Madrid/El sitio Cubaencuentro, que un día nació de Encuentro de la Cultura Cubana, ha terminado sus días sigilosamente. Demasiado, para lo que llegó a ser la mayor empresa intelectual del exilio cubano. Cuatro líneas colocadas en su portada, sin fecha, con el título de ¡Adiós y gracias! anunciaron el final: “Después de más de dos décadas informando y conectando a nuestra comunidad, anunciamos con pesar que Cubaencuentro dejará de publicar. Agradecemos profundamente su lealtad y apoyo a lo largo de estos años. Ha sido un honor servirles”.
Cuatro líneas sin ninguna explicación, quizá porque las razones se daban por supuestas. Desde hacía años, el proyecto editorial –exclusivamente digital, mermado y con colaboraciones gratuitas– lo sostenían Carlos Espinosa y Alejandro Armengol. La muerte de ambos, con apenas tres meses de diferencia, ha precipitado el cierre de la web, administrada por la empresa informática de Manuel Desdín.
Muy poco sabía yo de Cuba, y casi todo equivocado, cuando conocí Encuentro, a finales de 2002, poco después de fallecer uno de sus fundadores, el escritor Jesús Díaz. La edición española de la revista Letras Libres me encargó una entrevista a su otra fundadora, Annabelle Rodríguez, quien me recibió junto al entonces jefe de Redacción, Luis Manuel García.
Desde hacía años, el proyecto editorial lo sostenían Carlos Espinosa y Alejandro Armengol
El texto se publicó –me parece que hay que dejar constancia de estas cosas, tan fácilmente olvidables– en un número especial sobre la Isla presentado en México, en la Feria Internacional del Libro de Guadalajara (FIL), en conjunto, precisamente, con el volumen que Encuentro de la Cultura Cubana dedicó a Jesús Díaz. Aquella presentación, a cargo de Rafael Rojas, sufrió un lamentable acto de repudio por parte de las huestes “culturales” de Cuba, país invitado de honor en aquella edición de la FIL. (Acto de repudio que de ninguna manera evitó el propio hermano del historiador, Fernando Rojas, gerifalte del Ministerio ya en aquel tiempo.) No me desvío más.
Encuentro de la Cultura Cubana tenía en ese momento seis años de vida y parecía bien consolidada. Había podido nacer, en Madrid, gracias a una subvención de la Agencia Española de Cooperación Internacional (Aeci) bajo el Gobierno de Felipe González, “uno de sus principales valedores”, en palabras de la propia Anabelle Rodríguez para aquella entrevista. Si Díaz había sido el cerebro del proyecto, Rodríguez fue las manos afanosas que conseguía y administraba los fondos. Hija de Carlos Rafael Rodríguez y Edith García Buchaca –dirigentes del Partido Socialista Popular (comunista) y, tras 1959, altos funcionarios de la Revolución– y con una amplísima red de contactos entre cubanos de dentro y de fuera de la Isla, la diplomática era la figura óptima para esa labor, a través de la estructura de la Asociación Encuentro de la Cultura Cubana.
“Para nosotros, quienes están dentro de Cuba, incluso los que están en el Gobierno, son tan respetables como cualquiera”
Tal y como contó también en aquel 2002, además de los subsidios de la Aeci, recibía apoyos financieros del Partido Socialdemócrata sueco, la Fundación Olof Palme, la Junta de Andalucía, el Ministerio de Educación y Cultura español, la Fundación Pablo Iglesias, la Fundación ICO, la Fundación Caja Madrid, el National Endowment for Democracy y la Fundación Ford. Más tarde entraría como patrocinador George Soros y su Open Society. La Unión Europea contribuía también con donativos, para poner en pie el que quizá fue el proyecto más ambicioso y profundo de Encuentro: un gran foro integrador para cubanos del mundo entero, un laboratorio de convivencia para la Isla del futuro. Eso, en un principio, iba a ser Cubaencuentro.
“Para nosotros, quienes están dentro de Cuba, incluso los que están en el Gobierno, son tan respetables como cualquiera. No son nuestros enemigos, sino que discrepamos de lo que se hace en Cuba y lo expresamos así. Queremos una Cuba sin exclusiones de ningún tipo”, respondía en 2002 Anabelle Rodríguez. Sobra mencionar los ataques de los que se hicieron blanco con esa postura, de un lado y del otro del espectro político.
