Arequipa, Perú – Las últimas palabras atribuidas a Napoleón Bonaparte antes de morir fueron: “Francia. El ejército. Josefina”. La expresión resume la conexión vital entre Napoleón y su primera esposa, de quién se separó por su incapacidad de darle un heredero. La prensa, sin embargo, a lo largo de la historia no le concedió a la mujer una representación favorable.
Josefina Bonaparte ha sido etiquetada como inculta, frívola y derrochadora, además de ser asociada con un apetito sexual voraz. Aunque algunas de estas características fueron ciertas en ciertos momentos de su vida o se han exagerado para formar parte de su leyenda negra, su vida fue una constante reinvención.
Nacida como Marie Joséphe Rose Tascher de la Pagerie en junio de 1763 en la isla de Martinica, en el Caribe, su nombre familiar era Rose o Yeyette. Fue Napoléon quien la rebautizó como Josefina, una decisión que ella aceptó como una broma divertida.
Antes de su unión con Napoleón, Josefina tuvo un matrimonio concertado con Alejandro de Beauharnais, vizconde y político. Aunque él no la ayudó directamente, su influencia fue crucial para el desarrollo personal de Josefina.
Al llegar a Francia, Rose tiene una concepción idealizada basada en lo que su padre, que sirvió en Versalles, le contó sobre la vida en el país. Sin embargo, la realidad choca con las expectativas, ya que como mujer provinciana no encaja en la sociedad ilustrada de finales del siglo XVIII en Francia.
A pesar de ser considerada bella, Alejandro, su esposo, la menosprecia debido a su falta de educación. Intenta ocultarla en casa y contrata tutores para que la eduquen, pero la enseñanza resulta aburrida o tosca, y Rose no aprende nada.
Ante esta situación, Alejandro decide repudiarla cuando nace su hija, dejándola sin dinero y con dos niños en 1783, cuando Rose tiene solo 20 años. Este momento marca el comienzo de su verdadera revolución personal.
Tras peleas legales por la custodia de sus hijos, salidas y regresos de Francia, y hasta una temporada albergada en una abadía, Rose conoce finalmente a Napoleón en 1790, con quien posteriormente se casaría en medio de un apasionado romance.
Napoleón Bonaparte, el hábil estratega y militar que conquistó gran parte de Europa, encontró en su esposa, ahora sí, Josefina Bonaparte, una aliada crucial. Él, reconocido por su maestría en el campo de batalla, contrastaba con la bondad y destreza verbal de ella. Mientras uno desafiaba a líderes y lideraba campañas militares, el otro desempeñaba un papel diplomático vital.
En eventos como el Tratado de Campo Formio, Josefina dedicó meses a la diplomacia, allanando el camino para la paz con Austria. Su impacto fue tan evidente que los austriacos reconocieron su contribución al tratado, expresando gratitud con un regalo significativo. El dúo Napoleónico demostró que la combinación de la espada y una lengua audaz era una fórmula poderosa.
La vida de Josefina Bonaparte alcanzó su punto más alto de éxito, pero también enfrentó duras pruebas, como el pedido de divorcio por parte de Napoleón en 1809.
A pesar de la intensidad del amor que Napoleón expresaba en sus cartas, su principal interés era obtener un heredero, una tarea imposible debido a la menopausia precoz de Josefina, motivo por el cual fue criticada por la madre de Napoleón.
Excluida de París por un tiempo y alejada de su hijo, Josefina se trasladó al Palacio de Malmaison, donde su pasión por la botánica floreció con la construcción de un invernadero y el cultivo de más de 200 especies nuevas en Francia.
A pesar del divorcio, Josefina y Napoleón mantuvieron el contacto hasta la muerte de ella en 1814, a causa de una neumonía. Su vida es recordada como un ejemplo de valentía y reinventarse, destacando más allá de las críticas como una mujer poderosa en la historia.