Mejor será no ser héroe, y sobre todo que ningún servicio militar sea obligatorio, ni oprobioso, ni mortal.
LA HABANA, Cuba. – No me gustan los héroes; siempre he desconfiado de ellos. Algunos hasta me dan miedo, mucho miedo, incluso estando enterado de que Platón los miraba como semidioses, si es que nacían de la unión de un dios con una mujer mortal o de una diosa con un hombre que moriría alguna vez. No me gustan los héroes porque en Cuba esa lista de titanes se hace demasiado larga, casi interminable, y sobre todo inservible. En Cuba se les canta desde la mañana hasta la alta y larga noche, y eso no sirve de nada.
Bastaría con prestar un poco de atención a la televisión, a la radio, a cualquier periódico nacional, para estar de acuerdo con lo que digo. Siempre hay un héroe que hace proezas en el campo, una heroína que cumple misiones solidarias por el mundo y deja a sus hijos con la madre, con el marido o con un pariente que no es cercano. Todos muestran ese furor heroico que hace olas en la mayor de las Antillas.
Y los héroes, inevitablemente también se mueren, se mueren en Matanzas calcinados por las llamas, y mueren en Holguín por explosiones de irresponsabilidad y odio; y también mueren en la casa, porque no llegó nunca la ambulancia que debía conducir un ambulanciero que no consiguió la gasolina para llevar enfermos, quizá heroicos, al hospital en el que quizá le salvaban la vida. Poco importa que los héroes del trabajo sacrifiquen sus días en arduas jornadas de labores si la medicina para su hijo no está en la farmacia y tampoco en los centros espirituales.
Mueren héroes cada día, mueren en esas cárceles en las que no se les llama héroes, donde no se reconocen sus heroicidades, donde se les castiga duramente, hasta otorgarles la muerte ¿heroica? Mueren día a día los que ni siquiera tuvieron la oportunidad de hacer esas heroicidades que podrían convertirlos en héroes. Mueren los que, siendo cristianos, no les dio tiempo a hacer la señal de la cruz ni a rezar un padrenuestro. Mueren los hijos de Cuba por falta de deseos de vivir en Cuba.
Mueren héroes en el mar, entre sargazos, sin conquistar el “sueño americano”. Mueren héroes en el país, y un trovadorcillo ironiza, ajusta su discurso abominable y de mala fe, asegurando que no hay heroísmos. ¿Heroísmos pa’ qué? No, no hay heroísmos, y tampoco hay hedonismos, esos que hasta podrían ser un poquitín más saludables que esos discursos patrioteros que hacen alabanzas al poder que nos quita la vida. Hay hedonismos para algunos y para otros hay dolor, y muy mala fe, y héroes, y gentes que no quieren ser héroes ni morir calcinados en una explosión en la que nunca están los que más reclaman heroicidades.
¿Y qué cosa es ser héroe? Es lavarse los dientes después despojarse de legañas y fetideces. Heroísmo es sentarse a la mesa del desayuno en familia y no tener que pensar en qué cosa estará haciendo el hijo que cumple el Servicio Militar, ese que podría salir en la mañana a hacer maniobras que pueden acabar con su vida. Ser héroe, para un jovencito, es aprender a seducir, y luego amar. Ser héroe es amar, es saber abrazar o aprender a abrazar, y no a prepararse para unas maniobras militares, ni rescatar aparatos que únicamente sirven para matar.
No hay heroicidades en esas muertes terribles, en esas muertes violentas. Ser un héroe es no tener que recoger y lidiar con esos despojos de quien fuera su compañero de litera. Ser un héroe para un jovenzuelo es ir a bailar, fumarse escondido un cigarrillo sin que el padre lo descubra. Ser un héroe es no ser un montoncito de carne muerta. Las cenizas nunca son jóvenes, las cenizas no son heroicas, y ninguna orden de convertir en héroe a un joven muerto traerá el consuelo. Mejor será no ser héroe, y sobre todo que ningún servicio militar sea obligatorio, ni oprobioso, ni mortal.