LA HABANA, Cuba. — Hace una semana Johana Tablada, subdirectora del Ministerio de Relaciones Exteriores de Cuba, habló sobre “los renovados esfuerzos” que ha realizado el régimen cubano para buscar un alivio de las sanciones impuestas por Estados Unidos. Aunque no precisó a qué esfuerzos se refería, su ruego disfrazado de exigencia tuvo lugar pocas horas después de que se hiciera público el anuncio sobre el levantamiento temporal de sanciones al régimen de Nicolás Maduro a cambio de ofrecer garantías constitucionales de cara a los comicios presidenciales de 2024.
El Gobierno de Joe Biden ha depositado un voto de confianza en el chavismo, a pesar de que todavía no se ha fijado una fecha para las próximas elecciones. Durante seis meses, la dictadura de Caracas podrá respirar a sus anchas, disponer nuevamente del oro, el gas y el petróleo, e incluso ayudar a sus compinches en el área.
Es de suponer que todas estas posibles situaciones hayan sido previstas por la Casa Blanca, y también es probable que las deje pasar mientras se mantenga el acuerdo de hacer elecciones libres en Venezuela. Lo que no puede ponerse en duda es que se trata de una oportunidad, y Cuba quiere ser parte de ella; solo que, a diferencia de la nación sudamericana, La Habana no ha ofrecido garantías de ningún tipo.
Además de aprobar la creación de miles de mipymes —muchas pertenecientes a esbirros devenidos en empresarios— no queda claro cuáles otros esfuerzos ha realizado el régimen de Díaz-Canel para merecer una flexibilización de sanciones. Haciendo un recuento de los últimos meses: el gobernante fue “reelecto” este año en comicios que evidenciaron el escaso respaldo popular a su gestión, mientras su régimen sigue apoyando la invasión de Rusia a Ucrania y lo demuestra enviando mercenarios. El ministro de Relaciones Exteriores ha evitado mencionar la responsabilidad de Hamás en la nueva guerra desatada en el Medio Oriente, lo cual contradice sus pataletas cada vez que Cuba es ratificada dentro de la lista de países patrocinadores del terrorismo. Dentro de la Isla continúa la represión política, selectiva y desmesurada. El ministro de Economía reconoce que esto va a peor, pero sigue imponiendo el socialismo como única solución (hay que joderse); y ningún diputado, entre los cientos que tienen el deber de alzar su voz en el Parlamento para denunciar las terribles condiciones de vida de la mayor parte de la población, parece dispuesto a convertirse en una alternativa real desde el poder.
Venezuela tiene a María Corina Machado, una mujer con suficiente capital político dentro de la oposición al chavismo para hacer viable la transición a la democracia. ¿A quién tiene Cuba? ¿Dónde está la oposición política que se requiere en estos momentos para mostrarle al pueblo que existe otra opción?
Hasta el cambio fraude le está saliendo mal al neocastrismo. A pesar de los planes de Boris Titov, de los empresarios cubanoamericanos que se enriquecen con la miseria nacional, del Costco cubano, el Tesla en La Habana y las grandes cadenas hoteleras que se reparten lo que queda de la industria del turismo, Cuba se sigue hundiendo.
Esos diputados lengüilargos de ocasión, dueños de alguna mipyme, que en plena Asamblea Nacional se lanzan a criticar las decisiones económicas, como si tal cosa fuera normal y permitida, no pasan de ser actores improvisados en un escenario que no guarda coherencia con su aparente forma de pensar. No hay capital político para mañana. No lo hay para hoy.
Con miras a un cambio solo ha prevalecido la reserva moral indispensable de un puñado de ciudadanos que el régimen vigila con especial celo para evitar que sobresalgan, porque sabe que de ellos puede emerger una propuesta política concreta que funcione para los de adentro y los de afuera.
Siendo ese el contexto, ¿por qué Estados Unidos habría de dar más de lo que ha dado, que ya es bastante considerando el inmovilismo crónico del sistema político? No existe en Cuba una hoja de ruta electoral que encienda la esperanza en un porvenir democrático para la nación. Por delante quedan otros cuatro años de limonada, reordenamiento del ordenamiento, discursos chapuceros en español e inglés, justificaciones y entrevistas plagadas de mentiras.
Quienes contemplan la posibilidad de que Cuba reciba un trato similar a Venezuela, deben saber que el fin supremo para la Isla no será el regreso del estado de derecho, como sí podría ocurrir en la patria de Bolívar. Para ello se necesita algo más que una diplomática servil al PCC reconociendo que han tratado de “sensibilizar” a su contraparte en el Gobierno estadounidense para que alivie las sanciones que pesan sobre el pueblo cubano. Basta de engaños. Nada agobia tanto a los cubanos como una dictadura que se niega a admitir que ha perdido.
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