas al que llaman “americano”.
Mientras tanto, medios locales anuncian con optimismo la venta de galleta, fideo, coditos, ron marca Decano, módulos de minindustrias, dos libras de frijoles y cinco adicionales de arroz importado mediante la red de bodegas. Existen en Villa Clara unos 294.000 núcleos familiares que ya recibieron por estos días lo que “les tocaba” y un buen porciento seguramente ya lo habrá consumido.
A las puertas del fin de año, la oferta de cárnicos en las tiendas MLC es prácticamente nula y no son frecuentadas como en otras navidades. Justo por estas fechas y en años anteriores, miles de personas en Santa Clara se concentraba durante más de una semana en las áreas del mercado Buen Viaje para recibir un ticket que les permitía la compra de granos, guanajos, gallinas y carneros vivos, y el pedazo de carne para el 31.
Fueron días signados por colas y más colas, reventa de turnos, desespero e incertidumbre de no poder alcanzar el mejor pernil o que, de llegar a la punta de fila, se hubiera terminado el cerdo. Hasta el momento nada se ha mencionado sobre la posibilidad de repetir aquellas apoteósicas ferias y, sin muchas alternativas para la Nochebuena y fin de año, a los santaclareños no les quedará de otra que pagar sus cenas a precio de mipyme.
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