A pesar de ello, la revista llegaba a su público. Así proseguía Rodríguez: “El objetivo principal de la revista era publicar trabajos de autores cubanos que viven dentro de la Isla, fueran cuales fueran sus ideas, y de autores que viven en la diáspora. Esto se ha conseguido. Hubo una especie de veto oficial por parte del régimen. Sin embargo, no ha habido un solo número de la revista que no haya contado con una amplia participación de escritores de dentro de la Isla. La segunda meta era que la revista se leyera dentro de Cuba, y lo estamos consiguiendo”.
“La segunda meta era que la revista se leyera dentro de Cuba, y lo estamos consiguiendo”
De cada tirada, trimestral, reservaban 1.500 ejemplares para meter a la Isla por vías “no oficiales”, maletas de amigos y valijas diplomáticas de distintas embajadas, fundamentalmente. Los pocos intelectuales independientes que quedan dentro de Cuba dan fe de las maneras en las que llegaba a sus manos.
Así Yoani Sánchez, directora de 14ymedio, quien recuerda que conseguían la revista a través de la Embajada de España. A ella, que conserva buena parte de los 54 números de que se llegaron a publicar, Encuentro le sirvió “para ampliar el horizonte” y enterarse de asuntos acallados por el régimen. A modo de ejemplo, cita los especiales sobre el presidio político o sobre el exilio. “Nos llamaban del consulado español y había que ir casi a escondidas, le entregaban a Reinaldo [Escobar] un sobre amarillo cerrado”, relata. “Estábamos en un puro brinco en lo que iba hasta allí y regresaba ileso”.
También refiere cómo las prestaban a amigos y familiares, que se las quitaban de las manos: “Mi padre era el primero que se apuntaba en la cola para cuando nosotros dos termináramos de leer”.
Los “varios volúmenes de la revista encontrados al poeta Raúl Rivero y confiscados fueron usados como pruebas inculpatorias en los juicios de la Primavera Negra de 2003”
Lo que me decía Luis Manuel García en aquella entrevista de 2002 sobre la “ferocidad” con que el régimen atacó Encuentro de la Cultura Cubana ella también lo corrobora, y ofrece como muestra los enfados de los profesores de la Facultad de Artes y Letras más recalcitrantes cuando veían que alguno de los estudiantes citaba la revista en la bibliografía.
No en vano, tercia Reinaldo Escobar, los “varios volúmenes de la revista encontrados al poeta Raúl Rivero y confiscados fueron usados como pruebas inculpatorias en los juicios de la Primavera Negra de 2003”.
En gran medida, además, fueron pioneros en la información digital cubana, con el diario dirigido por Pablo Díaz Espí, hijo de Jesús.
No quisiera idealizar con estos apuntes. Me constan las críticas que recibió en su momento el proyecto y su agria desintegración, en 2009, luego de que la crisis financiera que estalló un año antes mermara la financiación pública que lo sostenía. También sé de la utilización –torticera, como es su costumbre– que de todo ello hicieron los heraldos del castrismo.
Ajena a aquella empresa, no me corresponde ni contarlo ni tomar partido. Aparte de esto, los propios protagonistas ofrecieron sus propias vivencias en el imprescindible dossier que la revista Rialta le dedicó a Encuentro de la Cultura Cubana en 2021, al cumplirse los 25 años de su fundación. (Es Rialta, por cierto, el custodio junto a Cubaencuentro, de la memoria de aquel papel, con todos los números digitalizados.)
Prefiero rescatar lo mejor de aquello, ahora que lo que quedaba de su nombre, que nunca llegó a ser lo que se había propuesto, cerró tan calladamente. Parte del espíritu de Encuentro sigue vivo en todos los proyectos nacidos desde entonces con el mismo fin –el libre intercambio de ideas, la pluralidad, la sana discusión–, y eso incluye no solamente a Diario de Cuba, fundado por Díaz Espí y Antonio José Ponte al separarse de la Asociación dirigida por Annabelle Rodríguez, sino también a este mismo diario.
Mucho hay, en el trabajo de los periodistas independientes cubanos que cada día cuentan la realidad de su país bajo la dictadura, de aquello que sobre Encuentro me decía Annabelle Rodríguez hace 22 años: “un ensayo de democracia, una preparación para el futuro, un sitio en donde los cubanos aprendan a discutir sin considerarse enemigos”.