España.- Desde su nacimiento turbulento, en junio de 2023, la Asamblea de Cineastas Cubanos (ACC) ha estado bajo el ceñudo escrutinio de numerosos observadores, y también de integrantes del medio cinematográfico de la Isla, que consideran que la iniciativa está destinada a ser una intentona fallida más. Otro llamado sin respuesta a las puertas del poder. Un impulso de tantos de la sociedad civil cubana que nació muerto.
Uno de los factores decisivos en esa postura pesimista es que no se trata de la primera tentativa de la gente del audiovisual para cambiar el panorama del gremio. La Asamblea de Cineastas tuvo su primera incepción en 2013, cuando el luego conocido como Grupo de los 20 (g20) impulsó a nombre del resto de los creadores la legalización de las productoras independientes y la discusión de una Ley de Cine. Tomó casi diez años, desde que comenzó a plantearse el problema ante las “autoridades correspondientes” -alrededor de 2008-, hasta que el grupo de cineastas se autodisolvió en 2016. Pero como resultado de su presión y de los conflictos públicos posteriores generados por la constante censura de películas y cineastas, en marzo de 2019 las autoridades aprobaron el decreto ley 373 del Creador Audiovisual y Cinematográfico Independiente.
Esa norma fue una victoria del gremio del cine, el único capaz hasta entonces de arrancar una concesión así al aparato de control ideológico del Estado cubano. Ello, aunque las autoridades, como siempre hacen, trataron de desvincular una cosa de la otra. Y a que la norma dejó muchas áreas grises. Lo cierto es que, mientras el propio Gobierno endurecía el control sobre la libertad de expresión y creación con disposiciones como el Decreto 349, que criminaliza parte del arte independiente, y el Decreto Ley 370, en virtud del cual decenas de cubanos han sido sancionados por lo que publican en sus redes sociales, los cineastas mostraron el único camino posible para la sociedad civil emergente.
Pero entre 2019 y 2023 el país cambió para siempre. La práctica de la ideología en Cuba se ha polarizado tanto después del 27N y el 11J, que el escenario mediático oficial apenas tiene cabida para el ejercicio de la desinformación y de una propaganda de supervivencia. Ante el quiebre absoluto de la hegemonía del poder sobre su sociedad, solo queda maquillar el panorama y reprimir el disenso. El cine, que había dejado de ser prioridad para el aparato cultural oficial, juega ahora un rol secundario que ni siquiera las autoridades responsables de la ideología ven como fuente de prestigio. A menos que se trate de películas históricas, como El Mayor o Inocencia, el cine en Cuba tiene semejante importancia para el Estado que el sistema nacional de museos.
De ejemplo, un botón: mientras los cineastas debatían en sus asambleas la urgencia de reformar la actividad audiovisual, exigían detener los actos de censura y potenciar la producción y exhibición del cine cubano, en agosto último Miguel Díaz-Canel dejó inaugurada la sede de Ideas Multimedios, suerte de corporación del Partido Comunista, ubicada en una casona de Miramar, donde tienen su sede los programas televisivos Mesa Redonda, Con filo y Cuadrando la caja, así como el sitio web Fidel Soldado de las Ideas y el medio digital Cubadebate, entre otros proyectos del aparato ideológico el régimen. Son esas sus prioridades.
¿Arte o propaganda?
Bajo tales vientos, los cineastas cubanos no están negociando otra cosa que su supervivencia, así como el reconocimiento de la diversidad de voces y proyectos que conforman la cultura audiovisual de la Isla. La idea de cine nacional cobra cada vez más sentido para ellos después del ICAIC, paraguas institucional al que el Estado hace décadas renunció como su vocero privilegiado. Ese factor, que había dado lugar a una meritocracia, con Alfredo Guevara como mediador entre los cineastas y Fidel Castro, hizo que los creadores tuvieran una alta jerarquía dentro de un modelo institucional que hoy no existe.
Al máximo líder le importaban las películas de Tomás Gutiérrez Alea, así fuera para cuestionarlas en sus discursos, molesto por la “imagen de Cuba” que ofrecían al mundo; previamente, Santiago Álvarez o Estela Bravo fueron virtuales pintores de la corte y hagiógrafos del comandante. El peso de autoridad que ello concedía a los cineastas cubanos les permitía franquear las puertas de oficinas, hacerse oír en foros públicos, intervenir con sus opiniones en las revistas, la prensa, los medios de difusión, y ser aceptados como líderes de opinión en espacios televisivos donde hablaban de cine, pero también intervenían en asuntos de lo público en base al prestigio ganado (pienso en Enrique Colina y su programa televisivo 24xsegundo).
Esa autoridad ya pudo ser demolida en 1991, cuando un decreto del Consejo de Ministros disolvió el ICAIC y lo convirtió en una dependencia del Instituto Cubano de Radio y Televisión, rama del Departamento Ideológico del Comité Central del PCC. En ese entonces, 18 cineastas protagonizaron la primera plantada de esa sociedad civil en potencia e, invocando la autoridad de la que hablé antes, se opusieron a la decisión y consiguieron revertirla.
