LA HABANA, Cuba. – El Gobierno cubano anunció el sábado 5 de agosto la entrada en vigor de la Resolución 111 del 2023, publicada en la Gaceta Oficial de la República de Cuba, que rige el proceso de bancarización. Poco antes, directivos de Banco Central de Cuba (BCC) informaban: “Dadas las dificultades que enfrenta el país con la ineficiencia de los cajeros automáticos sólo se permitirá usar en las redes de este sistema las tarjetas asociadas a personas naturales con cuentas bancarias, pensiones, salarios, cuentas de ahorro y otras prestaciones en aras de beneficiar a la población”.
Pero a pesar del entusiasmo con que directivos y medios oficiales nos han tratado de vender la bancarización como un procedimiento más seguro y rápido, orientado al beneficio económico de los ciudadanos así como a garantizar una mayor legalidad, la realidad que enfrenta la población es otra bien diferente. Apenas ha transcurrido un mes de su aplicación y ya los cubanos estamos sufriendo los efectos indeseables de una medida que se nos ha impuesto sin antes crear las condiciones mínimas imprescindibles. Uno de los más notables, aunque no el único, de estos efectos indeseables es la falta de liquidez en los bancos, los cuales están operando con el escaso efectivo que se deposita diariamente; de ahí que usualmente la cantidad a extraer esté limitada, o que en ocasiones incluso sea imposible efectuar la transacción.
A esto hay que añadirle el deplorable estado de los cajeros automáticos. Y no solo porque se trata de equipos viejos, con tecnología obsoleta, que en su mayoría se encuentran en desuso, sino también porque los pocos que se mantienen en funcionamiento frecuentemente están vacíos. Por solo citar un ejemplo, en el barrio Lawton, perteneciente al capitalino municipio Diez de Octubre, de cinco cajeros existentes, en la actualidad únicamente funcionan dos, afectados, cómo no, por la mencionada falta de billetes. Esto obliga a los lugareños a recorrer este y otros municipios en busca de un equipo funcional donde poder sacar su dinero, por supuesto después de enfrentarse a largas colas bajo el sol o la lluvia, con el constante temor a un posible corte de electricidad, y cruzando los dedos para que no se acaben en este también los billetes.
Esto bien que lo sabe Adrián, un vecino que recientemente se vio afectado por las nuevas disposiciones. La semana pasada acudió al Banco de Dolores, entre 18 y 19, con la idea de sacar su salario del único cajero que allí sigue en pie. Sin embargo, al llegar se encontró con que el aparato estaba vacío. Como no podía irse sin su dinero, no vio más opción que hacer la cola del banco para recibir su paga en ventanilla. Sin embargo, al llegar su turno (tres horas después) la empleada le explicó que solo podía pagarle hasta 2.000 pesos, pues ese es el límite estipulado. Mi vecino aceptó, consciente de que no le quedaba más remedio, pero salió de allí descorazonado pensando en el periplo que le esperaba para poder cobrar los 800 pesos que completan su sueldo.
Pero Adrián al menos sabe cómo operar un cajero. Peor experiencia sufrió Elsa, una jubilada residente en uno de esos infernales mataderos que el régimen castrista sarcásticamente llama “asilos de ancianos”. Cuando quiso cobrar su pensión en ventanilla (como acostumbra a hacer porque es más seguro) la cajera le explicó que no podía pagarle porque ese día no había efectivo en el banco. Así pues, la anciana tuvo que enfrentarse al aparato electrónico, algo que usualmente evita, pues le falta vista, destreza y seguridad para ello. En sus propias palabras, “el cajero la intimida”. Ese día, “casualmente”, un individuo “amable” se ofreció para ayudarla. Cuál no sería su disgusto cuando, al llegar al asilo y revisar la pensión antes de entregarla a la institución (como se les exige a todos los internos), se dio cuenta de que aquel hombre le había robado buena parte de la mensualidad.
En resumen, ese nuevo invento llamado bancarización no es más que un problema adicional sobre nuestros hombros, otro peso que se suma al calor, a los apagones, a las interminables colas para comprar algo de comida y a las innumerables horas en espera de un transporte.
ARTÍCULO DE OPINIÓN
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