LA HABANA.- Donald Trump, el experto negociador que sabe poner contra las cuerdas a sus contrarios así como igual convertirlos en útiles aliados, ha dado un giro de 180 grados a la relación de Washington con Moscú.
Vladimir Putin celebra su buena fortuna, y una parte del mundo observa con preocupación una estrategia que algunos califican de riesgosa; otros, de inteligente —en tanto Rusia es una potencia nuclear que, acorralada y aliada con China y Corea del Norte, es sin dudas una amenaza tanto a la seguridad nacional de los Estados Unidos como a la paz mundial—, mientras que en Cuba se dividen las opiniones de quienes, ya en los grupos opositores, o ya al interior del propio régimen, saben que cualquier sacudida en el Kremlin, por imperceptible que sea, hará temblar fuertemente los cimientos del Comité Central del PCC.
Así de conectados están, y teniendo en cuenta esa relación actual de dependencia, casi en grado absoluto, tenemos a los que temen a que un acercamiento entre Putin y Trump implique un alejamiento, o un relajamiento, entre el ex oficial de la KGB y lo que va quedando del castrismo. Así como los que empiezan a ver una oportunidad, una salida, en medio del indudable jaque mate que significaría no tanto una alianza ruso-estadounidense más estrecha y cooperativa (con lo cual el régimen cubano pierde lo que consideró como su mejor As bajo la manga), sino el letal equipo de gobierno conformado por Donald Trump y Marco Rubio, un experto en los asuntos cubanos al que será muy difícil engañar con presentaciones de PowerPoint sobre las bondades del comunismo, mucho menos con excarcelaciones de presos políticos como única ofrenda en las mesas de conversaciones.
Más allá de las marchas combatientes y notas de protestas de Bruno Rodríguez Parrilla, que son generadas casi en modo automático desde la ortodoxia del Partido Comunista, todo indica que comienza a abrirse paso, en medio de los que no ven más alternativa que un atrincheramiento suicida, esa facción pragmática del régimen que estaría dispuesta a llevar “algo más” que opositores encarcelados a una nueva ronda de negociación con los Estados Unidos.
A fin de cuentas, aunque en el manual de la Ñico López (la tristemente célebre “escuela de cuadros” del PCC) esté el capítulo que habla de la “solidaridad” con Hamas y Hezbolá, también está —y en letras mucho más grandes— el que no pone objeciones a que, como “sacrificio” en la “construcción del socialismo”, se acepte de buena gana que hagan con La Habana lo que ha propuesto hacer Donald Trump con la franja de Gaza, que para nada se aleja de lo que intenta hacer GAESA con todas esas parcelas que bien ha sabido enumerar, acaparar y congelar en la “Cartera de Oportunidades”, a la espera de la llegada del mejor postor.
Las poco convencionales movidas de Donald Trump al abordar tanto la solución al conflicto en Oriente Medio como la invasión rusa a Ucrania, dejan bien claro que, al menos durante los próximos cuatro años, los Estados Unidos no ofrecerán regalías a nadie en detrimento del bolsillo de los contribuyentes, de modo que, del lado de acá, donde algunos veían un obstáculo infranqueable —en tanto a la arruinada economía castrista poco le va quedando para intercambiar que no sean hoteles vacíos, tierras improductivas, empresas estatales nada rentables y derrumbes convertidos en vertederos y parqueos— los más astutos negociadores han encontrado la oportunidad que hasta este preciso minuto parece irremediablemente perdida.
Las señales van más allá de lo sucedido en la ONU con el acompañamiento en la votación de la resolución de respaldo a Rusia impulsada por los Estados Unidos, o del entusiasmo del régimen con la posibilidad de que se perpetúe el congelamiento de fondos para la ayuda externa sobrepasando el plazo establecido, lo que pudiera condenar a muerte a muchos medios de prensa alternativos, de oposición abierta y frontal, que son el peor azote para una dictadura que se erige sobre la desinformación y la manipulación ideológica.
El más reciente Festival del Habano, donde no por casualidad se anunciaron varios récords históricos de ventas (que pudieran ser ciertos o no, pero que huelen demasiado a alardes de “jinetera” en bancarrota), y donde tampoco por “casualidad” hubo una despampanante gala de clausura a los pies de la estatua de la República (forrada con el pan de oro regalado por Rusia), con todo el simbolismo que guarda en sí el Capitolio, fue el momento elegido para lanzar el anzuelo. Pero no al azar, sino directo al pez grande que hoy nada en la Casa Blanca.
