Por la magnitud del daño y el poco esfuerzo de las autoridades para mitigarlo, muchos edificios de La Habana le dan la razón a Carpentier. De la “ciudad de las columnas” va quedando apenas eso: la estructura en ruinas, la pintura desconchada por la humedad y las enredaderas invadiendo arcos y postes.
Es el caso del antiguo hotel Vía Blanca, ubicado en el número 505 de la calle Zulueta, entre Monte y Dragones, cuya decadencia comparan los transeúntes con la de una “mansión embrujada” cerca de la cual ya nadie se atreve a caminar. En las postales de los años 50, sin embargo, el edificio se describía como una joya residencial con “amplias y ventiladas habitaciones”.
No por lenta, la destrucción del edificio de Zulueta 505 deja de ser dramática. El Gobierno lleva años prometiendo una reparación de la que, a día de hoy, solo hay una señal: el gigantesco andamio que apuntala la fachada y sobre el cual crecen, desde hace mucho tiempo, las plantas trepadoras y el óxido.
El Gobierno lleva años prometiendo una reparación de la que, a día de hoy, solo hay una señal: el gigantesco andamio que apuntala la fachada
En 2020, las nueve familias que vivían en el inmueble, varias de ellas con niños, fueron reubicadas con el pretexto de restaurarlo. “Hasta ese momento vivieron en riesgo de quedar sepultados por un derrumbe”, recuerda Rogelio, un jubilado de 71 años que reside en el edificio vecino.
En conversación con este diario, Rogelio describe el largo viacrucis de los vecinos desde que, en 1995, recibieron la notificación de que serían trasladados a mejores casas en la zona 11 de Alamar-Habana del Este. Firmaba la Oficina del Historiador, cuyo director, Eusebio Leal, comenzaba a ganarse la confianza de Fidel Castro y a conseguir chorros de capital extranjero, indispensables tras la caída de la Unión Soviética.
“Todo fue mentira”, zanja el anciano, a quien le divierte que los policías de la conocida estación de Dragones –ubicada frente al edificio– esquiven el andamio y miren constantemente hacia arriba, por si alguna piedra “floja” se dispone a caer, por casualidad, cerca de ellos.
No pocas veces, recuerda Rogelio, los vecinos intentaron acudir a la unidad policial en busca de la ayuda de esos mismos agentes, que los ignoraban. Por su parte, a la estación no le falta ni pintura ni mantenimiento. De hecho, el Ministerio del Interior está construyendo una verja en torno al edificio de corte neoclásico, con sus ventanas cubiertas por potentes rejas, detrás del cual sobresale el Capitolio.
“Tampoco les gusta parquear sus carros cerca de aquí, por si ocurre algún derrumbe”, nota el hombre, señalando la fila de vehículos policiales
“Tampoco les gusta parquear sus carros cerca de aquí, por si ocurre algún derrumbe”, nota el hombre, señalando la fila de vehículos policiales.
La naturaleza y la desidia del Gobierno no son los únicos que han hecho estragos en Zulueta 505. Los borrachos, mendigos y otros “huéspedes” nocturnos recurren a las arcadas para “hacer sus necesidades”, según el eufemismo de Rogelio. Lo que antes era “fantasmagórico”, añade, ahora es apenas sórdido: la basura y los escombros completan el cuadro.
A pesar de su cercanía con la estación de Policía, el edificio también ha servido como una especie de santuario para todo tipo de maleantes. En la oscura calle Zulueta, quienes se apoderan a filo de cuchillo de una cartera o un celular tienen el refugio ideal tras las arcadas y la barrera de andamios. “Nadie se va a arriesgar a meterse ahí a buscar al ladrón”, valora Rogelio.
Xiomara, un ama de casa de 45 años, lleva casi toda su vida contemplando la desolación de la esquina de Zulueta y Dragones. Para ella, la única “solución” es el derrumbe, ayudado por un temporal o una ventolera. Las autoridades han demostrado ser inútiles y la única medida que han tomado es colocar una escuálida cinta amarilla. Solo quien se acerca bien puede leer: “Peligro de derrumbe total”. Xiomara no necesita la advertencia. Hace pocos días, cuando volvía de la cola para comprar el pollo, un fragmento de la pared de Zulueta 505 por poco la impacta.
Varias décadas de promesas caídas en saco vacío la han curado de espanto. Ahora solo espera que una “firma extranjera” compre el terreno “con ruinas y todo”. “Si eso sucede, no le devolverán el edificio a las familias que lo perdieron”, dice Xiomara. “Lo más probable es que construyan otro hotel”.
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