Sunday, November 24, 2024
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Me compré dos blúmeres

LA HABANA, Cuba. – Me compré dos blúmeres; uno de ellos es de un rosado exquisito, como suelen ser los rosados cuando son del alma. El otro blúmer exhibe un azul añil que es un primor y que podría despertar muy raras sensaciones a quien lo mire. Confieso que los guardé con cierta ternura en una gaveta, quizá por la novedad de tener mis primeros blúmeres a los 60 años. Quizá porque a pesar de los 60 años no sabría qué hacer con ellos.

Jamás me sentí atraído por esa prenda. Nunca añoré cubrir mis partes pudendas con un blúmer ni con otra prenda femenina. Jamás intenté hacer que pendieran unos aretes de los lóbulos de mis orejas, ni siquiera si se tratara de los aretes que le faltan a la luna.

Nunca he añorado usar prendas femeninas; sin embargo ahora estoy escribiendo y haciendo notar la compra que hice hace dos días. Y aquí estoy, insistiendo, poniendo en evidencia la compra de dos blúmeres que miro de cada vez que abro esa gaveta en la que los dejé a buen resguardo y donde esperan conseguir alguna utilidad.

Y todo comenzó por un aviso en el teléfono. El mensaje me advertía que podía pasar a comprar los blúmeres que me venderían en una de esas tiendas que fueron creadas por el poder para sacar algunos dólares al pueblo, y a las que llamaron, primero TRD, y luego Caribe. Y yo, ni corto ni perezoso hice el camino hasta esa tienda Caribe, todavía asombrado, y preguntándome para que querría yo comprarme esos dos blúmeres.

Y a pesar de las dudas, de las tantísimas preguntas, hice el camino y compré los blúmeres que me tocaron por la libreta. Y volví a casa con ellos, y los guardé. Y no voy a ponerlos en venta. Los tengo a buen resguardo, metidos en una gaveta.

Y hoy, en una cola en la bodega, escuché algo que me dejó con la boca abierta; una mujer se quejaba con su compañera de cola haciéndole notar que solo tenía un blúmer presentable y que lo guardaba para alguna emergencia, y luego hizo saber que la mayor emergencia era asistir a una consulta médica en la que tuviera que desnudarse luciendo un blúmer ajado y roto.

Y así creen muchas mujeres cubanas, que no dejan de pensar en el blúmer de “ir al médico”. Y ahora, cada vez que abro la gaveta me pregunto qué voy a hacer con esos dos blúmeres. Y es que Cuba es, sin dudas, el país de las más grandes sorpresas, de los asombros mayores. Cuba es el país de los grandes absurdos, un país en el que sus mujeres sufren mil carencias, entre ellas las almohadillas sanitarias.

Yo traje mis dos blúmeres a casa y los tengo a buen resguardo. Yo compré mis blúmeres, como compré también, hace unos meses, almohadillas sanitarias en el mismo sitio, aunque ninguna mujer estuviera registrada en mi libreta de abastecimiento.

Y es que a esas autoridades que dirigen el Comercio Interior solo les importa vender, y se les ocurrió la “brillante” idea de que esa piezas tan íntimas fueran vendidas a cada núcleo familiar, sin que se interesaran en su composición, en el género de los integrantes de esos núcleos. Yo compré los blúmeres y volví con ellos a casa, y pensé en los “absurdos revolucionarios”, en esos desatinos que están en contra de cualquier sistema de razonamiento.

En Cuba se quejan con razón las mujeres porque no tienen almohadillas sanitarias para su menstruación, que también se llama “regla”, y una regla es lo que debería tener el Ministerio del Comercio Interior para que las mujeres no vuelvan otra vez a esas “gurupelas”, a esas de las que escribí hace muy poco.

En Cuba lloran las mujeres porque no tienen un triste blúmer para cubrir sus partes pudendas, y yo recordé a una vecina que aseguraba que siempre tenía dos o tres blúmeres guardados para cualquier eventualidad, y la mayor de todas sus eventualidades es siempre el viaje al consultorio médico, sobre todo en ese instante en el que debe despojarse de la ropa y poner sus blúmeres en evidencia.

La eventualidad, para ella, era enfermar y tener que ir al médico con un blúmer añejo y roto, con un blúmer desguazado que le hiciera “pasar vergüenzas”. Y ahora me dan a mí la posibilidad de comprar dos blúmeres; uno rosado y el otro azul añil, esos que traje a casa, y que guardé con muchísimo cuidado, como si fuera un tesoro que voy a poner en manos de alguien que los necesite más que yo, que tengo calzoncillos.

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