Tuesday, November 26, 2024
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“Mientras hacía el servicio militar en La Cabaña, se suicidaron tres reclutas desde la estatua del Cristo”

A Adrián González nunca se le borrará de la memoria el intento de suicidio, en 1983, de uno de sus compañeros en el servicio militar. Ambos eran reclutas en la unidad militar de La Cabaña, en Casablanca, al otro lado de la bahía habanera, cuando su amigo escaló hasta la cima del Cristo, la colosal obra de de Jilma Madera, y se lanzó al abismo gritando “¡Yo soy Superman!”. La caída fue de 20 metros.

El joven sobrevivió, pero quedó manco y tuvo que permanecer hospitalizado durante meses. “Quería pasar por loco y así librarse del servicio”, asegura González, que hoy vive en Nueva York, y a quien los recuerdos de la unidad militar 3074, ubicada en La Cabaña, aún le quitan el sueño. “Hasta que salí de ahí, en 1986, hubo al menos tres suicidios ‘exitosos’. Todos se tiraron del Cristo”, cuenta a 14ymedio.

En aquella época, añade, el paso al Cristo, inaugurado una semana antes de la huida de Batista, el 24 de diciembre de 1958, estaba prohibido –”a Fidel Castro no le gustaba que la gente fuera a rezar allí”– y lo vigilaba un único recluta, escopeta en mano. Para muchos, la guardia en la colina era un descanso del ambiente opresivo de la unidad, pero muchos acabaron reflexionando demasiado y se sumergieron en la depresión, expone.

Otro joven robó un fusil del arsenal y se disparó en la cabeza. Su desesperación había llegado a un punto de no retorno y ya no le importaba salir, sino matarse. “Los oficiales nos dijeron entonces que tenía problemas con su padre, pero todos sabíamos qué había sucedido: el muchacho nunca pudo adaptarse al servicio”, dice González.

“Les dije que me quería quitar la vida. No me creyeron. Luego intentaron meterme preso por ausencias reiteradas, porque yo era de El Vedado y me escapaba todas las noches”

Incapaz de hacerse daño físico, también González protagonizó un episodio de “locura” para intentar salir antes de la unidad. “Me llevaron al psiquiatra del Hospital Naval tras fingir una depresión severa. Les dije que me quería quitar la vida. No me creyeron. Luego intentaron meterme preso por ausencias reiteradas, porque yo era de El Vedado y me escapaba todas las noches”.

Acabó por evaluarlo un equipo de médicos en Mazorra –el tenebroso manicomio de La Habana– y tras el diagnóstico “reconocieron que tenía depresión, pero no fue suficiente para darme la baja.Al final completé el servicio, estuve tres años y tres meses en esa unidad, pero al menos me libré de la prisión”, dice. Su balance, cuatro décadas después, es similar al de cualquier cubano que haya estado a merced de las Fuerzas Armadas: “Estoy vivo de milagro”.

Un reciente estudio de la organización Archivo Cuba calificó al servicio militar cubano de “trata de personas con un costo letal” que le ha costado la vida a al menos 54 jóvenes desde su establecimiento por la Ley No. 1.129, del 26 de noviembre de 1963 (que se haya podido documentar). Solo la Isla y Corea del Norte obligan a menores de 18 años a formarse en instalaciones de las Fuerzas Armadas, con un entrenamiento con fuertes tintes ideológicos y que subraya la necesidad de obediencia ciega al régimen.

Las causas de muerte registradas por Archivo Cuba son varias: suicidios, negligencias de oficiales superiores, descuidos médicos, órdenes imprudentes –como los jóvenes reclutas murieron en la Base de Supertanqueros de Matanzas–, desapariciones y muertes en condiciones no aclaradas.

“Mi hijo dijo que prefería morirse bajo las bombas ucranianas que de hambre y de tristeza aquí”

En 2021, la cantidad de jóvenes en edad militar –entre los 15 y 29 años– en Cuba era 1.033.123, de acuerdo con datos oficiales. Son “una gran reserva cautiva”, valoraba el informe, “sumida en la pobreza y desesperanza”, por lo que buscaba cualquier oportunidad, incluso la vía militar, para abandonar el país.

El ejemplo claro –y más grave– es la presencia de jóvenes cubanos en el Ejército ruso, participando en la invasión a Ucrania. Su motivación, según muchos admitieron, fue económica. Con 26.000 euros al año, el salario que prometieron a algunos de los mercenarios cubanos, pretendían ayudar a sus familias y lograr, más adelante, llevarlos a Rusia.

El informe, firmado por María Werlau, documenta cómo la presencia de cubanos en las filas rusas fue conocida y consentida por la cúpula de ambos países, cuyo acercamiento militar y político se ha consolidado el último año. Werlau subraya el caso de los dos jóvenes de la Isla que denunciaron haber sido “engañados” y “maltratados”. Según un video divulgado por varios medios, habían firmado un contrato que no estipulaba su presencia directa en el frente, y sin embargo habían sido obligados a participar de forma directa en la guerra.

“Mi hijo dijo que prefería morirse bajo las bombas ucranianas que de hambre y de tristeza aquí”, había revelado la madre de uno de los reclutas, según cita el documento.

“La atención médica es escasa y la alimentación es muy pobre y se pasa hasta hambre, lo que afecta más a los menores de edad que aún están creciendo”

El informe también dedica un apartado al antecedente más traumático de la lucha de jóvenes cubanos en frentes de batalla extranjeros: Angola. “Según cifras oficiales, Cuba involucró a 377.033 militares y 50.000 cooperantes civiles”, por los cuales el país africano pagaba hasta 1.000 dólares por cada efectivo, señala.

Para Werlau, las condiciones del servicio militar en Cuba no pueden ser más deplorables. “Muchos de los reclutas son enviados a unidades remotas lejos de sus familias”, afirma. “La atención médica es escasa y la alimentación es muy pobre y se pasa hasta hambre, lo que afecta más a los menores de edad que aún están creciendo”. Además, a los jóvenes se les prohíbe abandonar el país.

El “calvario de pesares” que supone el servicio militar deja un saldo psicológico –y a menudo físico– que es para toda la vida. Lo sabe bien González, que reencontró a su amigo años después de su “salto” desde el Cristo. Cuando González lo felicitó por haberse “ganado” su salida, el otro le mostró sus manos, todavía rotas por el impacto: “Mejor fue tu suerte”, dijo, “yo me arrepiento. Mira como quedé”.

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