Una ventolera arrambló esta semana con los campos de El Remate, una comunidad rural pegada al río Yara, a unos 20 kilómetros de Manzanillo, en la provincia de Granma. Fue una desgracia más para ese consejo popular, incomunicado y abandonado por el gobierno local.
“Aquí desde 2022 no entra nadie del Partido ni del Gobierno”, explica a 14ymedio Pedro, un guajiro de 50 años a quien el viento destrozó su plantación de ají y plátano. “Todas las matas están acostadas” por culpa de las ráfagas, asegura. “Fue una tormenta que parecía que venía el mundo para acá”, describe. Ahora hay que separar lo rescatable y “estaquear los cultivos, es decir, amarrar las matas a un palo para que se queden paraditas”.
Unos minutos de viento de cerca de 100 kilómetros por hora, calcula Pedro, bastaron para herir de muerte a los cultivos de El Remate. “Los plátanos también sufrieron ya hay matas en el suelo que no se paran, incluso paridas ya, ese plátano se pierde, son miles de pesos”
Ya ninguna guagua de Manzanillo pasa por El Remate. Quien quiera visitar el consejo popular tiene que caminar unos cinco kilómetros desde la carretera. Por el mal tiempo, ahora el camino está enfangado e intransitable para las bicicletas y los carros.
Entre los guajiros, Acopio –la estatal encargada de gestionar la venta de su producción– no puede tener peor fama. Arturo, uno de los campesinos del poblado, afirma que si se dedica a la tierra es porque no le queda otro remedio. “La agricultura no da nada. Yo tengo un tractor y un sistema de riego, pero no llegan recursos”, lamenta.
Lo peor, dice, es el precio del combustible para echar a andar el tractor. “Está a 7.000 pesos en la calle para llenar el tanque”, afirma. Tampoco hay aceite ni piezas de repuesto para las máquinas.
No obstante las dificultades, Arturo y sus empleados laboran sobre “bastante tierra”. “Yo les pago bien a los trabajadores porque aquí se cosecha una planta y ya se está sembrando la otra. No hay descanso. Cuando el tractor está parado trabajamos con los bueyes. Ahora acabamos de sacar el frijol y vamos a sembrar maíz y yuca. Además tengo mango y tomate. Toda esta finca en el campo es mía. Yo soy un gran productor pero a pulmón”, resume.
Gracias a su ingenio, Arturo ha logrado instalar tres sistemas eléctricos de riego. “Así garantizo el agua para mí y para mis vecinos. Pero hay que guerrear. No hay día de descanso, ni siquiera un domingo. Es de sol a sol”.
Arturo, que fue presidente de una cooperativa, sabe bien cómo funciona Acopio y las demás instancias estatales. “Todo lo dejan a medias”, se queja. “Trajeron un tractor nuevo con todos los implementos y se lo llevaron al poco tiempo”. Otro ejemplo –el que más le duele a los guajiros– es el desfase en los pagos de Acopio. “La cosa con Acopio no se cuenta de pie”, asegura sonriendo mientras camina hacia la casa para, una vez sentado, desgranar los feos que le ha hecho la empresa.
“Se pasan mucho rato sin pagar. El año pasado estuve once meses y medio detrás de ellos, dando carreras, para que me pagaran la cosecha de 2022. El dinero llegó en diciembre. Así no puede uno reaprovisionarse”, dice.
La prensa independiente dio noticia, el pasado lunes, de uno de estos retrasos. Dos campesinos de El Remate denunciaron entonces la pérdida de un cargamento de arroz, frijol y yuca, que no fue recogido por Acopio pese a que la estatal tenía el compromiso de buscarlo. La “informalidad” del Estado les costó, informaron, más de 300 quintales de frijol y otros tantos de yuca, así como más de 250 toneladas de arroz.
“Lo más doloroso es que [la ineficacia de Acopio] es de conocimiento del gobierno y el Partido del municipio y la provincia, y nadie hace nada por resolver en beneficio de la población, que sufre desabastecimiento y escasez de estos recursos en placitas y bodegas”, lamentaban.
El Remate se ha convertido en un lugar inhóspito. Para que un enfermo logre que lo recoja una ambulancia –las pocas veces que lo hace– hay que llevarlo a la carretera, cuenta Arturo. “Ya no me acuerdo de la última vez que entró la guagua, que antes venía tres veces a la semana”.
Azotado por la naturaleza y sin la más mínima atención de las autoridades, nadie diría que la zona, ubicada en las inmediaciones del río Yara, fue alguna vez –como testimonia el primer poema escrito en la Isla, Espejo de paciencia– una de las más prósperas de Cuba.
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