LA HABANA, Cuba. – Este domingo el pueblo se lanzó espontáneamente a las calles en Santiago de Cuba y otras ciudades desesperado por la imposibilidad de alimentarse con los frutos del trabajo remunerado con salarios, ganancias y pensiones dignos. Fueron mujeres, hombres, jóvenes y ancianos agobiados por los apagones, la inflación, el hambre, la falta de medicinas indispensables y las carencias de toda naturaleza, incluida la del agua potable.
Ante la magnitud de las protestas, Miguel Díaz-Canel publicó un hilo en la red social en X en el que, por supuesto, culpa de las protestas a “terroristas radicados en EE.UU.”. Beatriz Johnson Urrutia, primera secretaria del Partido Comunista en Santiago de Cuba, lo imitó luego de hablar desde la azotea de una vivienda, rodeada por sus subalternos y la policía que vigilaba a la multitud.
En este contexto vale recordar que, justo hace 21 años, los días 18, 19 y 20 de marzo de 2003, las autoridades se lanzaron contra activistas de derechos humanos, periodistas, bibliotecarios, médicos, educadores, campesinos y obreros agrupados en organizaciones gremiales y partidos independientes, la mayoría firmantes del Proyecto Varela.
Tras estas detenciones fueron condenados 75 prisioneros de conciencia (incluida una mujer) con penas de hasta 28 años de cárcel. El Gobierno se empeñó en destruir las justas ideas y demandas de estos cubanos mediante falsas acusaciones, inhumanas condiciones en cárceles a cientos de kilómetros de distancia de sus hogares, mala atención médica y hostigamiento a sus familias.
Los cierres de calles, los registros de los hogares durante muchas horas, con el despliegue de las fuerzas represivas por todo el país, tenían el objetivo de imponer el pánico, eliminar cualquier apoyo de los miles de firmantes y simpatizantes del Proyecto Varela, así como borrar toda aspiración de libre participación ciudadana en la vida política, económica y social de la Isla. Algunos de los 75 han fallecido dentro de Cuba o en el exilio, convencidos de que sus simientes han fructificado.
La mayoría de cubanos han perdido el pánico a las imposiciones, en un presente sin oportunidades ni esperanzas de realización propia, mientras quienes solo ofrecen “resistencia creativa”, basada en la ciencia y la innovación, exponen sus rostros lozanos y sus opulentos vientres, enfundados en sus ropas y calzados de moda.
Las provincias orientales, donde se ubica la llamada “cuna de la Revolución”, fueron olvidadas por los dirigentes cuando asumieron el poder y las comodidades en La Habana. Tanto es así que recientemente el Gobierno tuvo que determinar un régimen de atención especial para ellas, después de que el 11J demostrara las paupérrimas condiciones de vida allí, así como en los llamados barrios marginales dispersos por todo el país.
Las autoridades tienen que respetar los derechos, liberar la utilización de las capacidades intelectuales y físicas de los cubanos, eliminar los cientos de leyes, reglamentos y medidas que entorpecen el desarrollo y dejar de construir opulentos hoteles e instalaciones que no tendrán turistas, para empezar la reconstrucción de la infraestructura productiva. Los dirigentes están propiciando la destrucción de las tradiciones y las riquezas éticas y materiales forjadas por las generaciones gestoras de la cubanidad a cambio de la miseria moral y material de toda la nación. La represión solo traería una dictadura sangrienta y la destrucción de la Patria.
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