Saturday, September 28, 2024
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Las prioridades de una élite

LA HABANA, Cuba -. Si la “información sensible” sobre la situación de los médicos secuestrados en Kenia que supuestamente había traído Esteban Lazo de su amplia gira por África no sirvió de nada, y finalmente toda la culpa ha terminado donde sabíamos que caería –puesto que todas terminan en el mismo saco roto–, entonces por qué la más reciente “declaración” de la cancillería o alguna otra “nota oficial” no han revelado cuál fue ese “hallazgo” que al menos justificaría el gasto de recursos de un viajecito al extranjero que, desde el inicio (y sobre todo por la cara de alegría que siempre mostraba el “enviado especial” en cada una de sus visitas), era evidente que no tenía por objetivo principal el conocer la suerte de los galenos.

Se han sacudido el problema de encima y, como en las demás cosas que no han podido o no han querido resolver, se lo han endilgado al vecino de enfrente porque es el modo groseramente sutil de decir que no lo resolverán jamás, así como la manera más desvergonzada de camuflar un viaje de negocios a África –en realidad otro viaje de pedigüeñería– en una “gestión de urgencia” que ahora se revela como utilería diplomática.

Evidentemente la “gestión” fue apenas un golpe de efecto posiblemente para mantener cerradas las bocas de los dolientes, en principio, pero sobre todo para fingir preocupación ante una opinión pública que siempre está dispuesta a pasar la página cuando las noticias envejecen demasiado, y la evidencia está en las pocas atención y repercusión que han recibido las notas generadas sobre el caso este 12 de abril, cuando se cumplieron cinco años del secuestro.

Ni siquiera cuando la fecha llega en medio del abandono de un grupo de cubanos y cubanas varados en Haití, otro caso que nos ha gritado a la cara el lugar que ocupamos como “muchedumbre” en el orden de prioridades de un régimen que, consciente de su impopularidad así como de nuestra proverbial obediencia, ha concentrado todos los recursos en mantenerse a flote puesto que cuando hablan de “salvar la Revolución al precio que sea necesario” no están pensando en otra cosa que en ellos mismos, es decir, en esa élite que no se desmaya de hambre en las esquinas, que no sufre los apagones ni la falta de medicamentos, que jamás estaría –ni ella ni sus mascotas– en riesgo de secuestro porque están muy bien resguardada, que no le afectan ni el transporte escaso ni la falta de combustible, y que ni siquiera se sube a los techos ni sale a dar palos para aplacar una protesta porque otros lo hacen por ella.

Una élite que no se ruboriza de sus escandalosas contradicciones ni de sus continuas ridiculeces, que prefiere gastar miles de dólares en remodelar el “protestódromo” del Malecón (la Tribuna Antiimperialista), frente a la Embajada de los Estados Unidos, antes que invertirlo en resolver los graves problemas que afectan el fondo habitacional en la Isla desde hace décadas, donde cientos de miles de personas viven bajo el peligro de morir aplastadas por sus casas o de perderlas definitivamente.

Una élite que moviliza un ejército de especialistas del Jardín Botánico por el capricho de sembrar césped verde y vegetación exuberante a unos escasos metros del mar y en una zona que todos los años queda bajo las aguas del primer cicloncito o frente frío que pasa, pero también la misma élite que aún no resuelve cómo producir una simple hectárea de malanga en las tierras fértiles de Mayabeque y Artemisa.

Porque el “bloqueo” es como un taparrabos, que sirve para lo que sirve y a la vez deja entrar ese “fresquito” por todos lados, bajo la forma de autos de lujo (para una élite), contenedores de pacotilla (también para los mismos) y los carísimos materiales de construcción y acabado que se necesitan para que el escenario donde “celebrarán” los 505 años de La Habana quede listo a tiempo y así el nuevo Primer Secretario del Partido en la ciudad nos hable de la crueldad del “bloqueo”, de la necesidad de sustituir importaciones y quizás hasta del plan de construcción de casas con fango (y con “esfuerzo propio”).

Por sí solo este ejemplo del nuevo “protestódromo” resume las prioridades del Gobierno cubano, que no escatima en recursos cuando se trata de “ideologización” pero que se resiste a pagar un rescate, o a terminar de una vez con los derrumbes.

Hace poco, hablando de prioridades de una élite, cierto amigo que estuvo en la concepción del proyecto de la Torre K –que habrá de convertirse dentro de poco en el hotel más grande de Cuba– me contaba que antes de la aprobación del edificio hubo propuestas (al interior del propio Gobierno), todas enfocadas en el turismo, que apostaban por invertir el dinero no en un hotel sino en planes de rehabilitación de viviendas en el centro de La Habana, para que sus propietarios más tarde, mediante una serie de contratos previos con el Ministerio de Turismo, pudieran rentarlas a extranjeros –algunas hasta en las modalidades de Airbnb–, con lo cual todas las parte involucradas en el negocio se beneficiaban, en tanto se resolvían cuestiones de generación de empleo, de ingresos en divisas, de rehabilitación del fondo habitacional, de conservación patrimonial y urbanística, entre otras más, a la vez que se evadían algunas cuestiones del embargo, entre ellas la posibilidad de que a esa oleada de turistas estadounidense que se esperaba tras el “deshielo” se le hiciera mucho más fácil encontrar alojamiento más allá de las instalaciones hoteleras de los militares, que son quienes dominan el sector.

Era una propuesta que mataría varios pájaros de un tiro, que incluso arrojaría buenos dividendos al Estado pero que, además, lo exoneraría de futuras reparaciones, rehabilitaciones y hasta del constante mantenimiento de una instalación tan costosa como es un hotel-rascacielos en medio de un país con una infraestructura de servicios básicos precaria, y donde las principales empresas constructoras para el turismo son extranjeras y utilizan mano de obra especializada contratada fuera de Cuba. Pero aun así fue una de tantas propuestas ignoradas, desatendida por las razones que no explicaremos, puesto que debieran ser conocidas por todo aquel que sabe cómo funcionan las cosas en el “socialismo” de acá, así como en cualquier lugar donde reinen la corrupción y el caos.

Y no un caos cualquiera, no un caos azaroso nacido de circunstancias imprevisibles, sino ese caos totalmente malintencionado, “provechoso”, que les permite trazar a la vista de todos ese ultraselectivo orden de prioridades donde todos quedamos fuera de la balsa de salvación, desde los médicos secuestrados hasta la pobre gente varada en Haití. Donde se desentienden olímpicamente del agente Manuel Rocha como del viejo boxeador fidelista que vende sus medallas para comer. De la niña Amanda que hoy se recupera de una operación en España como de las mascotas asesinadas y vendidas como picadillo en San José.

Están enfocados absolutamente en ellos mismos. En cómo sobrevivir a la caída ya que no pueden evitarla. En cómo ganar tiempo y proyectar en cámara lenta, suavecito, el proceso final, de modo tal que parezca como que no caen al vacío, sino que les han brotado alas y en vez de caer, vuelan.

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