Friday, October 18, 2024
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La “taigeromanía”

LA HABANA, Cuba. – Creí poder aguantar la “taigeromanía” desatada, a raíz del lamentable incidente que puso fin a la vida del repartero José Manuel Carvajal Zaldívar, pero la verdad es que ha sido demasiado, y que más allá de fanáticos con pésimo gusto musical (lo que, en aras de las libertades de expresión y elección, es muy respetable), de las hipocresías de los mensajes de condolencia de la dictadura y de las redes sociales saturadas con la misma noticia, las mismas anécdotas y los mismos chismes, hay una especie de atmósfera rara, maloliente, casi irrespirable alrededor de este “fenómeno” que ha movilizado las atenciones de una turba que pareciera tener por cerebro una bocina portable encendida a todo volumen, y nada más.

Porque amén del duelo, del impacto que siempre tienen las noticias sobre la muerte de un artista popular, lo que ha sucedido por estos días en Cuba —en medio del hambre, del éxodo masivo, bajo el peligro de un huracán de vientos y represión política— solo pudiera ser explicado a partir del psicoanálisis, en tanto las movilizaciones y las convocatorias de esta “taigeromanía” parecieran traducir sentimientos mucho más profundos, largamente reprimidos y que por tanto han tomado la agonía y fallecimiento del cantante como pretexto para canalizar “energías” que no logran salir al exterior, enojos, deseos de llorar, gritar, patalear por otras cosas que no sean el Che, Fidel, el comunismo y la “continuidad”, que son las únicas que la dictadura permite en “sus calles”.

Gritar y llorar en público —ya sea solo o en grupo— por esas cosas que en realidad más nos enojan, nos deprimen o nos enloquecen, y que sabemos consecuencia de un sistema político represivo y corrupto— no solo está prohibido sino que se castiga con largas penas de cárcel, cuando no con el destierro. 

Así que superados por el miedo, contagiados por la hipocresía “oficial” y atontados por el aislamiento y la miseria, la rebeldía y el enfado reprimidos afloran bajo las más demenciales formas de expresión, pero igual junto a ellos, con descarada conciencia, salen a flote los oportunismos tan caros a un régimen que, a punto de caer por su propio peso, a punto de estallar por las propias implosiones, echa mano a todo cuanto parezca una tabla de salvación, una bocanada de oxígeno, es decir, a esas distracciones que les han permitido agonizar en paz durante más de medio siglo.

Y con el régimen moribundo también agoniza a su lado ese ejército de zombis que hoy recorre las calles de Cuba, incluso las de Miami, creyendo que, porque tararean un reguetón a coro y no la canción Patria y Vida,  porque gritan y beben alcohol por El Taiger y no por Celia Cruz, porque encienden velas por un repartero y no por el preso político que pasa días en huelga de hambre exigiendo sus derechos, son libres y son valientes, son rebeldes y apolíticos, son intocables.

Cuando en realidad son las tristes y deplorables marionetas de unos titiriteros que los prefieren así, hundidos en la tontería hasta las narices, aturdidos por la música, el alcohol y “el químico” para que jamás se detengan a pensar en lo que es más importante para ellos mismos, y para sus padres y abuelos que tampoco tienen tiempo para pensar porque agotan sus energías entre colas para alimentarse (y alimentar a sus hijos zombis) y colas aún mucho más largas y frustrantes para atenderse una salud física y mental que cada día empeora.

Aunque lo han despreciado, como desprecian a su propio “hombre nuevo” creado a golpe de hambres y consignas, El Taiger fue de esos “gusanos” que los comunistas han enganchado al anzuelo para pescar en río revuelto; ese “animal de remesas”, esa bestia que refleja las tontas aspiraciones de una multitud que, agobiada por el encierro y las carencias materiales, asfixiada por la estrategia ideologizante que equivocadamente llama “política”, construye sus ídolos con ese material de fantasía del cual están hechos esos reparteros de a un peso la docena y que, siendo uno más del montón en Estados Unidos, necesitan siempre regresar a la Cuba miserable y oprimida para fingirse millonarios y libres. Para “especular”.

Aunque duele reconocerlo, es esa “especulación” a la que aspiran muchos de los que hoy marchan “de luto” pero con la bocina en una mano y la botella de ron en la otra (“el químico” va escondido en la ropa). Emigrar y casi de inmediato regresar para enseñarle al barrio que han “coronado” aunque en realidad hayan echado todos sus ahorros entre el auto rentado, la “percha” para la “pinta de yuma”, la caja de cerveza y los pasajes de avión. 

Ese es el sueño del zombi cubano y es también el sueño de los que lo reprimen, es el sueño del represor que hoy apalea al disidente y mañana emigra por parole o por “miedo creíble”, pero es la pesadilla del que se pudre en la cárcel por alzar un cártel, por postear un chiste “político” en Facebook, por intentar crear una utopía desde el barrio de San Isidro. 

El régimen sabe de esos sueños y de esas pesadillas. Pero usa lo primero contra lo segundo. De modo que la “taigeromanía” es su truco. Se muestra dolido con lo sucedido a El Taiger no solo porque este haya sido su cómplice —como lo son todos los que entran en su juego a voluntad, sirviendo de “tranca” contra quienes aspiran a un cambio político— sino porque le es útil, y mucho más muerto que vivo. 

El disparo mortal ha sido una bendición para quienes están constantemente necesitados de circo, más por estos días en que no hay pan, en estas horas cuando encender una velita aunque sea por un muerto, en medio de la intensa oscuridad de los apagones, puede crear la ilusión de que comienza a verse una luz al final del túnel.

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