LA HABANA, Cuba. — La noticia de la apertura por el gobierno de los Estados Unidos de una oficina en La Habana para procesar y agilizar los casos de reunificación familiar pendientes desde el año 2018 causa acalorados debates entre ideólogos de guarapera y politólogos de solares habaneros.
La mayoría coincide en que el presidente Biden le está haciendo concesiones al régimen castrista, pero mientras unos aseguran que eso es lo mejor que se puede hacer para ayudar al pueblo cubano, otros, los más radicales, consideran que debían rodear la Isla con una muralla para que, cuando nadie pueda escapar, acabe de reventar la caldera del infierno comunista.
Los que sospechan que están en marcha conversaciones secretas entre Cuba y Estados Unidos, como ocurrió durante el gobierno de Obama, consideran que hay que presionar y exigirles a los castristas antes de estarles haciendo concesiones. ¿Por qué hacerle concesiones que saquen de la bancarrota total en que se encuentra y ponga a reflotar a un régimen que viola a diario los derechos humanos, con más de mil presos políticos y que tiene al pueblo, a fuerza de hambre y privaciones, al borde de un ataque de nervios?
Por su parte, los que consideran que las concesiones es lo mejor que puede pasar son, en su mayoría, aspirantes a ser emigrantes del tipo patriotero, de los que siempre afirmarán que se fueron de Cuba por motivos económicos, jamás porque estuvieran en desacuerdo con “la revolución”.
No la pasaban mal. Hasta que se fueron, vivían mantenidos por las remesas de un hijo castrador de búfalos en Arizona, una hermana que vende chambelonas en Tegucigalpa o un sobrino sacudidor de alfombras en Teherán.
Estos aspirantes a emigrar y quienes los secundan olvidan dejar en Cuba, como hicieron con la libreta de abastecimiento, al policía y al chivato que cada cubano lleva sembrado en el alma. Por eso, lo mismo en Miami que en Lisboa o en Burundi, cuando hablan sobre Cuba, lo hacen bien bajito, casi en susurros, porque, según explican, “hay que cuidarse, pueden oírnos, las paredes tienen oídos”.
Son los mismos que cuando estaban en Cuba, para no señalarse, iban a las votaciones organizadas por el régimen y no se atrevían ni siquiera a dejar la boleta en blanco porque según, aseguraban, “en los cubículos donde se vota hay cámaras escondidas”.
Ahora que se fueron les aterra que los espías del régimen se enteren de lo que hablan y cómo piensan, y, en represalia, les impidan visitar Cuba y vacacionar en pose de exitosos y acaudalados.
Todo buen emigrante patriotero que se respete se une a alguno de los grupos que piden sea levantado “el bloqueo” y que envían a Cuba jeringuillas desechables, sombreros deshilachados, calzoncillos usados y otras cosas que servirán para que los reciban con los brazos abiertos en Bejucal, Cabezas, Tamarindo o Lawton.
Ya en Estados Unidos, con carro, se suman enseguida a las caravanas de Puentes de Amor que los últimos domingos de cada mes organiza el agente del Instituto Cubano de Amistad con los Pueblos (ICAP) Carlos Lazo, no solo en Miami y otras ciudades norteamericanas, sino en cualquier lugar del mundo donde residan aunque sea dos o tres inmigrantes patrioteros.
La repentina y emocionada defensa de “la revolución” de estos fantoches, que hasta ayer eran víctimas de los desastres y atropellos del castrismo, incluye lo mismo bailar guaguancó en una reunión con Díaz-Canel en Bruselas que asistir a un desolado concierto del dúo Buena Fe en Barcelona o cualquier otra pachanga solidaria.
Los inmigrantes patrioteros están por la reunificación familiar, pero ninguno exige reunificarse con su familia en Canasí, la Loma de los Rejondones o cualquier otro lugar de Cuba. Prefieren ir sacando uno por uno a sus parientes y poder abrazarlos luego en “las entrañas del monstruo imperialista”.
¿Cuál es el patriotismo de estos farsantes? ¿A qué llaman patria? ¿Al régimen que los obligó a huir de su país?
Si aman tanto a Cuba, si se rasgan las vestiduras por la patria, ¿por qué no hacen sus exorcismos patrióticos en las aguas del río Quibú? ¿Por qué no se repatrian y vienen a vivir en un edificio de Alamar o en algún “barrio en transformación” como El Fanguito o La Guinera?
No hay duda de que ser un emigrante patriotero implica oportunismo, desfachatez e hipocresía. Porque no se puede servir a la misma vez a la patria y a quienes la oprimen.
ARTÍCULO DE OPINIÓN
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