Thursday, September 19, 2024
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“No nos vimos nunca, pero no importó”

LA HABANA, Cuba. – Julio Cortázar escribió un poema al Che Guevara que me gustaría no recordar, pero se hace difícil olvidar a Cortázar, incluso si antes reconociéramos que fue capaz de admirar a un asesino. “No nos vimos nunca, pero no importaba”; así le escribió Julio al matador argentino, y bien sabe Dios cuánto me duele reconocer que ese mismo Julio que escribió Rayuela se babeara con su coterráneo…, aun así escojo uno de esos versos para dar título a estas líneas.

Y también estuve recordando al Tennessee Williams que escribiera Un tranvía llamado deseo, y sobre todo esa frase que fijó Tennessee poniéndola en la boca de Blanche; esa frase que dice: “Siempre he confiado en la bondad de los extraños”. Y quizá no sea tan bueno creer a pie juntilla en lo que nos advierte Blanche, pero a mí me sucedió algo que me hizo creer que Blanche y Tennessee tenían algo, quizá mucho, de razón.

Hace días conté en CubaNet sobre un padecimiento que me acosa, que me mantiene en vilo todo el día. Hace unos días conté de la tiña que me hostiga, que me hace rascar mi piel, rasparla, arañarla, para conseguir algo de paz, al menos un poquito de paz en un brevísimo espacio de tiempo. Rascarme, rasgarme la piel, es lo que más he hecho en las últimas semanas, y sin buenos resultados, al menos no en mi piel.

Y le juro al lector que la tiña es algo insoportable, que es abusiva y despiadada, sobre todo en un país en el que no existen las maneras de atacarla, pero algo bueno me trajo esa tiña, y fue reconocer la bondad de algunos extraños. Kathy, una amiga en Facebook, llamó una mañana y dijo que al día siguiente recibiría el ungüento que estaba precisando.

Kathy ofreció su ayuda aunque no nos viéramos antes. Y desde Estados Unidos llegó el bálsamo, desde Estados Unidos llegó una mañana el auxilio en las manos de un señor muy viejo y muy amable, y estuve a punto de llorar delante de aquel viejo amable, pero me contuve, y no hice otra cosa que dar las gracias. Luego me unté la crema, puse el bálsamo en todas esas lesiones que la tiña ha ido dejando en una piel que ya envejece, y que se enferma con más frecuencia.

Kathy mandó el bálsamo, esa unción que me pongo con cuidado en las mañanas y en las tardes, siempre después del baño, y cada vez pienso en la solidaridad que le está naciendo a Cuba en medio del desastre que provocan los comunistas. Cuba, la de las muchas orillas, está pensando en Cuba como nunca antes, como una sola Cuba. 

Yo “viré” La Habana tratando de encontrar algún bálsamo, un calmante, al menos un consuelo. Llegué a soñarme con las manos amarradas, atadas sobre el cuello para no rascarme, para no dañar más mi piel y los tejidos más profundos, pero no conseguí el alivio. Luego llegaría el envío de Kathy, quizá guiado por la mano de Dios. Y es que no nos ha quedado otro remedio que imaginar mientras dormimos. 

Y llegó entonces, y en la realidad, el envío solidario. Lo que solo había sido en el sueño fue entonces en la realidad. La Cuba que está al otro lado del estrecho de la Florida tocó a la puerta. Un pobre viejo golpeó con los nudillos de sus viejos dedos sobre la madera de la puerta y yo fui a su encuentro. Y yo, siempre cursi, ¿cursi?, y frente al viejo, me puse a llorar, y seguí llorando luego, mientras pisaba cada peldaño de la escalera.

Y lloré untando el cuerpo con el bálsamo, con la unción llegada desde el exilio. Lloré recordando la Sertralina que alguien me enviara desde allá para calmar mis nervios, y el alprazolam para conseguir el sueño, y algunos digestivos para auxiliar las acideces del tracto gastrointestinal y de la vida cubana. Lloré conmovido untando mi cuerpo con el bálsamo, y pensé en Cuba, en la Cuba de las dos orillas.

Pensé en la Cuba de esta Isla y pensé en la Cuba de los tantísimos exilios; pensé en los cubanos de Florida y en los de Nueva Jersey, pensé en los que andan por Madrid y Barcelona. Pensé en Roma, pensé en Torino y Nápoles, en Buenos Aires, Montevideo y México. Pensé en una Cuba que se abraza como quizá nunca antes se abrazó.

Yo miré a esa Cuba y la abracé toda, la besé. He abrazado a todas las Cubas que andan por ahí ahora mismo en unidad, en bloque y con menos dispersiones, en ese tiempo que se gestiona en el alma y que se mueve entre las múltiples geografías cubanas. Yo recibí una crema para sofocar la tiña, una crema que no me proporcionó esta Isla, pero la encontré al otro lado del estrecho de la Florida; desde allí hizo el viaje hasta mi casa, gracias a la voluntad…, ¿de los extraños?

Y esa es la Cuba de ahora mismo, una Cuba que se junta en sus fervores, en todos sus tiempos, en el pasado y en el porvenir, en sus dolores. Y son los comunistas quienes han propiciado, sin saberlo, tanta unidad. Cuba está más unida que nunca. En Cuba se juntan hoy pasado y porvenir, se juntan sueños, se juntan voluntades. 

En todas las Cubas se está gestando la unidad, se está gestando esa unidad que viene en el frasco que guarda la crema para combatir la tiña que es el comunismo, en ese frasco, en los muchos frascos, se gesta un bloque que es más compacto, y lo estamos haciendo juntos y por primera vez. Los horrores del comunismo, sus plagas, sus enfermedades de cuerpo y alma, han conseguido juntar, y creo que para siempre, a los cubanos mejores.

ARTÍCULO DE OPINIÓN Las opiniones expresadas en este artículo son de exclusiva responsabilidad de quien las emite y no necesariamente representan la opinión de CubaNet.

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