Friday, October 25, 2024
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Habitar Riomar: Una pelea contra el salitre, las ratas… y el Gobierno

SAN LUIS POTOSÍ, México.- Aunque en el año de su inauguración, 1957, el edificio Riomar, con tres bloques de 11 pisos cada uno y un total de 201 apartamentos, fue considerado uno de los inmuebles más imponentes y elegantes de La Habana, hoy protagoniza una postal de la destrucción y perece ante la mirada desidiosa del Gobierno, que no ofrece un medio habitacional para los residentes en el edificio.

La infraestructura de la otrora majestuosa construcción, sita en 1ra entre 0 y 2, Miramar, incluía un vestíbulo, recepción, buzones para la correspondencia, pizarra telefónica, salones de fiestas, dos piscinas, seis ascensores y plaza de parqueo para cada uno de sus apartamentos, entre otras comodidades.

El proyecto del arquitecto Cristóbal Martínez Márquez tuvo como primer dueño la Compañía Mercantil Propiedad Horizontal Miramar S.A. Sin embargo, el giro político que supuso el ascenso de Fidel Castro y su grupo al poder, llevó a que muchos propietarios de los apartamentos dejaran el país con la entrada en vigor, en 1960, de la Ley de Reforma Urbana, que convirtió en patrimonio público el sitio.

Una bomba de tiempo

Expuesto al salitre y sin planes de inversión para evitar su deterioro, Riomar fue cediendo paulatinamente a la inclemencia del tiempo.

A pesar de su destrucción y de parecer escenario de un filme postapocalíptico, varios cubanos habitan el edificio.

Sin contar con un sitio para vivir, personas rechazadas por la sociedad y por su propia familia, y otros llegados de distintas provincias, han decidido establecerse en Riomar.

Espacio habitado por Miguel Francisco Reyes Blanco
Espacio habitado por Miguel Francisco Reyes Blanco

Miguel Francisco, habitante del sótano

Miguel Francisco Reyes Blanco, de 63 años, mostró a CubaNet las condiciones de su improvisada vivienda y compartió su historia entre los muros de Riomar.

Cinco años atrás residía en Playa pero al fallecer su esposa, y tras conflictos con su hijastra, se quedó sin lugar para pernoctar.

“Aquí me metí y Cubanacán me dio una carta, donde constaba que yo vivía aquí bajo mi responsabilidad”, relató. El Gobierno, desligándose de su responsabilidad en la falta de acceso a viviendas, no le ofrece opciones para residir.

Reyes Blanco llegó a hacer del sótano su nuevo hogar. Allí nunca ha tenido conflictos. Trabajador de la empresa de comunales, llegó a encargarse, incluso, de la limpieza de toda el área del edificio.

“Pero ahora tengo la mano ‘chivada’ y el machete se me perdió. Yo era el que limpiaba el área en el edificio”, dijo.

Espacio habitado por Miguel Francisco Reyes Blanco
Espacio habitado por Miguel Francisco Reyes Blanco

Una pelea cubana contra el mar… y las ratas

De los tres bloques de Riomar, el del medio está habitado hasta el quinto piso, pues el área superior está clausurada. En las otras edificaciones, las personas se ha concentrado en el primer nivel y han establecido divisiones para marcar su espacio, en ese piso compartido. Los niveles superiores también tienen el acceso cancelado.

Habitar el sótano no ha sido sencillo para Reyes Blanco. El mar golpea el interior y llega a mojar su colchón y sus pocas pertenencias.

“El ‘jefe’ me dijo: ‘Miguel, cualquier cosa yo te aviso, porque oigo las noticias, para que subas las cosas para allá, para donde yo vivo, ahí, en el cuarto piso’; porque el agua llega aquí y se me moja acá”, expresó, indicando en una columna la altura que alcanza el agua al penetrar.

Los rodeores se han vuelto parte habitual de la cotidianidad de Miguel, que busca estrategias para evitar perder su comida contra estos animales.

“Las ratas están aquí a menudo. Tengo que tener todo tapadito, trancadita la puerta para que no me entre nada. Todo lo destruyen”, precisó.

Espacio habitado por Miguel Francisco Reyes Blanco
Espacio habitado por Miguel Francisco Reyes Blanco

Sin refrigerador, el hombre solo puede pensar reservar la comida por un día. Sus ingresos en comunales y como vendedor de materia prima al Estado, tampoco le alcanzan para abundancia de alimentos. El picadillo, según explicó, lo paga a “tres cincuenta el paquetico” y le dura hasta la jornada siguiente si lo conserva en vinagre.

“Lo hago ahí, más o menos. Y me dura si le echo vinagre, ahí me dura para otro día. Como no tengo refrigerador, el vinagre me permite comerlo al otro día”, comentó mientras mostraba ante cámaras su mesa y sitio donde ingiere los alimentos.

Del esplendor del edificio, parte del boom constructivo de la mitad del siglo pasado, solo queda un sitio habitado por grupos subalternos, un escenario para videoclips y filmes y muros para el arte del graffiti.

Y el Gobierno…

Hace una década, y en entrevista con Havana Times, una vecina de Riomar, propietaria de su apartamento, explicó que para entonces 14 familias vivían en el inmueble en ruinas.

“En estos 20 años los vecinos no hemos dejado de escribir cartas a todos los niveles solicitando que nos saquen de aquí y hemos adjuntado informes de ingenieros estructurales alertando sobre la necesidad de realizar acciones urgentes de reparación y mantenimiento de la estructura y no nos han hecho caso”. Solo
en una ocasión nos escucharon y repararon una columna del sótano. Yo conservo las copias de todas las cartas e informes que hemos escrito”, afirmó.

La empresa Cubalse había propuesto realizar en 2001 un intento de restauración para construir oficinas. Bajo esa excusa, concentraron a los propietarios en uno de los bloques del edificio.

Desde entonces, la mayoría de los dueños de esos espacios comenzaron a habitar departamentos distintos de los suyos. “Ni siquiera nos legalizan ni nos entregan estas propiedades a cambio de las nuestras”.

Poco a poco otros cubanos fueron ocupando espacios. Y ahí permanecen todos, en riesgo.

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