Con dos infartos cerebrales, la barba mal afeitada y hecho un manojo de nervios, nadie diría que el paciente Basilio José Mazor, a la espera de la muerte en el municipio de Artemisa, es el mismo joven argentino que, el 4 de julio de 1973, secuestró un Boeing 737 y forzó su aterrizaje en La Habana. Ahora, tras pasar toda la vida en el país cuyo régimen veneró, la imposibilidad de una vejez decente ha motivado que su hijo reclame el retorno de Mazor a su país natal.
Mazor protagonizó el “secuestro aéreo más olvidado de Argentina”, recordó este martes el digital Infobae, junto a unas fotografías que muestran el deplorable estado del otrora “pirata aéreo”. Simpatizante, aunque no miembro, del Ejército Revolucionario del Pueblo –el brazo militar del Partido Revolucionario de los Trabajadores, de orientación marxista–, subió al avión de Aerolíneas Argentinas que lo llevó a Cuba con 24 años y una escopeta bajo su poncho.
Tuvo un hijo en 1972, al que llamó Basilio, y que ahora –tras varias décadas de separación– es quien pide su vuelta a Argentina
Había nacido en 1949 en la localidad de Pergamino, no lejos de Buenos Aires. Tuvo un hijo en 1972, al que llamó Basilio, y que ahora –tras varias décadas de separación– es quien pide su vuelta a Argentina. El niño tuvo que vivir con sus abuelos desde que Mazor compró el boleto y abordó el vuelo 558 de Aerolíneas Argentinas, desde la capital hasta Jujuy, en la frontera con Chile.
El secuestro fue cubierto hasta el último detalle, pues en el avión también viajaban un periodista y un reportero gráfico de la revista Siete Días. Mazor, con su extraña indumentaria (una escopeta de dos caños recortados calibre 16, una canana cruzando al pecho y un poncho con motivos incaicos) y un ataque de nerviosismo, alegó cuando le preguntaron por qué temblaba que era la primera vez que volaba en su vida.
A mediodía, Mazor se levantó de su asiento y fue a la cabina del capitán, exhibió su escopeta y dijo: “Soy del Ejército Revolucionario del Pueblo. Vamos a ir primero a Córdoba, donde habrá una evacuación, y luego nos dirigiremos a Chile y después a Cuba”. Las azafatas intentaron que no cundiera el pánico, con poco éxito: Mazor también anunció la presencia de una bomba en la aeronave. “Estallará cuando yo quiera”, amenazó.
El avión experimentó numerosas dificultades para llegar a su destino, con una escala en Chile. Allí, el presidente Salvador Allende le facilitó combustible para llegar a Cuba, como había hecho en otras ocasiones con varios secuestradores de naves. Mazor, como confesó luego, tenía la esperanza de que aquella “acción” le granjeara el respeto de los dirigentes del Ejército Revolucionario del Pueblo y del régimen de La Habana. “Si Cuba no ampara a un comandante de un grupo armado, diría que el socialismo está fallando en la propia cuna”, repetía.
En el Aeropuerto Internacional José Martí lo desarmaron. El militar al que le entregó el arma descubrió entonces que la escopeta del secuestrador ni siquiera funcionaba. El avión regresó poco después a Buenos Aires. Mazor, sin embargo, acabó en una prisión de Pinar del Río.
Su hijo Basilio, a quien abandonó con 15 meses, dijo a Infobae que su vida, más que el argumento de una novela de espionaje, es un culebrón. Entró a la Isla con el pie izquierdo, y al cabo de varias décadas “no está viviendo bien”, lamenta. El hecho le costó caro a la familia que quedó atrás. Recibieron amenazas y, en un pueblo pequeño como Pergamino, quedaron marcados, cuenta.
Por su parte, Mazor fue liberado poco después, le asignaron una libreta de racionamiento y alguna ropa. Trabajó como entrenador de fútbol para niños y se casó dos veces. Tuvo hijas de ambos matrimonios, pero emigraron a México y Miami, respectivamente. Aprovechando su condición de extranjero, durante un tiempo se dedicó a comprar artículos y comida en las llamadas diplotiendas para revenderlos luego. Ese negocio, sin embargo, también llegó a su fin.
Mazor está solo en Artemisa y ha dicho más de una vez que, después de vivir en Cuba, no pasa día sin que se arrepienta de haber secuestrado el avión. “Sólo pretendía llamar la atención sin lastimar a nadie”, alega, y añade: “Ojalá que el final de mi vida no sea trágico. Me gustaría poder vivir con mis hijas y visitar Argentina, por eso insisto tanto en el perdón de los argentinos”.
Aquejado por la depresión, con dificultad para comunicarse y varias secuelas de los derrames cerebrales, Mazor lamenta estar atrapado en la actual crisis de la Isla a sus 74 años y quiere marcharse. No habla nunca de lo que ocurrió el 4 de julio de 1973. Su antiguo amigo Rody Piraccini, un periodista de Pergamino, resumió este miércoles su vida en una frase que suena a epitafio: “Pensó que en Cuba sería un héroe, pero lo pusieron a pelar caña”.
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