Saturday, January 11, 2025
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La “continuidad” se va de marcha al EFE Bar

LA HABANA, Cuba. – No habrá Navidades para la mayoría de los hogares cubanos en la Isla, no habrá fiestas de fin de año por lo demasiado caras que están las cosas, por lo extremadamente bajos que están los salarios y lo excesivamente altos que van los precios. No hay luz, no hay petróleo, pero más que todo no hay vergüenza ni en las cabezas ni en las barrigotas de los que piden “resistencia creativa”, “confianza” y sobre todo “unidad”, que para ellos y nosotros es sinónimo de más represión, de más censura, de más castigo. Por eso habrá “marcha del pueblo combatiente” este 20 de diciembre, tan solo porque el régimen desea tener una idea —no importa cuán clara o difusa— de lo que va quedando de su rebaño. 

Las cosas van muy mal para el Partido Comunista y este ha sido el balance final del último encuentro: desencantos, fracturas y rupturas que crecen al interior de ellos mismos a un ritmo aún mayor que la corrupción, la doble moral, el oportunismo, la apatía y la mediocridad que los ha caracterizado desde siempre pero que ahora se ha desbordado incontrolable hacia el exterior. Violencia y droga, vagancia y delincuencia, basurales y fosas sepultando calles y aceras son apenas el reflejo de una crisis que no es ni económica ni transitoria ni superable sino sistémica, endémica y terminal.     

Pero el castrismo y su continuidad se conforman con saber que aún bajo todos esos “escombros”, generados por ellos durante décadas, sobreviven la obediencia y el miedo. No ha podido comprobarlo muy bien en los barrios donde a la mayoría de las llamadas “asambleas de rendición de cuentas” les ha faltado muy poco para terminar en pequeños actos de protesta, al punto de que solo fueron televisadas aquellas donde se avisó a la policía política con tiempo suficiente para que a los más “problemáticos” se les impidiera salir de sus casas.

Quiso comprobarlo, además, con el “ejercicio contra ilegalidades” —ese al que solo se atrevieron por una semana, porque de hacerlo más extenso habrían tenido que terminar cerrando hasta las mismísimas Fiscalía General y Contraloría— pero los resultados han superado las expectativas y eso, lejos de ser bueno, es absolutamente aterrador para quienes habían calculado cierta cantidad de delitos y descontrol y terminaron no solo descubriéndose de pie frente al espejo sino comprobando que la honestidad, la honradez, la fidelidad, el poco de ellas que aún quedaba entre los más ingenuos, o se ha marchado, o se ha muerto, o se ha puesto a la venta (preferiblemente en dólares, o al cambio en la calle) porque así van los tiempos.

Quieren contar el ganado de sacrificio con el viejo método de “pastoreo” usado por Fidel Castro —aun cuando, revisando las redes sociales o procesando los millones de SMS privados que ETECSA bloquea al detectar palabras “inapropiadas”, sería apabullante la magnitud del enfado popular contra la dictadura—, porque necesitan apresuradamente de esas imágenes de multitud domesticada para publicarlas donde todo el mundo las vea, porque eso les da satisfacción y porque así lo dice el método sobre “trabajo ideológico” aprendido en las escuelas del PCC.

No han podido (ni han querido) dar electricidad, agua, gas, vivienda, calles seguras, salarios dignos, libertades a quienes los piden porque ese, según algunos, fue el “pacto social” y la promesa eternamente postergada; pero, en cambio, les ofrecen lo único que están dispuestos a dar, una marcha de “bajo costo”, porque aunque les cuesta el dinerito que van debiendo a los tontos que lo prestaron, no necesitan paralizar la construcción de un hotel, suspender algunos de sus viajes o cancelar la compra de un cartera que haga juego con el vestido, aunque no con el viejo discurso de “austeridad”. 

Una marcha frente a esa embajada a donde casi todos anhelan entrar alguna vez pero no a protestar ni a reprochar nada, simplemente a pedir una visa que los deje salir a respirar aire puro, o que simplemente les dejen marcharse definitivamente porque saben que fallaron en la construcción del socialismo y entonces temen a ese engendro deforme que resultó después de tanto experimento. Lo temen para ellos y para sus hijos, a los que ya pusieron a salvo en el extranjero con el pretexto de una beca de estudios, de una misión, de un oportuno casamiento con algún empresario, con una “decisión personal” que huele demasiado a hipocresía, a desfachatez, a burla.

El mismo hedor que transpira el cuerpo de la dictadura moribunda, y el mismo que no logran sacudirse de encima sus herederos aunque se sumerjan en perfume para pasar por empresarios en estos días de “dolarización parcial”. Tiempos en que ser los glamorosos dueños de una mipyme, de una orquesta, de un bar o un mercadillo en pleno Vedado y no “cuadros” del PCC o militares como sus padres y abuelos —no agricultores ni albañiles— les resulta suficiente para hablar de “cambios”, de generación y de mentalidad, cuando todavía les sigue estando prohibido hablar de los cambios políticos que son los únicos necesarios para que el mal olor los abandone para siempre. 

Por eso llevan razón quienes cantan y gritan, quienes publican en sus redes que a la marcha se vaya el Sandro Castro, que estuvo de cumpleaños en pleno apagón, pero sobre todo en medio del “ejercicio” que ni siquiera le rozó las vestiduras porque quizás, más que otro año de vida, celebraba el saberse entre los intocables, entre los inmunes a esa “continuidad” que se ha llevado vidas por hambre, por enfermedades que pudieron ser tratadas, por la desesperación que conduce al suicidio o a la locura de escapar aunque sea a riesgo de perder la vida en el mar, en la selva o el desierto.

A la marcha que vayan el Sandro emprendedor revolucionario, y el Manuel Anido que fue a buscar donativos a El Corte Inglés, y la Lis Cuesta y los nietos e hijos de todos ellos a los que les sobra para el boleto de avión, para la zona VIP del EFE Bar una vez terminado el espectáculo, para rentarse en Miami o París en tanto esperan por la caída o por que sus padres y abuelos acaben de cumplir las promesas que les cantaban al oído como arrullos para dormir tranquilos.         

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