La cena que tanto ha dado de qué hablar —incluido lo que se ha dicho sobre un gobierno al mismísimo estilo de Sandro Castro, capaz de apagar y hambrear una ciudad por tal de iluminar un banquete—, fue un claro mensaje no solo de cuán dispuesto a negociar están sino de lo que esta vez serían capaces de llevar a un diálogo de negocios. Y unas mesas lujosamente servidas a los pies de la República, en medio de las sofocantes circunstancias que vive la dictadura, no tiene más lectura que esa donde no ponen límites a una “comilona política” en la que la Isla todita sería el plato principal.
Los comunistas cubanos son “raros” por sí mismos pero no tienen “tierras raras”; su alianza con Moscú apenas los deja en la posición de “objetos” y no de “sujetos” de diálogo —a pesar de submarinos anclados en la bahía—; el tabaco es un placer caro aunque no basta por sí mismo para perdonarles la vida a los dueños de la finca, pero un archipiélago estratégicamente situado entre el Norte y el Sur, yacimientos importantes de níquel —incluso en tierras del Oriente que aún no están en planes de ser explotadas—; y buenas playas pudieran ser suficientes para llegar a un “arreglo” en el que no todos los cubanos y cubanas saldremos ganando pero, al menos, la élite militar que negociaría podrá sentirse si no complacida, al menos “fuera de peligro”.
La crisis ha calado profundo y el régimen sabe cuán impredecible se ha vuelto el futuro inmediato, más cuando la válvula de escape de la emigración masiva comienza a tupirse y las dos locomotoras de la economía (la exportación de servicios médicos y el turismo) están prácticamente fuera de servicio.
Las únicas garantías de acaparar un tiempo más el poder radican en elementos tan frágiles como, primero, la capacidad que tengan de captar y retener en sus cuentas los dólares que llegan al país principalmente por las remesas y donativos; segundo, de conservar activamente el mayor número de empresas off-shore que operan desde Panamá, Europa, Canadá e incluso desde los Estados Unidos, así como el Banco que mantienen en Londres desde octubre de 1972; tercero, mantener convencidos a los gobiernos de China y Rusia de que Cuba continúa siendo una carta de algún valor en el Caribe aún después de que logren acuerdos beneficiosos con Washington; y cuarto, que continúen manteniendo la obediencia de las fuerzas represivas al mismo nivel que el miedo y la desesperanza en una población y un “sector privado” incapaces de organizarse en torno a intereses comunes de cambio político.
Entre las filas de los comunistas cubanos, de su élite quiero decir, todos conocen bien la vulnerabilidad de esos cuatro pilares, así como que se les va agotando el tiempo junto con los dólares, en tanto se agotan —más que en comprar petróleo, arroz y harina— en sostener un aparato represivo (hasta ahora muy eficiente) y una casta militar que no son ajenos a la crisis, que comienzan a resentirse, y que, por tanto, los induce a valorar la posibilidad de adoptar una estrategia similar a la de Putin aunque “atemperada” (para usar un término del que gusta el castrismo) a las circunstancias de un pequeño país que no es potencia nuclear, ni tiene “tierras raras”, pero sí ha sido durante décadas un elemento político desestabilizador en la región, para nada desestimable.
El punto al que serían capaces de llegar por tal de perpetuarse en el poder, incluso de ir más allá en sus sueños de mutar de militares, “cuadros” y represores en flamantes empresarios y magnates va más allá de todas esas consignas que solo gritan de lejos, muy diferentes en contenido y tono a las frases lindas que usan cuando conversan de negocio con quien sea que les asegure un “final feliz” (y de eso pueden dar cuenta los que pidieron negociar con Obama).
Ninguna empresa extranjera con negocios en la Isla por importante y trasnacional que sea puede garantizarle actualmente al régimen cubano la permanencia en el poder, por tanto este no lo pensará dos veces para sacrificarlas a todas en favor de quien de verdad le ofrezca esa única garantía. Meliá, Iberostar, Sherrit, Bouygues junto con todos los negocios oportunistas de Hugo Cancio y los demás de su estilo, incluso Rusia y China (tan veleidosas cuando se trata de velar por sus propios intereses nacionales), no pueden garantizarle al régimen cubano lo que este necesita ahora mismo frente a un gobierno estadounidense que no se contenta con un manojo de presos excarcelados ni se ablanda con una mediación desde el Vaticano.
Pero lo importante aquí no es la voluntad de “negociar” que tengan unos cuantos del lado de acá, ni los mensajitos por debajo de la puerta, ni la descarada invitación a comerse la Isla a los pies de la República, sino el interés que logren despertar del lado de allá donde, hasta el momento, no hay señales de “amor correspondido”.