¿Se nota el grado de peligro que suponen los cineastas en Cuba? ¿Se entiende por qué, cuando a expensas de la alianza con la Venezuela de Hugo Chávez, Fidel Castro prefirió dedicar una buena suma de recursos a relanzar los Estudios de Animación ICAIC en vez de la debilitada producción de ficción y documentales?
Las consecuencias del “mal ejemplo”
La actual Asamblea de Cineastas, heredera de los conatos de resistencia anteriores, fue más lejos en su desafío al Estado: hizo un ejercicio constituyente ejemplar, eligiendo a sus miembros de manera abierta, en una votación que envidiaría la Asamblea Nacional de Poder Popular, permitiendo la participación de cientos de personas de dentro y fuera del gremio.
Ese ensayo democrático fue todo menos un buen augurio para ellos. Nadie en Cuba duda que para el régimen las iniciativas de auto organización de la sociedad civil son, más que sospechosas, desafíos para su control absoluto sobre la administración de lo visible. De ahí que contra los cineastas se activaran todas las formas de “presión”: tras reunirse con ellos por intermediación de la viceprimera ministra cubana Inés María Chapman, y escuchar las duras demandas del gremio -sobre todo, la exigencia del fin de la censura y el respeto a la libertad de expresión-, el Gobierno creó el denominado Grupo Temporal de Trabajo, integrado por funcionarios de varios ministerios. A esas reuniones se invita a cineastas escogidos a dedo – la Asamblea no es ni será reconocida como interlocutor válido- y se discuten los asuntos que el Gobierno está dispuesto a negociar, sobre todo los de cariz económico y de financiamiento. (Las autoridades cubanas saben que una zona no desdeñable del gremio “intelectual” suele contentarse con un aumento del pago por derechos de autor, o con la autorización de proyectos puntuales de creación, por ejemplo).
Por su lado, los cineastas trabajan en documentar los episodios de censura de los que se han quejado durante décadas, pero que la corta memoria insular suele sepultar en el olvido de la mayoría; en desempolvar el proyecto de Ley de Cine; en contener las maniobras divisionistas de fuerzas desde dentro y fuera del gremio. Sus detractores y las autoridades esperan que se rindan, se cansen o se fragmenten.
La propia Asamblea ya ha dejado claro que los llamados a ser mansitos, a pactar a puertas cerradas, a “te financio tu película si transas”, no están entre las posturas de consenso. Por ello, durante la reunión pública de fines de septiembre pasado, el aparato represivo mostró otras herramientas: cortó la conexión a internet en la sala del cine 23 y 12 y luego intentó impedir que poco más de una docena de miembros del grupo depositara una ofrenda floral en la tumba de Nicolás Guillén Landrián en la Necrópolis de Colón. Mostrando la abismal diferencia entre los cineastas de hoy y sus predecesores, la Asamblea hizo la denuncia pública correspondiente en sus redes sociales -la prensa independiente, a falta de otra en Cuba que haga bien su trabajo, se hizo eco de tales sucesos.
No es la primera vez que la policía política cubana emplea mecanismos de esta naturaleza contra los cineastas: al menos dos miembros de la Asamblea fueron interrogados y hostigados, así como amenazados, al cruzar el puesto fronterizo del Aeropuerto Internacional José Martí de La Habana en los pasados meses. Los cineastas han puesto nerviosos a los mastines del régimen, que ven enemigos hasta en su sombra; así de enorme es su convicción de que han perdido el control de la narrativa de la realidad.
Pero tales posturas de autoridad están condenadas al fracaso: la Asamblea de Cineastas nació como rictus de repudio al enésimo atropello contra una película cubana. En este caso, la exhibición manipulada en la televisión oficial de La Habana de Fito, de Juan Pin Vilar, y la campaña de descrédito de los comisarios/ funcionarios de siempre en contra del realizador. Una declaración con más de 600 firmas, no solo de gente del cine, avaló la posterior posición de los cineastas: “La censura y la exclusión tienen que ser desterradas como prácticas sistemáticas en nuestra sociedad. De nada vale ‘rehabilitar’ o ‘perdonar’ con el tiempo a las víctimas, si las ideas que legitimaron un procedimiento siguen vigentes y caen sobre nuevos cuerpos y obras. (…) Hemos denunciado durante décadas esos atropellos y los que tienen que tomar las decisiones para acabar con ellos de raíz, se muestran impávidos y condescendientes. Eso se llama irresponsabilidad política”.
Por lo pronto, pareciera que la rebeldía se aplacó, la gente volvió a lo suyo, el llamado a filas tuvo un efecto temporal, las palabras se las llevó el viento: ergo, la Asamblea fracasó. Spoiler alert: más temprano que tarde habrá nuevos actos de censura. Entonces las reacciones de la sociedad civil se volverán a elevar. Y mientras la UNEAC, la AHS, el MINCULT, harán silencio, como ahora, o mejor, avalarán la censura, la Asamblea estará allí. El Gobierno no va a negociar su esencia autoritaria. Los cineastas apenas tendrán que señalar la aplastante realidad de la impunidad de la que goza.
Cierto, parece más de lo mismo, pero ¿podemos perder de vista que la sociedad está mirando? ¿Que los cineastas no hablan ya por su gremio solamente, sino por todos los cubanos?