Sunday, November 24, 2024
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Los albaneses acabaron con el comunismo y se quedaron con hambre

Lea Ypi no ha escrito un libro para hacer amigos. Libertad, memorias de la infancia y adolescencia de una autora que entra en la adultez a la vez que su país, Albania, da el salto a la democracia, es un díptico tan duro con la falta de libertades del comunismo de su infancia como con las promesas rotas de un liberalismo que le supo a decepción. “En 1990 no teníamos nada más que esperanza. En 1997 también la perdimos”.

“Nunca me pregunté lo que significaba la libertad hasta el día en que abracé a Stalin”. Con esa poderosa frase, que estuvo en todos los borradores de la primera (y, por ahora única) novela de esta albanesa nacida en 1979, se despliega la primera parte de un libro que lleva por subtítulo El desafío de crecer en el fin de la historia. Cuenta la autora, politóloga en la London School of Economics, que se sentó a escribir un ensayo filosófico sobre la superposición del concepto de la palabra libertad en las sociedades comunistas y liberales, pero “las ideas acabaron convirtiéndose en personas”.

Gracias a ese giro, Ypi ha levantado una novela que cuenta mejor que cualquier libro de historia el proceso de transición de su país desde la dictadura de Enver Hoxa a la rebelión que estuvo a punto de desembocar en guerra civil. Las vidas –absolutamente normales– de sus personajes, la familia, amigos y vecinos de Lea, dibujan un fresco de la cotidianeidad de la sociedad comunista como ningún ensayo lo hará.

A ello se dedican los primeros diez capítulos del libro, con escenas en las que no tardarán en reconocerse lectores que vivieron bajo el mismo sistema

A ello se dedican los primeros diez capítulos del libro, con escenas en las que no tardarán en reconocerse lectores que vivieron bajo el mismo sistema. Las colas para hacer la compra, el inicio de las clases al grito de “pioneros de Enver”, las tiendas valuta para extranjeros –donde los sueños se hacen realidad–, con sus medias de nailon y sus bolígrafos Bic; la lata vacía de Coca-Cola –memorable capítulo al que la portada del libro hace un guiño– como símbolo de estatus…

Pero, sobre todo, los códigos. La pequeña Lea crece escuchando hablar en casa de cómo la biografía de sus conocidos había determinado sus estudios, identificados con una inicial. Aunque, por suerte, la mayoría se acababa graduando, algunos terminaban expulsados. “Cuánto lo siento, es terrible”, se decía en esos casos. A partir de 1990, descubre que la letra designa una cárcel, licenciarse era ser liberado y la expulsión suponía la muerte.

Lea crece en una familia aparentemente normal, con padres funcionarios moderadamente críticos con el régimen y una intrigante abuela –el personaje más interesante de la novela y a quien está dedicada– que sin ser francesa habla francés. La propaganda ha arraigado fuertemente en ella y es, de todos los que viven en la casa, quien más fervientemente expresa su fe en el sistema, hasta el punto de asegurar, como le decían sus padres, que en su casa no había fotos del Tío Enver porque estaban buscando un marco bonito.

Pero a los once años su vida cambia por completo. “Fue como el momento en que te dicen que Papá Noel no existe. Habíamos construido, para los niños, un mito para explicar el mundo. Ahora resultaba necesario saber la verdad”, ha contado en entrevistas.

Lea llega a la adolescencia y su mundo se desmorona de repente –”Yo era una persona y después me convertí en otra”–. Todos aquellos en quienes confiaba le habían mentido, todo aquello en lo que creía era mentira. Su historia familiar, su biografía, había determinado también su aparentemente anodina existencia, desde su bisabuelo (el ex primer ministro Xhafer Ypi), cuyo apellido no era, como le hicieron creer, una coincidencia; a su religión, la musulmana, a que la abrazó, junto con los libros, para encontrar refugio en una adolescencia sombría.

Esa es la segunda parte del libro, la que decepcionará a quienes esperaban una oda a las bondades del liberalismo y el capitalismo

Esa es la segunda parte del libro, la que decepcionará a quienes esperaban una oda a las bondades del liberalismo y el capitalismo y que rima con la propia decepción de la autora.

