LA HABANA, Cuba. — Según lo expuesto por el gobernante Miguel Díaz-Canel durante la clausura de la segunda sesión ordinaria de la Asamblea Nacional del Poder Popular en su décima legislatura, los cubanos, el primero de enero, debemos celebrar con júbilo “65 años de soberanía, independencia y libertad”. Para sentir esa alegría por “lo conquistado a partir de 1959”, tendríamos entonces que hacer enormes malabares mentales hasta llegar a un estado de delirium tremens.
Para el mandatario, la soberanía consiste en mendigar y recibir todo lo que sea posible sin costo alguno y sin producir, volando siempre hacia donde sople el viento, preferentemente si viene de la izquierda; y la libertad es el derecho a gritar ¡viva la revolución!, ¡abajo el imperialismo! y ¡patria o muerte, venceremos!
Las efusivas expresiones triunfalistas del presidente “puesto a dedo” parecen un mal chiste. Con su euforia quiere ocultar la ineficiencia, la corrupción y otros devaneos de los más altos funcionarios del régimen.
¿De qué soberanía se puede hablar un país que tiene que importarlo todo? No se asombre si un día haya también que importar hasta las calabazas, que se dan silvestres en patios y basurales.
¿De qué independencia goza Cuba, que fue a las guerras en Angola y Etiopía por fidelidad al imperio soviético? Los rusos pusieron las armas y toda la logística, y los cubanos pusimos la carne de cañón. Y volverían a enviarnos al matadero en Ucrania si Putin lo considerara preciso.
¿De qué libertad se puede hablar en un país donde por enarbolar una pancarta y manifestarte pacíficamente en contra de las políticas del régimen te pueden condenar a 20 años de encierro tras las rejas?
Para la mayoría de los cubanos, las celebraciones por el aniversario 65 del triunfo de la revolución son como mencionar la soga en casa del ahorcado.
Esa alegría que, según Díaz-Canel, “no han logrado quitarnos ni las vicisitudes climáticas ni el imperio”, nos la robó el miedo y la desesperanza. Si aún reímos a solicitud de los mandamases, es por hipocresía. Solo lo hacemos con espontaneidad cuando nos burlamos de sus ridiculeces y papelazos.
En este 2023 que culmina, como en aquella canción de Sindo Garay, las penas fueron tantas que se amontonaron, se agolparon unas con otras y por eso no nos mataron. Eso es realmente lo que debemos celebrar: haber podido sobrevivir un año más en medio de este infierno.
La celebración que quiere Díaz-Canel… ¿incluirá el éxodo de casi medio millón de cubanos en poco más de un año, las familias separadas, la escasez, la indisciplina social, los muertos en los derrumbes, los vertimientos de aguas albañales, los robos y los asaltos? ¿Qué celebrará, la muerte moral de la nación?
Los cubanos seguimos esperando a Godot. Hasta que nos cansemos de esperar y nos decidamos a traerlo a la fuerza.