Monday, March 3, 2025
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La costurera de Chanel y un origenista maldito entre los libros cubanos de febrero

Salamanca/Siempre al margen del canon, o molestando al canon con pellizcos y risotadas, a Lorenzo García Vega nunca le acaba de llegar su hora entre los lectores. Matancero, nacido en 1926, los cubanos –cultos o incultos, en la Isla o exiliados– saben muy poco de un poeta que tiene su silla, no siempre bien guardada, en los almuerzos del grupo Orígenes. 

Antonio José Ponte advirtió que había que mirar el negativo de esas fotografías, en el que todas las sonrisas son negras, para empezar a descifrar a Orígenes, o al menos lo que Orígenes fue para García Vega, el cronista más polémico de esas reuniones. Como Arenas o Virgilio Piñera, dice Ponte, el autor de Los años de Orígenes pertenece a “la tradición cubana del no”, la de los libros agrios y destructores. 

Veinte años después de su primera publicación, en 2005, la editorial sevillana Renacimiento rescata –con prólogo de Ponte– otro de esos textos del no: El oficio de perder. “Es un libro de memorias personales: una infancia y una adolescencia anterior a la fundación de la revista Orígenes, una madurez y vejez póstumas”, recuenta el prologuista. “No se encuentra aquí lo que pudiera ser el mayor suceso en la vida de su autor, quien confiesa haber borrado de estas páginas lo tecleado en relación con José Lezama Lima”. 

Inconforme esencial, García Vega no encontró contento ni en la República, ni en la Revolución ni en el Exilio. Esos tres tiempos que el cubano lleva consigo aparecen en su obra diseccionados, y tan consumidos que ya no queda en ellos espacio para el escritor. 

Inconforme esencial, García Vega no encontró contento ni en la República, ni en la Revolución ni en el Exilio

La reaparición de Los años de Orígenes se suma a la reciente ola de literatura memorialística –siempre mezclada con la ficción, el diario o el ensayo– entre autores cubanos. En ella figuran Memorias del archivo, de Roberto González Echevarría; Entre Rusia y Cuba, de Jorge Ferrer; Posmo, de Iván de la Nuez; Esta es tu casa, Fidel, de Carlos Lechuga; y Hoy como ayer, de Tony Guedes. 

Otro inconforme, Juan Abreu, publica este mes Debajo de la mesa (Ladera Norte), sus memorias “revisadas, ampliadas y profusamente ilustradas” de su infancia y juventud. Con Abreu no hay términos medios: una escritura hecha de formas breves, hecha para destripar la realidad, en la que la felicidad debe buscarse –como en la cita de Brodsky que preside el libro– bajo la cuarta capa de escombros. 

Coco Chanel y Simone Leblanc –su costurera– revolucionaron la moda en el siglo XX. Su complicada amistad es el tema de la nueva novela de Wendy Guerra, publicada por Lumen, que la autora presenta ese mes durante una gira por varias ciudades españolas. 

“Vengo de un mundo de escasez y de absoluta pobreza, en el que la ropa tiene un mensaje”, dijo Guerra este jueves a La Vanguardia. “Si una amiga con más dinero o que venía de fuera te regalaba o te prestaba un vestido bonito y te lo ponías, se veía como algo muy burgués y algo inocente pasaba a convertirse en un problema político e ideológico. Entonces para mí, y para todos los cubanos y gente que venga de lugares similares al mío, las prendas de ropa son joyas”.

Con Providencia, el poeta y editor Luis Rafael se propone narrar la memoria de una familia cubana, a sabiendas de lo que ello supone: contar la historia íntima de un país. Se trata, en palabras de uno de los personajes, de recordar “nuestros orígenes y aprender de nuestros antepasados, para no cometer los mismos errores que ellos, para continuar sus obras y honrarlas en nuestra memoria”. 

La Biblioteca del Pueblo, presentada este febrero durante la Feria del Libro de La Habana, es lo más relevante que le ha sucedido a la producción editorial de la Isla en años

La Biblioteca del Pueblo, presentada este febrero durante la Feria del Libro de La Habana, es lo más relevante que le ha sucedido a la producción editorial de la Isla en años. Con los Cuentos negros de Cuba de Lydia Cabrera –el título “maldito” y por eso mismo más esperado– a la cabeza, la colección llegará a las provincias en marzo, renqueante por la falta de papel. 

La colección fue una idea, en los primeros años de la Revolución, de nombres semiborrados de la cultura oficial como Edmundo Desnoes y Raúl Martínez, pero el Instituto Cubano del Libro (ICL) dejó bien claro que la selección de los nuevos 82 títulos tiene artífices claros –vivos o muertos–: Alpidio Alonso Grau, Virgilio López Lemus, Jorge Ángel Hernández, Francisco López Sacha, Rogelio Riverón, Iroel Sánchez y Eduardo Heras León. Y, por supuesto, Fidel Castro.

“Existen anécdotas que relatan cómo Fidel invitaba a cenar a ciertos autores, conversaba con ellos toda la noche y, cuando se despedían, estos le dejaban el derecho de publicar sus obras”, dijo Josué Pérez, asesor del ICL. De esos banquetes, al contrario de los que celebraba el grupo Orígenes, no hay fotos. 

Según Pérez, Fidel Castro es lo más parecido que la Isla ha tenido a un agente literario, en el sentido capitalista –y tantas veces satanizado en Cuba– del término. 

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