“Yo siempre había pensado que no había nada mejor que el comunismo. Todas las mañanas de mi vida me despertaba deseando hacer algo para que llegara más rápidamente. Pero en diciembre de 1990 los mismos que habían participado en las marchas que celebraban el socialismo y el avance hacia el comunismo se echaron a las calles para exigir su fin”, recuerda en la novela.

Lea entra en 1991 intentando unirse al entusiasmo democrático de sus padres y vibra con las primeras elecciones libres. Viaja por primera vez fuera de Albania, a la Grecia que vio nacer a su abuela Nini, y en el avión ve algo hasta entonces inédito: “una bolsa de plástico de colores”. Y recuerda a la perfección el día en que su madre trae el número uno del primer periódico de la oposición, cuyo lema era: La libertad del individuo garantiza la libertad de todos.

Pero pronto descubre que cuando desaparecieron las palabras que el régimen les impuso – dictadura, proletariado, burguesía– solo queda otra omnipresente: libertad. “Aparecía en todos los discursos de la televisión, en todos los eslóganes que se vociferaban con rabia en las calles. Cuando por fin llegó la libertad fue como si te sirvieran comida congelada: masticamos poco, tragamos rápido y nos quedamos con hambre. Algunos se preguntaban si nos habían dado sobras, otros dijeron que no eran más que unos entrantes fríos”, escribe.

Ante sus ojos suceden cosas que no esperaba. Entre ellas está el éxodo masivo de albaneses a Italia, reprimido por los Gobiernos de ambos países –”¿qué valor tiene el derecho a salir de un país si no existe el derecho a entrar en otro?”, se pregunta–, que en el caso de muchas jóvenes de su edad solo sirvió para que fueran explotadas sexualmente. También la nueva cultura empresarial, que obliga a su padre a ordenar despidos masivos –”reformas estructurales”, según los nuevos empresarios extranjeros–, o la gran estafa piramidal que llevó al país a la ruina y casi acabó desatando una guerra civil.

Solo que en la Lea adolescente, lo que más duele es lo íntimo, el conflicto con unos padres que le niegan el derecho a quejarse. “Ellos tenían la sensación de que habían deseado siempre este mundo nuevo, pero ahora ya no podían vivirlo. Era mi responsabilidad, me decían, hacer todo lo que ellos no pudieron hacer” –explica la autora, que describe esa etapa de confusión, violencia, inseguridad, conflicto y trauma que antes sus progenitores desdeñaban. “Ni estás en prisión, ni trabajas en una mina ni te persiguen. ¿De qué te quejas?”, le decían.

Ypi salió de Albania el verano de 1997. Cruzó el Adriático e ingresó en la facultad de Filosofía y Literatura de la Universidad de la Sapienza, en Roma. Ha incumplido la promesa que hizo a su padre de alejarse de Marx –es experta en marxismo, entre otras cosas– y su currículum es brillante, pero vive con hastío tener que explicar en Europa Occidental la falta de libertades del comunismo y en Albania y otros países de la órbita soviética los defectos de un capitalismo que considera que “solo emancipa a unos pocos”.

En la universidad hizo nuevos amigos que “se declaraban socialistas” y hablaban de Trotski o Guevara “como si fueran santos laicos”

En la universidad hizo nuevos amigos que “se declaraban socialistas” y hablaban de Trotski o Guevara “como si fueran santos laicos”. Le molestó compartir con ellos sus historias de la infancia y que ellos, con paternalismo, le dijeran que aquello no fue “verdadero socialismo (…) sin poder disimular su irritación”. El socialismo de mis compañeros universitarios era claro, brillante y con futuro. El mío era confuso, sangriento y pertenecía al pasado”.

Pero no hace concesiones a su nueva realidad. “El liberalismo era sinónimo de promesa incumplida, de destrucción de la solidaridad, del derecho a heredar privilegios, de hacer la vista gorda ante la injusticia”, dice.

Ypi cree que el comunismo y el liberalismo tienen una coincidencia: “Ambos fracasan en entender la complejidad con que se mezclan las ideas y la historia”. Su libro tiene potencial para enfadar a todos y, sin embargo, en una época tan polarizada, ha unido a crítica y público en su elogio. Y eso ya es una buena noticia.

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