Friday, September 20, 2024
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Muralla: una calle de comerciantes e historia

AREQUIPA, Perú – La calle Muralla, antiguamente llamada calle Real, fue la primera salida al campo que existió en la otrora villa habanera. La famosa vía cambió su nombre en 1721 cuando se abrió la Puerta de Tierra al final de ella.

Pasadas algunas décadas, en 1763, se volvió a renombrar como Ricla en honor al primer gobernador español tras la salida de los ingleses de La Habana, pero el nombre de Muralla prevaleció.

A finales del siglo XIX, el cronista español Luis Morote la describió como una calle singular y única, con características propias, similar en algunos aspectos a las elegantes calles de Obispo y O’Reilly, pero inconfundible en su fisonomía.

Muralla era una calle en su mayor parte entoldada, con toldos que se extendían de un balcón a otro y proporcionaban frescura y sombra, facilitando las transacciones comerciales. Los anuncios colgaban entre los toldos, decorando y atrayendo a los compradores.

El comercio, desde Monserrate hasta el mar, estaba dominado por peninsulares—asturianos, montañeses y gallegos—que tenían sus tiendas en todas las casas.

Con el tiempo, los comerciantes e industriales judíos reemplazaron en gran medida a los españoles, estableciendo tiendas, talleres de talla de diamantes, así como fábricas de corbatas y cinturones. La Cámara de Comercio Hebrea se encontraba en el número 406 de la calle.

Sin embargo, algunos comerciantes españoles, como Humara y Lastra, continuaron operando, vendiendo electrodomésticos y productos eléctricos en su local en los números 405-407.

Morote no llegó a ver la llegada de los judíos a la calle Muralla ni las numerosas ofertas comerciales que él describió. Hoy en día, aunque los establecimientos privados aportan algo de vida y color, y se preparan almacenes vacíos para un uso futuro, Muralla está mayormente deteriorada.

Actualmente, desde Muralla se puede desembocar en la Plaza Vieja con las esculturas de Roberto Fabelo, la fábrica de maltas y cervezas, el café El Escorial, el restaurante-cafetería La Vitrola, y el elegante hotel Palacio Cueto. La calle culmina en el edificio de la antigua Cámara de Representantes, ahora Salón de la Ciudad.

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