Wednesday, November 27, 2024
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La muerte de Kennedy: un misterio sin resolver

LAS TUNAS, Cuba. — Según el presidente de Francia Charles de Gaulle, presente en el funeral de Estado, JFK había muerto “como un soldado”. El pasado sábado, 25 de noviembre, se cumpieron 60 años de que fuera sepultado en el Cementerio Nacional de Arlington, Virginia, el 35to presidente de los Estados Unidos, John Fitzgerald Kennedy, baleado en la plaza Dealey, en Dallas, Texas, a las 12:30 del viernes 22 de noviembre de 1963, mientras viajaba junto a su esposa y otras personas en un automóvil descubierto.

Víctima de uno, o quizá de dos francotiradores que como todos los de su oficio hacen del enmascaramiento su herramienta inseparable, y en este caso, Lee Harvey Oswald sería un elemento simulador y no de ataque, la muerte de Kennedy quizás sea el secreto mejor guardado del siglo XX. Pero ese misterio no resulta raro, cuando es la ocultación y no sólo en sus detalles técnicos-tácticos (entiéndase: quién dispara, con qué arma, desde dónde, cómo hace fuego y cómo desaparece el tirador), sino que son los móviles estratégicos (compréndase: las razones político-ideológicas, militares, económicas o la conjunción de esos motivos), los que llevan al asesinato como el de JFK, y donde el éxito reside en mantener el anonimato del que ordena el crimen.

Esas razones inducen a una interrogante: ¿Quién, o quiénes, tenían interés en producir la muerte de Kennedy, y, sobre todo, quién o quienes poseían información y medios para ejecutar el crimen sin que este fuera detectado ni en su ideación ni en su planificación ni en su ejecución, ni en la etapa posterior de su investigación, al punto que sesenta años después todavía existen documentos relacionados con el magnicidio ocultos a la opinión pública?

La respuesta a esa pregunta, obviando intereses nimios y teorías conspirativas como las que vinculan la muerte del presidente estadounidense a un golpe de Estado encubierto, nos obligan, saltadas esas hipótesis, a ir a un contexto histórico predominante: la Guerra Fría, contienda geopolítica en la que en una de sus más importantes batallas, la Crisis de los Misiles, cuando el mundo estuvo en peligro de desaparecer, pero en cambio JFK salió vencedor ganando la paz, aunque once meses y cuatro días antes de Kennedy morir asesinado en Dallas, el 26 de octubre de 1962, con la anuencia de Fidel Castro, los jerarcas de Moscú ya tenían en Cuba y llegados desde finales de julio, los regimientos coheteriles con sus ojivas nucleares almacenadas de forma operativa, apuntando a territorio estadounidense.

Pero, si Kennedy retirando armamento obsoleto de Turquía resultó vencedor de Nikita Jruschov, haciéndolo sacar sus misiles de suelo cubano, eliminando así el peligro de una guerra nuclear detonada desde Cuba, en cambio, había sido Jruschov el que aliándose a los castristas había derrotado a Kennedy, quien no había conseguido hacerse escuchar por Fidel Castro, dando paso a la instalación del armamento nuclear a 90 millas de suelo estadounidense.

En el artículo Kennedy, Fidel Castro y las negociaciones secretas durante la Crisis de los Misiles, publicado en este sitio el 22 de octubre de 2022, en ocasión del 60 aniversario de aquel suceso, decíamos cómo Kennedy, el 15 de abril de 1962, a través del presidente argelino Ben Bella, que viajaba desde Washington a La Habana al día siguiente, había dicho a Fidel Castro que Estados Unidos no tenía inconvenientes para que en Cuba hubiera un régimen comunista nacional, siempre y cuando no sirviera como instrumento del poder militar soviético en la región, algo que, como sabemos, para esa fecha era un hecho ya en etapa de realización entre Moscú y La Habana.

Así y toda la crisis político-militar causada por los misiles soviéticos instalados en suelo cubano, el presidente Kennedy mantuvo su interés previo a la crisis, para apartar a Cuba del comunismo internacional, como instrumento de Moscú en América, y, a pocas horas de su muerte, el 18 de noviembre de 1963, en un discurso pronunciado en Miami, ante la Asociación Interamericana de Prensa, dijo que Cuba se había convertido en “un arma para subvertir a las demás repúblicas americanas, bajo las órdenes dictadas por poderes externos. Eso y sólo eso nos divide. Mientras siga siendo cierto, nada es posible. Sin ello, todo es posible”.

Y mientras Kennedy era baleado en la plaza Dealey, en Dallas, Texas, a las 12:30 del viernes 22 de noviembre de 1963 —llegaría muerto al Hospital Parkland Memorial y declarado difunto a la 1:00 p.m.— justo a esa hora, pero al otro lado del estrecho de Florida, en Varadero, Cuba, un enviado presidencial, encubierto —reclutado para esa tarea por William Atwood, funcionario del Departamento de Estado y a través de un amigo de JFK, el corresponsal de Newsweek Ben Bradlle—, el periodista francés Jean Daniel, editor del semanario L´Observateur, conversaba con Fidel Castro mientras esperaban por el almuerzo.

En Varadero había reiterado Daniel a Fidel Castro lo dicho por Kennedy en cuanto a las relaciones Cuba-Estados Unidos en su discurso de Miami, cuatro días antes: “Todo es posible”, si dejaba de subvertir al continente americano, cuando, según Daniel, sonó el teléfono que pasaron a Fidel Castro, quien preguntó: “¿Lo han herido seriamente?”, diciendo luego, “es el presidente Kennedy, lo han herido seriamente”, y luego de un silencio dijo: “¡Esto es terrible! Van a decir que lo hicimos nosotros”.

Pero, a esa hora, según dijo el periodista francés en el documental de 2004, Castro y Kennedy. Negociaciones secretas, cuando ellos sintonizaron “una estación de radio de Florida que describía lo que estaba pasando en Dallas”, y de repente anunciaron “Kennedy está muerto”, todavía no habían detenido a Oswald, acusado del magnicidio, ni mucho menos había comenzado a publicitarse su vocación castrista. Luego, cabe preguntar: ¿Qué razones tenía Fidel Castro para anticipar, “van a decir que lo hicimos nosotros”?, que fue un prejuzgar, dicho en el momento del hecho, ante un periodista francés, utilizado, según el propio Daniel, como “mensajero de paz” por el gobierno de los Estados Unidos, cuando eran los anticastristas abandonados a su suerte en Bahía de Cochinos quienes tenían motivos de resentimiento contra Kennedy y no los castristas, ultrajados por los soviéticos, sí, al ignorarlos en las conversaciones, pero beneficiados tras la Crisis de los Misiles, en primer lugar porque con los acuerdos Kennedy-Jruschov estaban protegidos de un ataque de Estados Unidos, y, como si fuera poco, salvo con el armamento nuclear, se habían quedado con todo el arsenal de tierra, mar y aire, empleado por el Ejército soviético en Cuba.

Dice un aforismo que “quien juzga, procede”, y no son pocos quienes pudieron proceder contra Kennedy. Por algo será que sesenta años después existen evidencias ocultas de quien, lejos de morir como un soldado, según de Gaulle, murió indefenso, inerme.

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